Lado B
EL EXTRAÑO ESCRITOR FANTASMA DE PEÑOLES
Franco Félix
Por Lado B @ladobemx
17 de mayo, 2014
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Franco Félix


I.

Luego de un insomnio tremendo, producido por una sesión tormentosa de videos de fantasmas en internet una noche antes, el pasado viernes 14 de octubre, muy temprano por la mañana, con los ojos irritados todavía por no parpadear, tomé una decisión importantísima con el último sorbo de café negro: partir inmediatamente a buscar el paradero de mi propio fantasma, el Sr. Cabeza, mi más reciente hallazgo, un escritor de principios del siglo XX.

Debo admitir que pasé una noche completa observando videos de espectros y otros seres diabólicos por accidente. Según mis pesquisas, el Sr. Cabeza (a quien investigo desde hace varios meses para mi libro de ensayos) nació en un pueblo minero de Durango llamado Ojuela. Me pareció una buena idea buscar en Youtube, y sí, encontré un par de cápsulas turísticas que apenas rozan el tema de los antiguos pobladores de este lugar que ahora se encuentra abandonado. Las malditas sugerencias que aparecen en la columna derecha me invitaban a dar click en otros videos aterradores. Acceder al primer enlace es como echarte de cabeza en un tobogán oscuro, van apareciendo más y más invitaciones a otros videos que son cada vez peores, terribles. Así te puedes llevar una, dos, tres horas, perder la noche, incluso, en esta perversa fijación hacia lo desconocido.

Estos son los detalles grosso modo de mi investigación:

En 1903 se publicó Santa, la novela del escritor mexicano Federico Gamboa, alcanzando un éxito sin precedentes y erigiendo el naturalismo mexicano que tenía realmente muy pocos lectores (la élite afrancesada en nuestro país de principios de ese siglo). A la par, tres meses más tarde, se publicó el libro Bismuto, firmado por el Sr. Cabeza (un anónimo obviamente), quien colaboraba continuamente en la Revista Moderna que dejó de aparecer en ese mismo año, y que puede leerse como la primera novela de corte vanguardista. Se trata de un carpetazo que alcanza las 406 páginas, en las que el personaje principal, Basilio Valentino, un alquimista centroeuropeo de la Edad Media realiza distintos experimentos con metales para curar a los enfermos. Esta narración está construida por distintos niveles ficcionales. En ella es posible percibir el juego de la metaficción, pequeños relatos dentro de otros relatos que a su vez forman parte de un corpus más amplio. Se trata de una matrioska narrativa que nos recuerda a esas figuras fractales que, por cierto, remiten directamente al mineral llamado bismuto que tiene un crecimiento espiral y que guarda este patrón en todo su desarrollo.

Lo que podemos saber de este autor perdido es que definitivamente poseía un extenso bagaje en el estudio de los minerales y la química. Para esta época es muy raro que un escritor se interese en algo más que la documentación de la visceralidad que nutre la infame realidad, o en el caso de los modernistas, en lo místico, lo espiritual. Nuestro escritor fantasma, el Sr. Cabeza, tenía, sobre todo, un alto interés en las formas literarias y la insensibilidad social que existía con relación a las ciencias experimentales. En Bismuto, una de las voces narrativas nos conduce en la historia así:

“Lo que había dicho el médico Gordon era una completa atrocidad, Basilio súbitamente tomó entre sus brazos al chiquillo y lo puso sobre la mesa. Los platos con la mitad de la cena fueron a dar al suelo, emitiendo un sonido siniestro que parecía haber salido desde lo más profundo de sus corazones. El Dr. Gordon salió por la puerta, indignado, maldiciendo a toda la familia, mientras el niño pegaba unos alaridos y era sometido por sus padres, quienes preguntaban, sin aliento, si en verdad era posible que un metal pudiera aliviar las anginas del mocoso…”

La pregunta emerge: ¿Quién demonios puede saber tanto de minerales en México a principios del siglo XX? La respuesta también irrumpe, germina, en otra pregunta: ¿Quiénes son los principales mineros en nuestro país en esa época?

