Yerba, goma y polvo (Imágenes de la Fototeca Nacional del INAH)
Una recopilación de imágenes de la Fototeca Nacional con sede en Pachuca que ofrece un acercamiento a la mirada que se tenía al problema de las drogas a inicios del siglo pasado, cuando "decandente como era, la sociedad citadina mexicana todavía no había dejado que la conciencia sobre las drogas y sus influjos se convirtieran en un enemigo omnipresente, menos aún en algo que pusiera en tela de juicio su legitimidad, tal como sucede hoy en día".
Por Ernesto Aroche Aguilar @earoche
24 de agosto, 2014
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Lado B

@ladobemx

«Al iniciarse la década de los veinte en México la conciencia persecutoria contra las drogas parecía estar principalmente en los encabezados de los periódicos y las proclamas de algunas autoridades»  con esa frase inicia el libro Yerba, goma y polvo, firmado por el investigador Ricardo Pérez Montfort y coeditado por Ediciones Era y Conculta-INAH en 1999.

Una recopilación de imágenes de la Fototeca Nacional con sede en Pachuca que ofrece un acercamiento a la mirada que se tenía al problema de las drogas a inicios del siglo pasado, cuando «decandente como era, la sociedad citadina mexicana todavía no había dejado que la conciencia sobre las drogas y sus influjos se convirtieran en un enemigo omnipresente, menos aún en algo que pusiera en tela de juicio su legitimidad, tal como sucede hoy en día».

O cómo dice la contraportada del libro: «lejos de lo que podría pensarse, la conciencia social mexicana no siempre vio el asunto de las drogas como «tabú» o, como lo es hoy en día, un tema íntimamente asociado con actitudes prohibicionistas. Los argumentos centrales de la emergente intolerancia gubernamental, rara vez reconocieron estos orígenes; más bien se asociaron con principios de «higiene social» o con hipócritas intentos de «evitar la degeneración de la raza».

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«Los había en todos los papeles. Cigarros más gruesos que un dedo, liados en papel de orzuz; cigarros pequeños de elaboración especial para damas, liados en papel de arroz, y otros brutales por el grueso y el tamaño, liados en papel burdo…» Informe policial, ca. 1908.

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Cualquier lugar era bueno para transportar la droga, sobre todo en pequeña escala.

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Vacilar era darse las tres, andar de marihuano, como diría don Jacobo Dalevuelta, en aquella ciudad de México que no acababa de salir del porfiriato, y que todavía no entraba del todo al siglo XX, pero que entre sus múltiples sueños estaba tratando de entenderse a si misma.

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Los orientales inculpados de vicio y perdición entraron frecuentemente a los separos con todo y sus «cuerpos del delito». La ficha de esta foto dice: «Hombre oriental mostrando pipas para opio, ca. 1925».

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En las boticas, al igual que en los hospitales y dispensarios médicos, resultaba bastante sencillo adquirir «clorhidratos de cocaina y de morfina alemana, de la Casa Merck, y francesa, de Poulenc Frères», los que se vendían libremente, «pues ni siquiera se llevaba registro de narcóticos». Paco Píldora, «Cuando la coca no tenía cola», 1925.

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La incapacidad para entender la proporción de una dependencia provocaba que los adictos incurrieran en métodos particularmente salvajes para satisfacer su necesidad. Con un vidrio, este personaje intenta inyectarse su dosis.

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«Tomó entre los dedos el polvo blanco y lo llevó a la nariz en donde desapareció», Mimí Derba, «El Fifí», 1921.

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Ernesto Aroche Aguilar
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