Amira George

Cada persona tiene un lado oscuro, ese en el que nos sumergimos de vez en cuando para pensar cómo nos vengaríamos de esas personas que nos lastimaron, las diversas formas en las que podríamos morir o demás cosas que pudieran parecer un poco psicópatas pero que de pronto pensamos. Hay ocasiones en las que es fácil olvidar que todos tenemos este lado oscuro sobre todo si somos conocidos por cosas alegres.

Es por esto que, acostumbrada al color y música de Glee, había olvidado lo retorcido que puede ser en ocasiones Ryan Murphy, sí, el mismo que en 2003 creó Nip/Tuck, y llevó a la pantalla la maravillosa Running with Scissors. Aunque el lado oscuro que mostró previamente no se compara en nada con su más reciente creación.

Desde hace mucho había escuchado hablar de American Horror Story, pero por una u otra razón no me había dado el tiempo de verla, tal vez sea que la imagen del hombre vestido todo de cuero me genera una sensación de incomodidad y kinky que la verdad no estaba lista para lidiar todavía.

Pero después de pasar los últimos tres días de mi vida pegada a la pantalla viendo las primeras dos temporadas y lo que va de la tercera, sólo puedo decir que es digna de la espera.

Cada una de las temporadas se enfoca en una sola historia sin continuidad en las siguientes, lo único que se repite entre temporadas es la presencia de algunos actores icónicos –Jessica Lange, Frances Conroy— y otros jóvenes que han dado de que hablar –Evan Peters, Taissa Farmiga– pero cada uno representa personajes diferentes con el cambio de trama.

A mi parecer la primera temporada es la mejor lograda si hablamos de cosas de “miedo”. La historia, como en muchas otras del género, empieza cuando una familia se muda a una casa que está invadida por espíritus -aunque claro, esto no lo saben los nuevos inquilinos a su llegada.

Poco a poco vamos descubriendo las historias de las almas que se quedaron atrapadas al morir en esta casa, y mientras vemos cómo una familia aparentemente perfecta se va desmoronando hasta quedar echa pedazos.

La segunda también tiene sus méritos, no se puede negar. Esta narra la historia de un manicomio operado por la iglesia católica en los años sesentas, y aunque esto pareciera sencillo se logra una mezcla de nazismo, perversión religiosa, posesiones demoníacas y claro siempre un toque de gore, que le da un sabor medio spooky. Más que de “miedo”, esta historia es de suspenso, de descubrir quién es el malo y quién pagará las consecuencias.

Ahora la tercera temporada se centra en la historia de un grupo de brujas jóvenes en un instituto que les enseña cómo manejar sus poderes; un poco de Hogwarts con un poco de gore. El gore es esencial en la serie, como se podrán dar cuenta.

Prefiero no dar más detalles del desarrollo de cada una de las historias, en especial de la primera temporada, porque ese es parte del sabor de la serie, ese momento en el que acaba un capítulo y no puedes evitar ver uno más para ver si dan más pistas.

Curiosamente la parte más terrorífica es la secuencia de créditos; para cada temporada se hacen las adaptaciones dependiendo de la trama, y sinceramente la del manicomio me dejó perturbada un buen rato.

Otro de los grandes logros de la serie es que le puede gustar incluso a las personas que no somos muy fan de las películas de terror, porque tiene ciertos elementos más tirando al suspenso que la hacen digerible, pero claro con un poco de sangre y viseras de vez en cuando, nada demasiado exagerado, todo llevado de una manera muy sutil.

En lo que respecta al elenco hay actores no tan conocidos, otros que sí, y todos de verdad ayudan a transmitir esa vibra de “ya nos cargó la chingada”, necesaria para historias de este tipo. Como siempre hay una luz que brilla más y en este caso es Jessica Lange, quien ya es una de las grandes damas del cine norteamericano, y aquí da muestra de por qué lo es.

Como cuando te enteras de un secreto de alguien que conoces, creo que la próxima vez que vea Glee no la podré ver igual, luego de pasar un fin de semana sumergida en el lado oscuro de su creador, y gustarme estar ahí.

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