El primer día del mes de marzo de 1887, mientras un grupo de nihilistas (entre ellos Alexander Uliánov, el hermano mayor de Lenin) en Rusia intentó fulminar en un violento atentado al zar Alejandro III (fracasando y siendo llevados todos a la horca), en México, en Durango, para ser más exactos, se constituye la Compañía Minera de Peñoles, S. A. que buscaba ser la principal fuente de explotación de los recursos minerales de la región.

En el país soviético, el mandatario se caracteriza en la Historia por su descomunal autoritarismo, su marcado perfil antisemita y  su tendencia a la represión de las prácticas intelectuales y libertarias. En México, nuestro presidente –absolutista también, por mucho, pero con grandes ventajas hacia el progreso económico a través de una eficiente política exterior- Porfirio Díaz impulsa nuevos códigos de comercio y leyes que promueven la explotación de recursos minerales y petroleros en el territorio mexicano, lo que permite a esta empresa crecer y esparcir sus plantas. Una de ellas es Hacienda del Agua que ostenta la mina La Ojuela, en Mapimí, Durango.

En 1894, en la revista Renacimiento, dirigida nada menos que por Ignacio Manuel Altamirano, el Sr. Cabeza escribe un cuento titulado “El Puente de Ojuela”. En este relato de mediana calidad literaria, pero con un alto contenido de datos y detalles históricos, Guadalupe, el personaje principal, nos describe la forma de vida de Mapimí. Se trata de un minero que teme profundamente encontrarse con un cocoyome –un indígena de la región que tiene un elevado conocimiento sobre metales como el cobre, el oro y la plata-, pues ha tenido un sueño recurrente:

“El sueño es abrumador además de constante. Camino, como todos los días, sobre el puente. Mis pasos son más lentos que nunca. Mi peso es inmoral, como si mis huesos no fueran de calcio, sino de plomo, de cobre. A la mitad, me encuentro con ese cocoyome nefasto que, según los rarámuris, se deleitan devorando niños o cualquier otra criatura sin protección con un poco de tesgüino. El indio me mira, saca su lengua, se imagina el sabor de mi cuerpo. Quiero dar media vuelta y escapar, esfumarme, pero es imposible, el peso es abundante, ridículo, los dientes manchados del indígena son repugnantes y están afilados, listos para el festín…”

Los detalles con que este relato está construido confirman la ficha biográfica del Sr. Cabeza que aparece en la lista de colaboradores al final del primer número de la segunda época de Renacimiento, que salió en enero de 1894. Es muy posible que nuestro autor fantasma haya vivido realmente en Mapimí. Y no solamente esto, sino que haya tenido que trabajar -o estar relacionado- en la mina de La Ojuela.  Sin embargo, es muy poco probable que se tratara de un minero común. Su vasto conocimiento en mineralogía y química, la redacción de cada uno de sus textos y, sobre todo, la aguda sensatez que caracteriza a un erudito permiten que el umbral de rastreo sea más delimitado. Los datos son: El Sr. Cabeza vivió en Mapimí en el crepúsculo del siglo XIX, fue un hombre letrado y estaba en contacto con los minerales que eran explotados en esa época por una empresa: Peñoles.

La historia de esta compañía está ligada al escritor anónimo. Vayamos a eso:

En 1592, Fray Servando de Ojuela encontró estas minas que bautizaron con su nombre y que fueron explotadas por el imperio español hasta 1821, fecha en que se firmó el Acta de Independencia del Imperio de México. El lugar permanece abandonado hasta que Peñoles recupera este espacio en 1887. Aquí, las cuotas de oro, plata, cobre y plomo serán altas en la producción. Así, en 1898, contratan a un ingeniero alemán llamado Santiago Minguín para que construya un puente que facilite el acceso a las minas: El Puente de Ojuela, la peor de las pesadillas de Guadalupe, el personaje del Sr. Cabeza. Esta obra de arte aún permanece –lo he visto en Youtube- intacta luego de 114 años de su construcción. Mide más de 300 metros y tiene otros 95 de altura.

Ahí, en la mina La Ojuela, debo encontrar el rastro del Sr. Cabeza, junto a la historia de esta empresa minera que tiene miles de trabajadores. Uno de ellos, al menos, me conducirá hacia su paradero.

 

II.

