Lado B
“Vivo con lo que necesito y así soy feliz”: Isidro, jornalero colombiano
 
Por Lado B @ladobemx
07 de marzo, 2014
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Camina siempre con la mirada hacia abajo, como si la vida, en su dureza, le enseñara a estar así, mirando ese suelo, que no es asfalto sino tierra y que lo mantiene vivo gracias al cultivo de alimentos. Busca siempre dónde aparcar una pequeña esperanza en forma de semilla, verla crecer, sufrir con los cambios de clima, recoger sus frutos y luego venderlos.

Isidro, como es habitual en los hombres dedicados al campo y a la soledad, en esos que viven a diario de su pequeño pedazo de tierra, no sabe leer ni escribir; a duras penas aprendió a sumar y multiplicar, pero sí que conoce bien qué es restar. Sin embargo, esa vida le enseñó que vivir es mucho más que los billetes llenos de tierra que guarda en el bolsillo de su pantalón.

Testimonio recogido por Arturo Buitrago en Medellín, Colombia | Desinformémonos

Yo vivo abajo, cerca del parque de San Antonio de Prado, uno de los corregimientos de Medellín, en una pequeña pieza que tiene una cocina, un cuarto y el baño; es suficiente para mí solo. Desde hace más de 15 años trabajo mi propia tierra; lo digo como propia porque aquí he sembrado y me he sembrado al lado de esas matas de mora que cultivo.

Todos los días subo a ese lote a pie. No vale la pena pagarle a un carro 7 mil 500 pesos para que me traiga, eso es mucha plata para todos los días. Salgo de la pieza tipo a las cinco de la mañana, y regularmente me demoro 40 minutos caminando sin afán; qué afán voy a tener, si yo mismo me mando.

Antes de llegar acá trabajé como jornalero en muchas de las fincas de este sector de Prado. Me pagaban bien poquito; y fue en una de esas jornaleadas que le trabajé a Jota, el dueño de toda esa parte de la montaña. Jota, para mí, fue un santo. Cuando jornaleábamos -porque él era de los que también cogía el azadón igual que nosotros para sembrar y abonar- y llegaba el momento para descansar, nos sentábamos a almorzar juntos y compartíamos la comida. Jota siempre le agradeció a su papá por haber comprado esta tierra. Él, como único hombre de los hijos tuvo que cuidarla y cultivarla; ésa fue su herencia.

Tomada de desinformemonos.org/

Tomada de desinformemonos.org/

Recuerdo mucho que Jota sembraba, además de los productos que más se vendían como el tomate, cilantro y cebolla larga, otros pocos comunes; recuerdo que una vez sembró dizque la comida para astronautas, unos cereales que cultivaban los indígenas, llamada quinua.

En una de esas jornaleadas me di cuenta de que Jota tenía un pedazo de loma donde no cultivaba nada, lleno de rastrojo y maleza, y fue cuando le dije que estaba cansado de trabajarle a otros donde pagaban bien poquito y le tocaba a uno lo más duro. Es que después de los 40 años uno empieza a sentirse más cansado y no rinde como cuando joven. Le propuse que me alquilara ese pedazo de tierra para trabajarla. El trato que realizamos fue entre buenos amigos: él me dejó organizar el terreno a cambio de que cada mes, en vez de arriendo, le diera el 10 por ciento de lo producido; para mí era muy bueno, ya que tendría independencia y no me preocuparía tanto por pagar una renta fija aparte de lo producido.

Jota tenía una camioneta blanca, cuadrada y muy grande, que en otro tiempo fue utilizada para transportar panes; en Prado solo había dos de esas. En ella bajaba los productos al pueblo y así mismo la cargaba con los abonos para sus matas y las mías; era muy bueno porque él no me cobraba el transporte para mi abono, sólo era que yo le ayudara a descargar los bultos de abono y ya. Además, el carro le servía para trasportar todo tipo de trasteos, era una entrada extra de dinero que le daba para invertir en sus cultivos, en especial cuando construyó ese invernadero al lado de la carretera.

Pero de esas cosas de la vida, hace tres años, un jueves, Jota no apareció en el cultivo y empezaron a buscarlo. Lo encontraron muerto dentro de su carro en Las Playas, una de las veredas de acá que queda por ese lado de la montaña. Lo habían asesinado unos muchachos que le estaban cobrando una plata que supuestamente debía, y como él insistía en que no le debía dinero a nadie, allí quedó; lo triste es que lo habían confundido con el dueño de la otra camioneta blanca que había en el pueblo.

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