PUERTO AYACUCHO, Venezuela. A bordo de lanchas rápidas, improvisando campamentos o en tratos con las comunidades indígenas, es ostensible la presencia de las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la Amazonia de Venezuela.
“Los vemos de tarde en tarde pasar por aquí en alguna lancha, vestidos de verde, armados, llevando provisiones”, dice a IPS un veterano lanchero, Antonio, frente a las plomizas aguas del río Cuao, que van a dar a la margen derecha del Orinoco Medio, en el sureño y limítrofe estado de Amazonas.
Unos 100 kilómetros al sur, en Maroa, poblado de 2.000 habitantes junto al fronterizo río Guainía, “cuando llega la comida de Mercal (distribuidora gubernamental de alimentos subsidiados) una parte se va con los muchachos de las FARC”, relatan colaboradores del obispo José Ángel Divassón, vicario apostólico de Amazonas.
También en Atabapo, otro poblado fronterizo, “las FARC imponen orden y evitan los robos”, mientras que en comunidades indígenas “buscan establecer campamentos y reclutar muchachos a los que les ofrecen llevárselos por tres años”, aseguran.
Selvático, con abundantes y caudalosos ríos y rico en minerales, Amazonas es el saliente sur en el mapa venezolano, de 184.000 kilómetros cuadrados y con 180.000 habitantes, de los que 54 por ciento se censaron en 2011 como pertenecientes a 20 etnias indígenas.
La presencia de grupos armados de Colombia viene a ser el más nuevo de los castigos para esta región ya maltratada por el aislamiento, las carencias de servicios públicos y el desinterés electoral (por su escasa población) y económico desde el poder central.
La vulneración de su ambiente y de los modos de vida y supervivencia de sus pueblos indígenas tiene larga data. La minería aurífera informal es la más visible.
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