Lado B
¿Cómo se hace un festival de cine? FIC Monterrey
Imagina lo siguiente: acabas de dar la última edición a tu filme —piensa en cortos o en largometrajes— y decides que es tiempo de que el público lo vea y te animas. Después de darle una buena pensada, investigas y decides a qué festivales vas a enviarlo
Por Lado B @ladobemx
21 de agosto, 2014
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FIC-MONTERREY

Foto tomada de: revolucion 3.0

Marcela Reyes | Revolución 3.0
@Revolucion3_0

Enviar una película a un festival de cine es una tarea titánica. Realizar todo lo que sigue después de que llega la película también es una faena complicada, llena de etapas.

Imagina lo siguiente: acabas de dar la última edición a tu filme —piensa en cortos o en largometrajes— y decides que es tiempo de que el público lo vea y te animas. Después de darle una buena pensada, investigas y decides a qué festivales vas a enviarlo. Este paso es importante porque, finalmente, el festival determina el público que podrá conocer tu trabajo —y, obvio, no sólo eso; también están los críticos, los jurados, la gente de la industria cinematográfica que puede toparse con tu material—. Y ahí está el Festival Internacional de Cine de Monterrey, en su décima edición, uno de los festivales más importantes del país y el más importante en el norte de México.

Las películas llegan desde cualquier lugar del mundo: han llegado de Irán, China, Mongolia, Bosnia, Bulgaria, Estonia, Kazajstán, Kosovo, Kurdistán, entre muchos otros. Sobres (y más sobres) y paquetes (y más paquetes) llenos de matasellos y timbres de todos los lugares entran en nuestras oficinas gracias a los mensajeros que amablemente nos hacen entrega de minutos y horas de felicidad. También llegan ligas por correo electrónico y claves para poder ver películas en línea —la tecnología ha llegado desde hace tiempo a la industria para acortar las distancias, aunque sigue siendo más romántico eso de recibir correo—.

Hay un tiempo en particular en el que llegan las películas durante todo el día, es una etapa emocionante para todos. Es el periodo romántico, pues finalmente, la razón de ser de un festival de cine son las películas, las historias que cuentan… y el público que permite que esas películas sean conocidas; pero para que las audiencias puedan identificarse con ellas y darles vida fuera de la pantalla, se necesita tiempo y un proceso cuidadoso.

Llegan los paquetes y el equipo de programación las recibe feliz, pues comienza el visionado y con ello decidir qué película, cuál director. Parece sencillo, pero en realidad es una responsabilidad inmensa, pues es la parte medular de eventos como este.

Ya está la lista, ya se escogieron qué películas competirán por ser las mejores del festival. Ahora es necesario notificar a los directores, quienes siempre reciben la noticia con la mejor de las disposiciones. Hay felicidad en saber que tu película llegará a más gente —por ejemplo, si vives en Madagascar y van a proyectar tu película en Monterrey, es un gran logro—. Hay algo de conmoción, se nota en la voz o en la manera en que te contestan los correos electrónicos. Siempre hay gratitud —y es recíproca, porque sin ellos no hay historias que mostrar—.

Y mientras todo eso pasa, suceden otras cosas. Sucede, por ejemplo, que se recopila información de cada una de las películas al tiempo que se establecen horarios de proyecciones y sedes. Sigue corriendo el tiempo, y conforme la fecha del festival se acerca, también se acumulan desvelos y cosas por hacer, por planear. ¿Qué directores quieren/pueden venir a presentar su película? A conocer a su público, a un público nuevo que se encuentra por primera vez con esa historia, que de cierto modo ha dejado de pertenecerle al realizador.

[¿En qué momento la historia deja de ser del director y se vuelve parte del público?]

Llega el día en que todo comienza. Ese día en que vemos y escuchamos las reacciones de la audiencia. Llega el día en que se presenta la película a los medios y en que el talento del filme contesta preguntas; ahí cuentan su historia, la gestación, el origen.

“¿Cómo comenzó?”. Por otro lado se escucha: “¿Qué otros planes tienes a futuro?”, “¿Quieres seguir haciendo estas historias?”, “¿Fue difícil el proceso de realizar la película?”. Alguien se aventura a preguntar en inglés: “It is a difficult subject. How did you manage to represent it on the screen?”.

Y nunca falta el director, productor o actor sorprendido por las preguntas hechas en idiomas distintos al español.

Después hay entrevistas uno a uno. Siempre hay alguien que quiere saber más. Y siempre hay alguien que tiene cosas por decir, experiencias por compartir. Finalmente, los reporteros, redactores, editores, son otro público, uno que pone atención a otros detalles, a otros aspectos, pero que enriquece este ir y venir tan natural que se da en los festivales.

Pasarán los días, y mientras tanto, los jurados se concentran en ver los filmes que les corresponde premiar. Lo hacen con gran diligencia, a veces pareciera que su vida dependiera de ello. Esto, como en muchos otros gremios, es una especie de religión, se profesa un amor y una fe ciega en que el cine puede transformar ideas, visiones. Subsanar sociedades.

El día de la premiación, alguien se llevará un premio, un reconocimiento, una mención especial. Otros no lo harán. Pero nadie que haya participado en un festival de cine regresa con las manos vacías. Hay algo en ese diálogo que se entabla con la audiencia, los críticos, los medios, los jurados, que enriquece esta profesión y la reivindica a los ojos de la sociedad en que se lleva a cabo —en particular una como la regiomontana—.

Los festivales de cine, y en 2014, en particular, el FIC Monterrey, quieren regresar a eso, a ese diálogo que se entabla entre la historia, el realizador, quien la ve, quien la analiza. Estas historias existen cuando alguien las conoce y se identifica con ellas, por eso son historias que no puedes dejar de ver, de sentir, de imaginar, de reinventar.

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