Lado B
Los coyotes (polleros) salvadoreños ya lo saben: el que no paga no pasa
 
Por Lado B @ladobemx
28 de marzo, 2014
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Óscar Martínez | El Faro

¿Por qué Los Zetas, en dos masacres, asesinaron a 268 personas, la mayoría migrantes centroamericanos, mexicanos y suramericanos? La historia de algunos de los salvadoreños que murieron en esas carnicerías en el norte mexicano, la voz de uno de los patriarcas coyotes de El Salvador y algunos documentos apuntan a que todo fue parte de un proceso para hacer entender a los coyotes que o pagan o no pasan. Ni ellos ni sus migrantes. Las reglas han cambiado. Los más rudos del camino ya no son los coyotes.

El coyote volvió mucho antes de lo esperado. Normalmente se tardaba más de 20 días, pero en esta ocasión apenas habían pasado cinco o seis días desde que había cruzado la frontera entre Guatemala y México. Por eso se extrañó Fernando, el motorista del coyote en El Salvador, cuando recibió la llamada de su jefe. Era agosto de 2010, y el coyote pedía a su motorista que lo recogiera en la frontera San Cristóbal, del lado salvadoreño. Venía solo, sin ninguno de los seis migrantes que se había llevado. El coyote -recordó Fernando cuando contó la historia a la Fiscalía- regresó nervioso, sin explicar lo sucedido, dando excusas a medias: “Me mordió un perro”, recuerda Fernando que le dijo el coyote. A los días, Fernando sabría que al coyote no lo mordió ningún perro en México. Lo mordió algo mucho más grande.

* * *

Foto:  AFP Tomada de elfaro.net/

Foto: AFP
Tomada de elfaro.net/

El miércoles 25 de agosto de 2010, los periódicos de El Salvador amanecieron con esta noticia en sus portadas: “Encuentran 72 cadáveres en un rancho en Tamaulipas”. Un muchacho ecuatoriano de 18 años había llegado la madrugada del día 23, cansado y herido de bala en el cuello, hasta un retén de la Marina mexicana. Había dicho que era sobreviviente de una masacre perpetrada por los amos y señores del crimen en ese Estado norteño de México, Los Zetas. Los marinos ubicaron el lugar y llegaron hasta un municipio llamado San Fernando y se internaron hasta un ejido llamado La Joya, en la periferia del corazón de ese lugar. Ahí, afuera de un galpón de cemento con apenas techo, encontraron a un comando armado. En medio de la nada, a la orilla de una callecita de tierra, se enfrentaron a balazos. Murieron tres pistoleros y un marino. Huyeron los demás pistoleros. Entraron los marinos y vieron lo que había dentro del galpón: recogidos contra la pared de cemento como un gusano de colores tristes, amontonados unos sobre otros, hinchados, deformados, amarrados, un montón de cuerpos. Masacrados.

Los cuerpos de 72 migrantes asesinados por sus captores en un rancho en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010. Foto AFP

Los cuerpos de 72 migrantes asesinados por sus captores en un rancho en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010. Foto AFP

Gracias al testimonio del ecuatoriano sobreviviente, un muchacho de nombre Luis Freddy Lala Pomadilla, al día siguiente los periódicos hablaron de migrantes masacrados. Poco a poco, día a día, la noticia se confirmó: 58 hombres y 14 mujeres migrantes de Centroamérica, Ecuador, Brasil y la India habían sido masacrados por un comando de Los Zetas.

* * *

Fernando —el motorista— asegura que el día que la noticia salió publicada en los periódicos de medio mundo, recibió una llamada del coyote.

—Me voy. Si viene la Policía, vos no me conocés —dijo el coyote.

—¿Por qué?

—¡Ah! Vos no sabés nada de mí.

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