Lado B
Vivir en Coatzacoalcos: la paranoia del secuestro
La red delicuencial y la inseguridad son quizás las únicas bien establecidas desde hace años
Por Lado B @ladobemx
17 de febrero, 2014
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Hace tres años, Luis Roberto Castrillón documentó la inseguridad que comenzaba a permear en Coatzacoalcos, y la paranoia de sus habitantes ante la posibilidad de un secuestro. Era 2011 y ya operaban redes de delincuencia que elegían a sus víctimas dentro de los antros. Tres años después la situación sólo ha empeorado. Así lo reportó también en su momento Gregorio Jiménez de la Cruz, el periodista secuestrado y asesinado hace pocos días.

Las líneas a continuación hablan de un Coatzacoalcos antiguo pero vigente, un municipio del peligroso estado de Veracruz, en el México de no pasa nada.

Luis Roberto Castrillón*

El taxi circula por la avenida Independencia, una de las calles más conocidas de esta ciudad, en cuyas estaciones de radio solía escucharse hace un par de décadas de forma común la frase “Coatzacoalcos, la ciudad de las grandes avenidas”. No lleva música.

La conversación ameniza y a la vez provoca tensión durante el recorrido antes de llegar a uno de los más famosos bares de tabledance del puerto petroquímico veracruzano: “…no, aquí está tranquilo”. La bronca está en otro antro –y menciona un nombre que apela a reptiles. “Ahí sí. Llegan en la madrugada, sacan a todos los que estén y hacen su fiesta”.

El chofer se refiere a los de la “última letra”, la forma velada en que quienes fueron proporcionando información a lo largo de la visita a Coatzacoalcos usaron siempre para referirse a los casos de levantones y secuestros que se han convertido en parte de las conversaciones de familias, grupos de amigos y compañeros de trabajo de esta ciudad.

La gente de esta ciudad leía hace apenas unos meses con asombro las notas policiacas de los periódicos de Veracruz, pensando que los casi 270 kilómetros que los separan del puerto iban a mantener también a distancia la violencia y el miedo.

El dato del taxista sólo falla en una cosa: el sitio a visitar no destaca entre las historias de violencia y secuestro debido a enfrentamientos, tiroteos, ocurridos en su interior, o por ser utilizado directamente por grupos delictivos para armar sus festejos. Aquí la cosa es distinta: es uno de los centros de selección de posibles víctimas.

Meseros y bailarinas se encargan de realizar una especie de casting entre los parroquianos, buscando opciones para quienes luego se encargarán –mínimo- de preparar una extorsión o armar un levantón de una noche, con tortura incluida, o un secuestro, según la información que les sea proporcionada.

El ambiente no difiere mucho de sitios similares: en medio de lásers que dibujan flores y tréboles de cuatro hojas, en neones verdes y rosas, el cuerpo de una mujer se contonea mientras comparte y parte pista con un joven ataviado en jeans, botas vaqueras y cinturón piteado.

Con total desenfado él se deja llevar pareciendo más preocupado por acariciar lo que pueda del cuerpo que aprieta, que de quienes lo vean convertido en parte del show.

Luego lo interrumpen los turnos que a lo largo de la madrugada van tomando el resto de las bailarinas, cuya desnudez, sumada al alcohol de las cubetas de cerveza y algún whisky o vodka por ahí servido, conforman el adormecedor encanto que provoca a los parroquianos soltar la lengua con facilidad.

secuestroAhí, languideciendo por el alcohol o excitados ante la posibilidad de la aventura con el cuerpo que les provoca el calor, ni se enteran que se toma nota de sus nombres, profesiones y sitios de trabajo. También del monto de las cuentas pagadas: la capacidad de derroche. También va la marca del reloj, de los zapatos, e incluso del automóvil en el que llegaron. La información será útil después, se intercambia por seguridad y beneficios.

Todavía a principios de año era común ver en las camisas de la clientela del lugar los logotipos de Petróleos Mexicanos o de alguna de las empresas de la industria petroquímica que hace más de 40 años se asentó sobre la arenosa ciudad para descomponer la calidad del aire, hoy minado con el aroma de amoniaco y azufre; de las aguas del río Coatzacoalcos y de las playas oscurecidas por el aceite y una variopinta marejada de desechos industriales

Reconocidos por su propensión a soltar la cartera, los clientes asiduos se comenzaron a convertir, junto con sus familiares y amigos en víctimas potenciales. Sus nombres y datos ocupan listas de espera en las que incluso se obliga a los secuestrados a confirmar datos, palomear o señalar nombres. Es parte de la negociación, de las condiciones para ser liberados.

