Lado B
Nombrar desde los medios de comunicación
Lamentablemente tuvo que morir un niño para que algunos medios de comunicación tradicionales, de circulación local y nacional, pusieran sus ojos en la Ley para proteger los derechos humanos y que regula el uso de la fuerza por parte de los elementos de las instituciones policiacas del Estado, mejor conocida como Ley Bala, aprobada el 20 de mayo por el Congreso del Estado de Puebla.
Por Susana Sánchez Sánchez @
07 de agosto, 2014
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«José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, un niño de 13 años que fue herido en un enfrentamiento con la policía de Puebla el pasado 9 de julio, y por lo cual fue declarado con muerte cerebral, falleció ayer, 19 de julio, informó el gobierno del estado.

En un comunicado de apenas dos párrafos, la Secretaría de Salud de Puebla informó de la muerte del menor, la cual ocurrió a las 18:30 horas del sábado en el Hospital General del Sur, y se debió a un “paro cardiorespiratorio irreversible”.

Posteriormente, este domingo, Facundo Rosas Rojas, titular de la SSP-Puebla, afirmó a través de un comunicado que “a pesar, de que desde un primer momento, se negó el uso de balas de goma durante el operativo, algunos medios de comunicación han continuado difundiendo que sí las hubo. >>

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Susana Sánchez Sánchez

[dropcap]L[/dropcap]amentablemente tuvo que morir un niño para que algunos medios de comunicación tradicionales, de circulación local y nacional, pusieran sus ojos en la Ley para proteger los derechos humanos y que regula el uso de la fuerza por parte de los elementos de las instituciones policiacas del Estado, mejor conocida como Ley Bala, aprobada el 20 de mayo por el Congreso del Estado de Puebla. Lamentable también que la mayor cobertura mediática y los cuestionamientos al gobernador Rafael Moreno Valle Rosas sobre su Ley Bala hayan empezado a partir del grave estado de salud y luego con muerte del niño José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, no antes.

Recordemos que desde principios de julio hubo manifestaciones en relación a la determinación del estado poblano de concentrar las oficinas de Registro Civil de juntas auxiliares de otros municipios en el Centro Integral de Servicios (CIS). Menuda idea. Imagínese aventarse unas cuatro horas para registrar a su hijo en la saturadísima área de registro civil. Si vive usted, por ejemplo, en Tehuacán sí se pone verde del coraje, sobre todo en este burocratismo tan eficaz, donde no hay que perder de dos a tres días para un trámite, con todo y el famoso CIS.

¿Por qué los medios de comunicación no hablaron hasta el cansancio de las manifestaciones que empezaron desde el primer día de julio, en las que por cierto hubo detenidos? ¿Por qué esperar a que haya sangre o muertos pata hablar con todas sus letras de represión? ¿Dónde está la responsabilidad de los medios de poner en su agenda pública a las manifestaciones sociales? La respuesta: hay intereses económicos de por medio, incluso mucho más que políticos. En todos los sexenios hay medios apachadores o detractores. Ojalá que a partir del gobierno de Rafael Moreno Valle se diera ese fenómeno de coloquial refrán “con dinero baila el perro”, pero los medios cambian de discursos según quién se haga cargo de un país o un estado cada seis años.  Existen las hemerotecas para saber que algunos medios que en un sexenio se cuelgan la bandera de críticos, en el anterior fueron complacientes. Así que a los medios tradicionales –con todo y sus plataformas digitales– lo que menos les quedaría es hacerse las víctimas o los victimarios de un gobierno en turno. (La fatalidad entre los medios poblanos, sin embargo, son las claras divisiones, dimes y diretes entre ellos, síntomas de una lejanísima cohesión como gremio periodístico).

Nombrar desde los medios

¿Cuántos eufemismos usarán los medios de comunicación para nombrar algo, por ejemplo la violencia ejercida por un estado? ¿Cuántos estereotipos utilizarán para minimizar situaciones? Yo tengo aún en la memoria el titular de El Sol de Puebla (el diario más comprado en la ciudad, por costumbre o para revisar el anuncio clasificado)  del pasado 10 de julio: “Zafarrancho por registros civiles” como si se tratara de una pleitito trivial. Lo que pasó en la autopista Puebla-Atlixco el  9 de julio de 2014 fue un intento de manifestación social impedida por policías estatales mediante el uso de la violencia; aquello de “zafarrancho”, una palabra coloquial para referirse a una riña, quizá no era la mejor forma de nombrar lo que ocurrió. (El 9 de julio, el niño José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo seguía vivo; pero algunos medios, a través de sus palabras, ya hacían agonizar una manifestación social ante las audiencias).

Hay más medios de comunicación en la ciudad de Puebla que usan todo tipo de palabras para referirse a una manifestación social, incluso están los que ni etiquetan ni suavizan, simplemente omiten el tema de su agenda (con lo que no dicen también comunican). Sin embargo tomo el ejemplo de El Sol de Puebla como pretexto para hablar de la importancia de los discursos periodísticos y los efectos de éstos en las audiencias. Debe preocuparnos qué nos dicen desde los medios y cómo nos los dicen, sobre todo cuando las manifestaciones sociales en este país muchas veces son juzgadas o satanizadas desde los medios de comunicación, y no desde cualquier medio, lastimosamente es desde los que tienen mayor audiencia ¿Qué significa que cientos de ojos u oídos sigan a un medio de comunicación? Una tendencia, una proclividad a creer en lo que ese medio de comunicación está diciendo.

¿Qué efectos puede ocasionar que un medio de comunicación emplee palabras como vándalos, zafarrancho o  caospara describir una manifestación social? En principio que las audiencias, antes de estar informadas, adopten prejuicios, estereotipos y señalamientos hacia los sectores sociales que se manifiestan. También los efectos pueden ser de indiferencia, porque en este país donde pasa de todo, los temas dejan de ser noticia al siguiente día o cuando los  medios de comunicación dejan de darles cobertura.

En su libro El discurso de la información (Gedisa, 2003), Patrick Charaudeau –profesor en ciencias del lenguaje en la Universidad de París y especialista en análisis del discurso mediático– dice: “en nombre de la credibilidad, el relato mediático se presentaría como testimonio de la realidad, en contacto directo con el mundo, en una relación de transparencia con él; pero en nombre del realce y de la captación, no puede evitar exagerar el drama humano: todo relato mediático se inscribe en un proceso de ficcionalización”.

Si bien los medios de comunicación no pueden predecir los acontecimientos, sí los nombran y en esa tarea, la de nombrar a través de un titular o una nota informativa, está de por medio un mundo económico y político. Los editores se juegan  el puesto en ese proceso, y para ello antes de conocer a las audiencias, deben conocer la posición económica y política del medio de comunicación para el que están trabajando.

Dado que los medios –dice Patrick Charaudeau– “no transmiten lo que ocurre en la realidad social, sino que imponen lo que construyen del espacio público”,  el proceso de ficcionalización del trabajo editorial que los medios de comunicación nos presentan, merece atención, pues a través de sus narraciones también están construyendo en el imaginario social a héroes y villanos –gestados por sus discursos más que por los hechos–, cuando un acontecimiento tiene más sujetos e historias que necesitan ser narradas y requieren ser nombradas sin eufemismos o estereotipos que en vez de informar incuban o refuerzan en la opinión pública prejuicios y discriminaciones.

 

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