Lado B
Un paraíso hondureño que no quiere volver a enojar al mar
 
Por Lado B @ladobemx
30 de marzo, 2014
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Thelma Mejía | IPS

Santa Rosa de Aguán, Honduras. En la desembocadura del río Aguán, en el Caribe hondureño, una comunidad garífuna, asentada en un paraíso natural y azotada hace más de 15 años por el huracán Mitch, da ahora ejemplo de adaptación al cambio climático.

“No queremos volver a enojar al mar, no queremos que nos vuelva a pasar lo que sucedió con Mitch, que se llevó muchas casas del pueblo, casi todas las que estaban a la orilla del mar”, dijo a IPS la lideresa comunitaria Claudina Gamboa, de 35 años.

Foto: Thelma Mejía  Tomada de ipsnoticias.net/

Foto: Thelma Mejía
Tomada de ipsnoticias.net/

Con parajes indescriptibles, casi como cuando llegaron a Honduras los primeros garífunas desde de la caribeña isla de San Vicente, el municipio de Santa Rosa de Aguán, en el departamento de Colón, fue fundado en 1886 y su población actual apenas supera los 3.000 habitantes.

Para llegar a este punto del Caribe central del país desde Tegucigalpa, IPS atravesó por unas 12 horas, total o parcialmente, al menos cinco de los 18 departamentos de Honduras,  hasta llegar a Dos Bocas, a 567 kilómetros al noreste de la capital.

Desde esa aldea en tierra firme, una pequeña embarcación conecta con Santa Rosa de Aguán, asentada sobre la arena, entre el mar y la desembocadura del Aguán, cuyo nombre en garífuna significa “aguas caudalosas”.

La mitad del camino en automóvil transcurre por pésimas carreteras, que se tornan amenazantes cuando oscurece. Pero al atravesar el río, entrada la noche, bajo un cielo estrellado y una brisa marina acariciando el pueblo, la travesía llega a su fin y deja de pesar.

Aquí culminó en 2013 un proyecto de recuperación de dunas, impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, a través del Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, por sus siglas en inglés), así como por la Cooperación Suiza para el Desarrollo.

Durante tres años, el proyecto buscó generar condiciones que permitieran a la comunidad adaptarse a los riesgos del cambio climático y proteger el ecosistema dunar.

Al frente estuvieron 40 personas voluntarias de la comunidad, casi todas mujeres, quienes visitaban a cada vecino, para concientizarlos sobre la importancia de proteger el ambiente y sobre los riesgos del cambio climático.

“Las decían locas, porque la gente creía que quienes trabajaban en eso eran tontos, pero yo les pedía: ‘No hagan caso, sigan adelante’. Ahora tenemos más conciencia y se vio que los vientos ya no pegan tan fuerte”, dijo a IPS Atanasia Ruíz, ex vicealcadesa del pueblo (2008-2014) y sobreviviente del Mitch.

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