Vivir al filo, entre “La Cangrejera” y “Pajaritos”… o el secuestro

La carretera que entra a Coatzacoalcos, viniendo del sureste del país, ofrece un paisaje poco agradable a la vista: cientos de tanques con toneladas de gases y líquidos flamables o de alta toxicidad –su inhalación puede provocar la muerte en minutos-, kilométricas redes de tuberías de distintos volúmenes por debajo y por sobre el terreno, válvulas de desfogue y chimeneas que arrojan sus humos al aire libre desde hace casi medio siglo conforman un mapa de estructuras metálicas que dan vida a lo que solía llamarse el “emporio petroquímico de Latinoamérica”.

Trabajar en las plantas de procesamiento de hidrocarburos y otros compuestos químicos de los complejos industriales es una profesión que conlleva desde un mediano hasta un alto riesgo. Las medidas de seguridad dentro y en derredor de las instalaciones han permitido el funcionamiento de lo que por las noches, iluminado por las llamas de los quemadores de gas y la red eléctrica que las mantiene en funcionamiento incluso más allá del día, pareciera una ciudad del imaginario cinematográfico postapocalíptico.

Los cursos de protección civil y prevención de accidentes, así como en manejo de emergencias y crisis son algo común entre los empleados de los complejos “La Cangrejera” y “Pajaritos”, entre otras plantas industriales que dan la bienvenida a una ciudad cuya economía surgió y ha subsistido de los ingresos de los miles de obreros y especialistas que laboran en la zona.

Estar alerta ante cualquier riesgo de accidente en las plantas no es sólo común, sino parte de la vida normal de quienes pasan desde las ocho horas de un horario base, hasta 12, 14 o incluso semanas completas de guardias y labores.

Las historias de obreros que han caído desde lo alto de un tanque o chimenea a la que daban mantenimiento, de un envenenamiento por exposición a gases tóxicos, no son muchas, algunas incluso son solo rumores que con el tiempo se han convertido en verdades a medias que se aceptan como realidad absoluta.

Hoy día las historias suman una nueva variante: el secuestro o levantón de elementos del personal de los complejos industriales. Al riesgo para la salud física de vivir en la ciudad contaminada o entre su red petroquímica se suma ahora el de la violencia que el crimen organizado ha comenzado a detonar con la operación abierta de grupos de secuestradores.

El grado de temor causado por los casos conocidos de plagios en la ciudad ha llevado a los trabajadores de la industria petrolera y sus derivados a estrategias de prevención que podrían en otro lado parecer tan simples o irrelevantes como cambiarse de camisa.

Empresas como la paraestatal Petróleos Mexicanos han promovido entre sus empleados y a petición de éstos, cambios en los uniformes. Aquellos que revelaban por sus colores o texturas la categoría de puestos de mando y por ende el nivel de ingreso, se han quedado guardados en los roperos de las casas o confinadas a su uso solamente dentro de las instalaciones de la zona industrial.

Los mandos medios y directivos de Pemex, desde este año, han dado por recurrir más a los clásicos uniformes color caqui que los hacen confundirse entre los miles de obreros de menor salario, que por las prendas que antes los hacían destacar.

Desde el malecón

Enfundado del cuello a la caña de las botas oscuras en el uniforme común, uno de los ingenieros detalla las medidas precautorias que ahora han tenido que tomar, mientras acompaña un recorrido por el malecón de Coatzacolcos, territorio marcado por la arena oscura y una costa contaminada ahora también por el miedo.

El panorama a pleno día muestra las fachadas de los restaurantes y bares que antes se llenaban por las noches, pero que han comenzado a ver sus ganancias disminuidas por la falta de clientela.

Algunos incluso han cerrado.

Tomada de cocktelera.com.mx/

Tomada de cocktelera.com.mx/

“Es que ya no es como antes. Sí, todavía llega gente al malecón por las noches, pero no igual”, cuenta su acompañante, con casi cuatro décadas de vida en el puerto, donde las enfiestadas nocturnas a lo largo del paseo costero han sido y son uso y costumbre local.

Mira y señala hacia el frente, con una nostalgia adelantada hacia eso que parece ver perdido si la criminalidad termina por asentar sus reales en la ciudad.

Coatzacoalcos puede parecer un lugar deprimente o aburrido para quien lo visita, un simple pueblo lleno de trabajadores de Pemex, pero para sus habitantes es el sitio donde han construido una vida donde la fiesta, como en la mayor parte del sur-sureste del país, es la constante para el desfogue de las tensiones y la falta de las opciones de entretenimiento y ocio tan comunes en las grandes ciudades.

