Lado B
Ser y ensayo (opinión)
 
Por Lado B @ladobemx
01 de noviembre, 2013
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Julieta

Julieta Lomelí Balver*

@julietabalver

Hablar en primera persona es siempre una terapéutica para sanar pecados literarios. Quizá el lector no se encuentre en el ánimo de escuchar las confesiones de un articulista, si acaso un aprendiz de ensayista que escribe en un periódico: el medio no hace al género. El lector podría soportar egolatrías por parte del autor, o dejar de leer en este punto en que el escritor exige a gritos una mínima atención a sus demandas y conflictos personales. Siendo honestos, a menos que seamos los desgraciados autores fantasmas del libro de un diputado, redactemos un reporte estadístico para el INEGI o un resumen de los valores de la nación, el escritor generalmente no dejará de hablar desde su propia experiencia y por más distanciado que pretenda mostrarse ante el tema desarrollado, sus textos siempre tendrán un mensaje, quizá sublimado, de sus intereses más originarios.

En alguna entrevista, George Steiner, confiesa que jamás ha logrado ser un narrador excepcional y sus páginas de ficción siempre se convirtieron en “alegorías de argumentos, de ideas puestas en escena”, porque al final, él siempre ha sido más bien un ensayista. Y si bien muchos académicos no dejan de usar a Steiner como un fin práctico tan sólo para una docena de personas en un coloquio y dos de sus becarios más oportunistas, Steiner es un pensador auténtico, al menos en el sentido moral del término, un escritor que no sólo pretende construir y remover edificios conceptuales, sino también “exponer una doctrina, una creencia, una convicción”, tomar postura frente a algo, dejar un mensaje que formule al menos un cambio interior.

A Steiner no lo podemos pensar como el típico académico con poco talento para escribir y que no sale de darle vueltas al mismo tema durante años, pero tampoco podemos etiquetarlo –en el malentendido lugar común- de sentirse un ensayista literario: que se pierde y se encuentra, que no sabe a dónde va con sus palabras, como si se “dejará guiar” por el lenguaje, y que el título de “literario” justificara una escritura fundamentada en una serie de disparates, que no van hacia ningún lado.

Quizá Steiner es sólo el ejemplo de un buen ensayista, un escritor a secas que está más allá de cualquier discusión banal por ser etiquetado en un género -seguramente a estas alturas a él ni siquiera le quita el sueño saber si en algún momento le darán o no el Nobel de Literatura-. Es un pensador que logra combinar la escritura académica, ésta que es mar y da hondura para submarinos de alto nivel, y la escritura literaria, una oportunidad para los más creativos, un talento de pocos, que se escapa del estilo tedioso que la mayoría de la redacción escolar posee.

El ensayo consta de ciertas virtudes que a la narrativa no se le podrían exigir, una de ellas es la toma y defensa de ciertas posturas, la exposición de ideas y el afrontar un compromiso con dichas ideas. Mientras que una novela, un cuento o un poema pueden o no estar ideologizados, el ensayo es siempre la defensa de una causa: buena, mala, inmoral, ética… ya el escritor juzgará cual sostener.

En lo personal, y regresando al estilo confesional que el ensayo generalmente tiene, prefiero a los ensayistas que aportan un mensaje comprometido, que develan una postura crítica en sus palabras, a los hipócritas que se siguen escondiendo en la neutralidad, en la moral de esclavo, sí, una moral subordinada a la moda, a defender lo que todos defienden, a repudiar lo que todos repudian, y a leer lo que todos leen. Una moral castrada que sólo se desenvuelve a partir de una escritura cobarde. Estoy harta de la escritura diplomática, del ensayo que no tiene valor para tomar una posición clara, que se mantiene en las apariencias y en juzgar por encima, sin meter las manos al fuego.

Gottfried Benn, un poeta y ensayista rebelde, diría que en sus años de juventud –cuando era un psiquiatra del montón- llegó a hartarse de los diagnósticos y las patologías mentales, porque ninguna respetaba la individualidad, reduciendo las distintas personalidades, sentimientos, traumas y genialidades en una sola esquizotimia. ¿Cómo seguir viviendo en una comunidad en donde la medicina ortodoxa aniquila al yo, considerando que la incapacidad del individuo para adaptarse y aceptar el mundo, es uno más de tantos desordenes psíquicos? Benn abandona su carrera de médico para dedicarse a la escritura.

El buen ensayista no puede ser políticamente correcto, o al menos no siempre, porque toda escritura se enraíza en este yo individualizado, un ‘yo’ que afortunadamente puede desprenderse de la opinión pública, enlodarse en sus dogmatismos, hundirse en el dilema y salir airoso a la superficie, con una nueva interpretación: una escritura desesperada, intempestiva, que logre abrir una hendidura en un antiguo concepto, una llaga aunque sea pequeña, desde la cual se pueda mirar otra superficie.

El ensayo es también una forma de expresar la fuerza y potencia del yo, de abrirnos a la tolerancia y al compromiso hacia el otro. Gottfried Benn habla del ‘yo’ como “la estructura que refuerza un estado particular con una fuerza equiparable a la gravedad del soplo sobre un copo de nieve”. En el ensayo pasa algo parecido, asistimos al lector, dialogamos con él, venciéndolo con palabras, derrumbando sus prejuicios con un soplo de elocuencia, persuadiéndolo a tomar una creencia o poniendo a prueba sus convicciones. Pero lo anterior sólo se da, si el ensayista que escribe, logra desarrollar un yo enérgico: que nos haga sentir la carne expuesta, “la creación bajo la violencia de la nada”, y si se puede, por un momento, la disolución de nosotros mismos, de nuestro propio yo. Todo esto con la exigencia de una regla básica: el ensayista ejerciendo un constante compromiso con su lector.

Escribir ensayo es también una forma de comparecencia ética, de consideración hacia el otro.

Julieta*Julieta Lomelí 1988. Es Maestra en Filosofía por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Desde hace cuatro años ha publicado en La Jornada Aguascalientes, Página 24, Milenio Puebla y en diversas revistas literarias. Si bien en la actualidad vive para escribir, se ha planteado como meta  vivir de escribir y comenzar a mandar facturas.

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