Llevo, sobre mi hermosa cabeza, un casco blanco. Siempre quise uno. Me hace sentir un hombre de verdad. Me imagino que Guadalupe, el personaje, también usaba uno en la pesadilla que lo fastidiaba todas las noches. Estoy en el puente La Ojuela. De pie, a la mitad del camino. Tengo náuseas. No soporto la altura. En los videos de Youtube, días atrás alcancé a ver a un par de niñas (que bien podrían haber sido el bocadillo perfecto para el coyoyome) que cruzaban sin reparo en la indignante altura.

 

***

Lo que he descubierto en la mina es impresionante. Hay una mula momificada. Según me explicó el guía –que no sabe un carajo sobre el Sr. Cabeza-, este bruto animal alcanzó su eternidad por los minerales y las corrientes de aire que hay en la cueva. El letrero en la entrada del Museo de la Mina de Ojuela reza: “Mire a la única mula momia de todo el mundo”. Me pregunto si el escritor habrá escrito algo sobre esta bestia inmunda.

 

***

Las ruinas del pueblo son tan misteriosas como el Sr. Cabeza. Me conmueve muchísimo imaginarlo sentado afuera de alguna de estas casas mucho antes de convertirse en los vestigios de una civilización minera. Ahí lo veo, mirando por su ventana al abominable Puente La Ojuela. Pobre Sr. Cabeza, ¿qué historias habrá imaginado desde este lugar? Es una pena que nadie sepa de él.

 

***

De las 19 minas que tiene la Compañía Peñoles en esta región, 13 están inundadas. Aún funciona una, la de San Jorge. De ella extraen plomo todavía. He hablado con uno de los ingenieros que están a cargo de la explotación de esta veta. Me ha dicho que en la ciudad de México, en las oficinas corporativas de Industrias Peñoles (nombre de la compañía en la actualidad), hay un hombre que sabe todo sobre la historia de la empresa. Se trata del director general, el señor Ge. Debo emprender mi regreso. He rayado, junto a la mula momificada, sin que nadie me vea, el siguiente mensaje: “Si alguien sabe sobre el Sr. Cabeza, por favor, mande un e-mail a francofelix@live.com.mx. Recibirá una gran recompensa por su valiosa información”. Lo he escrito entre la panza de este animal híbrido y un sombrero misterioso que forma parte de la exhibición.

 

III.

El misterio del Sr. Cabeza, como dije antes, está profundamente conectado con la historia de Industrias Peñoles. El señor G. amablemente me recibió en su oficina y me ha revelado algunos datos que son muy significativos para la investigación y, por supuesto, para mi libro. Hice un trato con él: si me ayudaba con mis pesquisas, le pondría un agradecimiento formal en la introducción. Ha aceptado muy contento.

citaPeñoles

Aunque no lo conoció personalmente, en el archivo de la empresa hay muchos expedientes relacionados directamente con nuestro objeto de estudio, pero desafortunadamente, por políticas de seguridad no puedo verlos. Pero me ha permitido hacerle algunas preguntas. Acá las más importantes:

Franco Félix: No me mienta. A quemarropa, dígame, ¿el Sr. Cabeza trabajaba en la empresa, verdad?

Señor G.: Afirmativo. Su escritor estuvo en la nómina, pero claro, no con ese nombre. Por favor, no me pida su identidad, no puedo decirle quién es.

F.F.: ¿Hasta qué año aparece en la nómina?

S.G.: Hasta 1939, cuando abandonamos la mayoría de las actividades en La Ojuela, Mapimí. Después de eso, el Sr. Cabeza dejó de aparecer entre los documentos.

F.F.: Me impresiona mucho que el escritor esté tan instruido en el conocimiento de los minerales y la química. ¿Cómo termina un ingeniero escribiendo novelas literarias?

S.G.: La verdad no podría decirle eso, no tengo idea. Sólo sé que en los registros, el Sr. Cabeza ocupaba un puesto administrativo y que era representante de la compañía en eventos públicos porque era un gran orador. Es todo lo que dicen los documentos.

F.F.: ¿Por qué rayos el anonimato? Es decir, creo estaba a la altura de grandes escritores de su tiempo, no entiendo por qué no siguió escribiendo.

S.G.: Bueno, yo he leído su novela y, aunque soy químico, me parece que sí tiene méritos literarios. Por otra parte, no tiene fallos en cuanto a la teoría y los tratados científicos que contiene el libro.