De todos los sitios donde puede “darse la fiesta” en Coatza, como la llaman sus habitantes, el malecón es punto de reunión por excelencia. Su crecimiento y desarrollo, tanto comercial como inmobiliario, obedece a ser el ombligo de la diversión.

“Ahora hay que pensarle mejor a dónde se va en la noche… y si no es cierto que pase algo, ya con los rumores que luego pasan por el twitter y el facebook, con las camionetas polarizadas que se pasean por el malecón, con las balaceras que ya han ocurrido, pues gana el miedo”, añade.

El primero lo confirma: “por ejemplo, ahora, algunos de los directivos y los ingenieros que se la pasaban en el table los fines de semana o se perdían en la borrachera de la quincena aquí en el malecón, mejor usan las palapas -de pequeños salones de reunión de Pemex- que están cerca de las plantas (industriales). Se ponen de acuerdo, llevan sus tragos y sus hieleras y ahí hacen la fiesta. Luego a casita y listo. Para qué arriesgarse”.

“Ahí está el caso de la muchacha que alcanzó a escaparse cuando la llevaban en la cajuela de su propio coche, es pariente de una amiga y esposa de un ingeniero de una de las plantas donde trabajamos”, cuenta al referirse a la nota que causó más revuelo este año tras ser publicada.

La historia con la que ejemplifica parece convertirse en lección para muchos. La mejor estrategia ante la eventual inseguridad es pasar con bajo perfil, cambiar de hábitos, tanto en lo que la palabra refiere a costumbres, como a vestimenta.

“Si los plagiarios no lo agarran a uno directamente, también se pueden ir sobre los familiares, lo que importa es la negociación por el rescate, independientemente de a quién se levante”, comenta otra fuente.

“Escapa de sus plagiarios”

Como pudo, la mujer alcanzó a abrir el guardaequipaje y saltar del auto en movimiento mientras pasaba un tope. Un taxista que circulaba atrás fue el primer sorprendido, teniendo incluso que volantear bruscamente para no atropellarla.

Después sería auxiliada por vecinos de la colonia Rancho Alegre II, donde logró liberarse y finalmente ser resguardada por elementos del Ejército Mexicano que respondieron ante una llamada que reportó el hecho, detalla entre otros datos la nota publicada en marzo pasado en los periódicos de Coatzacoalcos y varios a lo largo del estado de Veracruz.

Tomada de radiover.info

Tomada de radiover.info

Según los reportes de vecinos de la zona donde ocurrió el plagio, momentos antes de que la víctima del secuestro pudiera escapar, una camioneta de la Policía Intermunicipal que luego saldría disparada a perseguir a quienes intentaron llevarse a la mujer, habría abierto el paso al automóvil en el que iba encerrada.

La noticia del intento de secuestro contra la esposa de un empleado de Pemex sería, públicamente, uno de los hechos que comenzó a generar preocupación entre algunos sectores de la población de la ciudad veracruzana.

Luego vendrían los rumores y las denuncias de más casos: igual en la ciudad puerto, en zonas cercanas como Aguadulce, Allende, Alvarado, Nanchital o Minatitlán, pero principalmente en Coatzacoalcos, donde más allá del rumor, está la realidad: grupos relacionados con los Zetas y otras organizaciones delictivas comenzaron a reforzar su presencia y actividad en la zona, donde encontraron un filón de posibles víctimas más allá de los inmigrantes centroamericanos.

Más allá de los inmigrantes

El testimonio de una víctima de secuestro coincide con información obtenida en fuentes oficiales: los grupos dedicados al secuestro de inmigrantes de origen centroamericano que viajan a lo largo de México para llegar a la frontera con Estados Unidos, han dado un giro de tuerca a sus actividades en la zona sur de Veracruz y principalmente ahí: en el puerto petroquímico.

Desde el puente “La Joroba” donde confluyen puntos de entrada y salida de Coatzacoalcos, puede verse cada semana la llegada del lomo acerado de “La Bestia”, el tren en el que se han transportado miles de inmigrantes desde el sureste de México, provenientes de países como El Salvador y Guatemala, durante años.

Desde ese sitio, Alejandro Solalinde, el sacerdote de Ixtepec, Oaxaca, ha demandado mayor seguridad para los centroamericanos a su paso por México. El misionero y encargado del albergue “Hermanos del camino” le dejó incluso una denominación a la ciudad: “la capital del secuestro de inmigrantes”.

Lo señalado por Solalinde es congruente con informes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), que refieren esta ciudad como un punto de actividad de plagiarios de los centroamericanos que entran a México.

Lo que el religioso no señaló es que lo que llegó después: el secuestro en la ciudad ha dejado de tener como víctimas exclusivas a quienes llegan a bordo de “La Bestia”. Los grupos delictivos han modificado sus procedimientos y enfocado sus baterías también hacia la gente de la ciudad. Han encontrado un filón más para delinquir y obtener mayores ganancias.

