Lado B
Arts & Crafts o a cada quien su política cultural
Evitemos desde ahora el rasgarnos las vestiduras cuando escuchamos “mercantilización” o “dinero” junto a “arte y cultura”. Que nos quede clara una cosa: de una u otra forma, en el mundo del arte y la cultura siempre se ha vendido algo, aunque ese algo sea el ego del artista.
Por Lado B @ladobemx
01 de noviembre, 2013
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

Evitemos desde ahora el rasgarnos las vestiduras cuando escuchamos “mercantilización” o “dinero” junto a “arte y cultura”. Que nos quede clara una cosa: de una u otra forma, en el mundo del arte y la cultura siempre se ha vendido algo, aunque ese algo sea el ego del artista.

[Vender (verb) / Sinónimo coloquial de convencer: “vender a otr@ una idea, ideología o proyecto”].

Recordemos por ejemplo a los grandes maestros del Renacimiento quienes fueron parte de un sistema de mecenazgo que los hacía “venderse” en ocasiones al capricho de sus patrocinadores: Miguel Ángel, dedicado en un primer momento a la escultura, da un giro a la pintura –específicamente para decorar La Capilla Sixtina– por encargo del Papa Julio II, apodado “Il Terrible”. Como éste, la historia del arte da cuenta de infinidad de casos donde, en aras de su mera subsistencia, los artistas se han sometidos a los designios de terceros. El artista –y los gestores culturales-, como cualquier ser humano, siempre ha tenido la mala costumbre de comer y pagar renta…

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Insertar pie de foto: Mano de dios (2008) de Pruxo. Fotomontaje basado en detalle de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported

Sin embargo, cuando hablamos de una industria cultural[1] asumimos de forma más natural que las obras o productos generados por ésta sean intercambiados por dinero –a menos que nos refiramos a excepciones anarquistas como Róbate este libro de Abbie Hoffman [2]. Incluso en estos casos, cuando un libro –publicado por la “industria editorial”- alcanza la lista de los más vendidos, se desestima como producto de poco valor cultural o intelectual. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de El Código DaVinci o la serie de Harry Potter de J.K. Rowling que son considerados por muchos como literatura light. Sobre el joven brujo de Hogwarts, Mario Vargas Llosa, en un programa de TV brasileño, decía que “siempre ha existido junto a la literatura seria, una literatura de puro entretenimiento […]. Yo creo que esa literatura es una literatura totalmente pasajera, totalmente efímera, a veces muy divertida, entretenida”. El tiempo dirá si Varguitas tenía razón.

O, por si quedaran dudas, pensemos en el “cine de arte” como oposición al cine comercial: el primero es aplaudido en festivales internacionales y sus resultados asumidos como “obras maestras”, mientras el segundo es criticado por ser producto de enajenación, de puro divertimento y distracción.

Ahora bien, como quedó establecido en un principio, esos hombres y mujeres que escriben y publican libros, componen música o crean imágenes en distintos soportes y con diferentes materias primas, necesitan de medios para sobrevivir y pagar cuentas. Por lo tanto, esa idea romántica del artista bohemio que muere de tuberculosis o se suicida en medio de un cuartucho es eso precisamente, una imagen romántica que una gran mayoría de artistas en el siglo XXI busca evitar[3].

A pesar de lo anterior, parecería que ciertos intelectuales, gobiernos, instituciones del arte -y un amplio sector del público (de)formado por uno o todos los anteriores- pugnan de distintas formas y por diversas causas por hacerse de productos de forma “gratuita” pues, como también se ha mencionado antes, para estos actores una obra que es mercantilizada pierde su valor y/o se le encasilla dentro de la “cultura de masas”, la cual, sobra decirlo, consideran en una categoría menor.

En ese sentido, ¿cómo evitar entonces la paradoja de rentabilidad vs el riesgo de que la cultura se transforme o entienda como un commodity[4] y pierda su valor simbólico? Dos caminos que me parecen pertinentes tienen que ver, en primer lugar, con la educación para con y la comunicación con la sociedad que experimenta estas expresiones culturales. En segundo lugar, con el enfoque que el Estado asume con respecto a las industrias culturales y la cultura en general.