F.F.: Por favor, maestro, deme algo. Una pista.

S.G.: Sólo una cosa. Después no habrá más preguntas. El hombre desaparece de los registros porque murió ese mismo año en el que dejamos La Ojuela.

 

IV.

El 20 de noviembre de 1910, mientras que en una banca en una estación de trenes en Apóstovo, Rusia, moría el genio León Tolstói, en México, se levantaba en armas el pueblo liderado por Francisco I. Madero contra el general Porfirio Díaz que detentaba la presidencia del país. A pesar del intricado desarrollo de este movimiento revolucionario y las cientos de compañías que se vinieron abajo con el desastre económico, Peñoles atravesó el conflicto y permaneció activa. Con el tiempo, se fueron sumando otras minas como las minas de Guanaceví, Santa Eulalia, Cerralvo, Minas Viejas, Minera Naica, Minera la Parreña, la Paloma, Cabrillas, la Agujita, entre otras.

En 1934, dos años antes de la desaparición del Sr. Cabeza, se organizó la Compañía Metalúrgica de Peñoles, S.A. con el objeto de operar las plantas metalúrgicas de la Compañía Minera de Peñoles, S.A. Ese mismo año el cineasta Fernando de Fuentes creó la primera película sonora de terror: El fantasma del convento. También, el historiador Daniel Cosío Villegas creó el Fondo de Cultura Económica, la editorial que publicó una colección de textos mexicanos titulada Antología de cuentos mexicanos del siglo XIX y XX, en la cual incluyeron un texto del Sr. Cabeza que lleva por nombre “Ácido sulfúrico”, un espantoso relato sobre un asesino que desaparece un cuerpo humano con esta sustancia. En los créditos de esta recopilación sólo aparece el Sr. Cabeza como un autor anónimo de principios del siglo XX. Cabe mencionar que el crítico Christopher Domínguez Michael  en un artículo publicado en 2008, en la revista Letras Libres, lamentó que el Sr. Cabeza no haya escrito nada más coetáneo a la Generación de Medio Siglo, con lo cual habría sido seleccionado para formar parte de su Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005).

Sobre la desaparición del Sr. Cabeza en 1936 hay pequeño detalle que no me deja de dar vueltas en la cabeza. En ese mismo año murió el escritor Federico Gamboa. No es la única coincidencia con el autor anónimo de Peñoles. Las novelas Santa y Bismuto fueron publicadas con apenas tres meses de diferencia. Además, las fechas en las que Gamboa estuvo “fuera del país” haciendo labor de embajador, coinciden con las publicaciones de los distintos textos firmados por el Sr. Cabeza en las revistas de su tiempo. No sé, ¿podría ser un heterónimo del escritor mexicano? Ya lo veremos.

Volvamos a la historia de la compañía. La empresa se fusionó con otras, obtuvo capital extranjero para su crecimiento, pero en 1961, gracias al apoyo del presidente Adolfo López Mateos para que las mineras del país fueran controladas por mexicanos, se fusionó una vez más dando lugar a Metalúrgica Mexicana Peñoles, hasta que en 1968, después de una larga evolución nominal y distintas fusiones con otras compañías nació el actual Industrias Peñoles, S. A., una empresa que ya tiene más de 100 años.

 

V.

Las conclusiones de mi investigación no son sólidas todavía. Mi libro de ensayos sobre escritores enigmáticos en México no estará completo hasta que termine el texto sobre el Sr. Cabeza, el más anónimo de los eruditos literarios del país. El libro Bismuto, encontrado en una librería de viejo, me mira desde la mesa de trabajo mientras redacto esto. Sólo hay una forma de poner punto final a mi proyecto.

En nuestros días, se puede decir que Peñoles ha empleado directamente a 14,656 personas alrededor de las distintas plantas que existen en el país. Ya he metido mi solicitud de empleo. Sólo estoy esperando la llamada protocolaria para la entrevista de trabajo. Mi plan no es imitar al Sr. Cabeza, sino descubrirlo, exponer su identidad a todos mis hermanos lectores que no pueden dormir pensando en el misterio. Sólo es cuestión de tiempo. Seré la mano derecha del señor G. y cuando menos lo espere, como un ninja, me escabulliré en los archivos oficiales de la compañía.

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Autor Lado B
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