Lado B
El imperio perdido, de José María Pérez Gay
El Imperio Austrohúngaro, desmembrado después de la Primera Guerra Mundial, fue un crisol de razas, lenguas, religiones e ideologías. Símbolo de la complejidad y riqueza de Europa Central, el Imperio –representado por ciudades como Viena– generó un intenso debate político y cultural. En sus plazas públicas y cafés charlaron intelectuales que, como Sigmund Freud, moldearon la cultura occidental moderna.
Por Alejandro Badillo @alebadilloc
13 de junio, 2014
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Alejandro Badillo

@alebadilloc

[dropcap]E[/dropcap]l Imperio Austrohúngaro, desmembrado después de la Primera Guerra Mundial, fue un crisol de razas, lenguas, religiones e ideologías. Símbolo de la complejidad y riqueza de Europa Central, el Imperio –representado por ciudades como Viena– generó un intenso debate político y cultural. En sus plazas públicas y cafés charlaron intelectuales que, como Sigmund Freud, moldearon la cultura occidental moderna.

José María Pérez Gay muestra en el Imperio perdido una notable obra que mezcla varios registros: ensayo, biografía, ficción. El hilo conductor son Joseph Roth, Karl Kraus, Hermann Broch, Robert Musil y Elías Canetti. Cada capítulo, enfocado en un autor, no sólo aborda su obra sino que explora su relación con el contexto europeo de finales del siglo XIX y principios del XX: una época convulsa identificada por el auge industrial y que marcaría el declive de la fe en el progreso para dar paso a la era moderna, multidireccional y equívoca.

Ediciones Cal y Arena

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Es de particular importancia el tono que utiliza José María Pérez Gay ya que no se mantiene distante de su investigación, ni narra con parsimonia los hechos relatados. Al contrario, hay una admiración que se evidencia cuando reconstruye pláticas que tuvieron sus personajes o cuando narra con detalle las dificultades que tuvieron para escribir sus obras. Por esta razón hay un tono narrativo que vuelve cercanos a los autores y, sobre todo, vuelve importantes sus miserias y obsesiones. De todos los autores retratados el más emblemático y el que parece más cercano a Pérez Gay es Kark Kraus: polemista, director de periódicos, aforista, dramaturgo y aforista. En Kraus se concentra un espíritu libre, escéptico del poder, crítico de cualquier fanatismo. Olvidado por el mercado editorial en castellano (son escasas sus traducciones y difíciles de conseguir), Kraus fue una conciencia moral de Europa gracias a su labor en el periódico Die Fackel (La Antorcha) en el que criticaba a políticos de cualquier ideología o partido. Sus lecturas públicas, que congregaban a cientos de oyentes, fueron piezas importantes en los años terribles de las dos guerras mundiales. Aunado a eso, en Kraus tenemos a un autor preocupado por el lenguaje no como un fenómeno estético sino como un valor imprescindible para el diálogo y el pensamiento claro y profundo.

En los casos de Musil y Broch Pérez Gay se rescata su ambición por escribir sus obras (El hombre sin atributos y La muerte de Virgilio) que, en su momento, a pesar de las buenas críticas y el apoyo de lectores como Thomas Mann, fueron fracasos editoriales y tuvieron que pasar algunas décadas para que hubiera consenso sobre su calidad e importancia para la literatura en lengua alemana. También, en estos dos autores, está el drama de los perseguidos por la intolerancia racial y religiosa. Broch huyó a Estados Unidos en donde intentó, infructuosamente, tener estabilidad económica en varias universidades. Veía a la distancia cómo las ciudades se desmoronaban y cómo varios conocidos y familiares eran enviados a campos de concentración. Musil, agobiado por las penurias económicas, desdeñó el peligro que representaba el nacionalsocialismo y murió antes de que la amenaza se cerniera con más fuerza sobre él. Joseph Roth, autor de La leyenda del santo bebedor, Job o La marcha Radetzki, entre muchas otras, representa el espíritu cosmopolita y vagabundo de Viena. Inquilino de hoteles, bebedor empedernido que murió casi anónimamente, delirando por el síndrome de abstención, escribió grandes crónicas para las revistas más importantes de la época. En Roth, como en tantos otros autores e intelectuales de aquellos años, se concentraba un espíritu de transición marcado, sobre todo, por la defensa de la monarquía y, al mismo tiempo, el reconocimiento de la modernidad y los vaivenes de la democracia. Huérfano por la destrucción del hotel en el que era un habitante permanente y atormentado por la locura que sufrió su esposa, Friedl Reichler, Roth terminó sus días sin saber a ciencia cierta el destino del mundo que conoció y las dimensiones del abismo que empezaba a rodear a los judíos y enemigos del régimen nacionalsocialista.

Como colofón interesante Pérez Gay pone en juego a Elías Canetti, miembro de una generación posterior de escritores, pero heredero directo de sus pulsiones y búsquedas. Es Canetti, con su discurso de aceptación del Nobel, en el que agradece y reconoce la importancia de Karl Kraus y Franz Kafka, quien cierra un círculo fundamental para la literatura mundial. El imperio perdido no es sólo un libro imprescindible por las escrupulosas autobiografías de Roth, Musil, Broch y Kraus. También es un brillante ejercicio que muestra cómo la erudición no tiene que ir impregnada de un tono didáctico o acartonado. Sin pies de página que muchas veces entorpecen la lectura, limitando las referencias a una sucinta bibliografía, este libro funciona, gracias a la prosa que le interesa contar más que enseñar, como una buena novela y una lección de historia. Este grupo de autores, muchos de ellos de ascendencia judía, representan con sus vidas el compromiso con la literatura y el pensamiento a pesar de los fanatismos y dificultades económicas. La obra de Pérez Gay es capital para la divulgación de la literatura alemana en nuestra lengua y es, junto a la de Juan García Ponce o, más recientemente, la de Javier García-Galiano, una de las mejores maneras para acercarse a estos cuatro autores.

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