Estos grupos de plagiarios estarían dividiéndose en células que operan por etapas y por regiones de la ciudad y los municipios cercanos para ampliar su área de influencia. Solo en Coatzacoalcos operarían por lo menos tres grupos que basan su actividad principal en el plagio y que compiten por la plaza de la ciudad con grupos dedicados específicamente al tráfico y distribución de drogas.

Estos grupos actúan además con elementos asignados a tareas específicas: quienes levantan a la víctima, los encargados de la vigilancia mientras el secuestrado permanece recluido en la casa de seguridad y quienes se encargan luego de colectar el dinero de los rescates.

Los secuestros pueden también dividirse en etapas. Si en una primera ronda de negociaciones no se llega a un arreglo con los familiares o quienes intervengan a favor del secuestrado, se establece una segunda ronda o más de negociaciones que implicarán además que quienes están a cargo de la víctima sean relevados.

Dichos relevos tienen como consigna ser más drásticos y radicales, y pueden también ser sustituidos por otro grupo más, llevando la negociación hasta las últimas consecuencias.

En esta vertiente del secuestro en el sur de Veracruz que parece incrementarse, se ha señalado también la presunta participación de elementos de la Policía Intermunicipal de Coatzacoalcos-Mintatitlán- Nanchital y  Cosoleacaque, como auxiliares de los plagiarios.

Los señalamientos hacia presuntos casos de corrupción entre los elementos policiacos han generado  la detención y aseguramiento de algunos de ellos. El último de los casos ocurrió con la captura de tres de agentes de esa corporación el 24 de julio pasado, involucrados en el secuestro de un elemento del Ejército Mexicano.

Un par de días después, un grupo de secuestradores fue detenido en Minatitlán, municipio prácticamente conurbado con Coatzacoalcos, cuyos integrantes presuntamente tendrían nexos también con la Policía Intermunicipal.

Tomada de revoluciontrespuntocero.com/

Tomada de revoluciontrespuntocero.com/

La detención de ese grupo de secuestradores, está directamente relacionada con el plagio de un joven empresario de Coatzacoalcos, quien fue liberado por el Ejército Mexicano en el operativo que también detuvo a los plagiarios, también a finales de julio pasado.

Este último caso revela que las versiones de hechos delictivos que corren entre los habitantes de la ciudad, los trabajadores de la zona industrial petroquímica y los ya menos asiduos clientes de centros nocturnos y bares de tabledance tienen más de realidad que de invención por lo que alguien podría llamar histeria colectiva.

En menos de dos meses, julio y lo que va de agosto, hubo otros cuatro secuestros confirmados, pero no denunciados públicamente ni ante las autoridades, en una zona de alta plusvalía de la ciudad; de hecho, ocurridos prácticamente a vecinos de una misma área residencial.

Con excepción de quien fue liberado por el Ejército Mexicano, los otros cuatro plagiados prefirieron reservarse de exponerlo públicamente ante el miedo de posibles represalias por parte de sus captores o ante la incertidumbre de acercarse a las autoridades policiacas, de las cuales desconfían plenamente.

Sin embargo, los coatzacoalqueños intentan mantener la calma. Su vida sigue transcurriendo entre las horas en las oficinas de Pemex, de alguna otra planta industrial, de una constructora, de un distribuidor de materiales, de proveedores de insumos diversos y las que dedican al ocio: pasear por el malecón, visitar el centro comercial, e incluso, algunos, darse el lujo de aparecer presumiendo sus posibilidades económicas en las secciones de sociales de los medios de información locales.

Algunos logran sostener sus estilos de vida con los ingresos que obtienen en el trabajo y otros más inflan las tarjetas de crédito. Pierden, en medio de la realidad que los acecha, la perspectiva de que podrían convertirse en víctimas: relatan lo que saben directamente o han escuchado de los casos de secuestro, pero juran y se persignan diciendo, como tratando de convencerse a sí mismos y no al interlocutor, de que no les pasará a ellos.

“Pues sí, dicen que ya están pasando cosas aquí, pero en comparación con otros lugares está tranquilo. Yo eso veo”, apunta el chofer del taxi mientras circula en la madrugada, tratando de ganarse la confianza de los pasajeros, en una ciudad donde antes el único riesgo mayor era hartarse del olor a químicos o intoxicarse con un pescado proveniente del río Coatzacoalcos.

*Este texto fue publicado originalmente en Milenio semanal en el 2011, y se reproduce con autorización del autor.

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Autor Lado B
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