Con respecto a la educación –y sin entrar en debates y defensas sobre el valor de ésta para el bienestar general de las sociedades- es urgente la sensibilización de públicos ante la complejidad de la creación y desarrollo artísticos. En otras palabras, comunicarle a la gente que asiste a una obra de teatro, que acude a una exposición, que visita un museo, etcétera, que detrás de todo aquello hubo un trabajo importante para que él o ella llegara a ese lugar y tuviera un momento de disfrute o catarsis; hacerle saber que la “entrada gratuita” exigió un esfuerzo humano, logístico y creativo –dinero al fin y al cabo- y que además, en el caso de un evento o recinto administrado por cualquier nivel de gobierno, el costo lo cubrió previamente al pagar impuestos. Porque pareciera que la gratuidad en estos terrenos fuera sinónimo de generación espontánea y/o de falta de calidad o valor.

Para ilustrar mi segundo punto –el enfoque asumido por el Estado- giremos ahora la vista a una de las industrias culturales más rentables: la música. En particular hablaré de Arts & Crafts Productions (A&C), sello canadiense que desde 2008 tiene una oficina hermana en México. El caso de A&C Canadá sirve para argumentar sobre otra necesidad vital en el caso particular de México: que el Estado reconozca la importancia que significan las industrias culturales como forjadores de identidad nacional.

AandC_Logo

Reconocido y aplaudido por sus pares y por el público, el catálogo de A&C es sinónimo de calidad. Al igual que otros sellos, en diversas ocasiones ha recibido el apoyo del gobierno federal a través del Canada Music Fund[5], organismo cuya misión es ayudar a que la industria logre el óptimo desarrollo, en el reconocimiento pleno de que los músicos hacen “una contribución significativa y duradera a la expresión cultural canadiense”.

Al menos entre los amantes de la música alternativa o independiente, la escena canadiense, de la que la mencionada compañía es todo un referente, es un campo fértil de artistas con propuestas frescas, íntimas y, hasta podría decirse, con un espíritu comunitario. Ahí está el caso de la banda que dio origen al sello, Broken Social Scene, colectivo que ha llegado a tener hasta 19 miembros y cuyos colaboradores son responsables, a través de éste y sus otros proyectos, de cohesionar y dar identidad a la escena de Toronto, la capital cultural del país, en la que también tiene un peso importante Stars, otro grupo que en algún momento pasó por A&C. En ambos casos –o en cualquier caso-, el sentido de pertenencia a una “escena” aporta a la formación de una cultura musical nacional y de una cultura nacional en general (Henderson, 2008).

Edición número 107 del podcast semanal de Arts & Crafts México.

El enfoque canadiense forma parte de todo un conjunto de políticas culturales que, entre otras cosas, consideró el dejar fuera a sus industrias culturales del Tratado de Libre Comercio de América Latina (TLCAN) buscando protegerlas del poderío de sus pares estadounidenses. Entonces, al formar parte de un entorno muy distinto, es responsabilidad de nosotros, los gestores culturales de aquellas naciones con Estados poco sensibles a la cultura, promover cambios de paradigma.

El apoyo a las industrias culturales en México de forma efectiva, clara y sin motivos políticos permitiría, paulatinamente, el despojarlas de su estatus de commodity pues al respaldar a sus creadores, el Estado estaría en posición de regular su carácter simbólico, su tiraje y su distribución. Con esto no insinúo un apoyo a prácticas actuales de organismos de Cultura que editan libros solo para guardarlos en sus bodegas por meses esperando para regalarlos a los amigos del secretario en ocasiones especiales. Tampoco significa un visto bueno a programas de becas que generan una parálisis en los creadores y los convierten en burócratas por proyecto.

Lo que debe entenderse aquí es una intención, un llamado para que, desde la acción de los gestores culturales, el Estado mexicano entienda la necesidad de un cambio de paradigma en sus políticas culturales con respecto a las expresiones de las industrias culturales o de la llamada cultura popular o de masas. Lo deseable entonces es una mirada menos condescendiente para con éstas y un reconocimiento como formadoras de identidad y promotoras de valores nacionales.

Pedro Infante, sinónimo de una identidad nacional del pasado.

 

Referencias

Henderson, S. (2008). Canadian content regulations and the formation of a national scene. Publicado en Popular Music, volumen 27 número 2, página 307 a 315. Mayo de 2008. Recuperado el 28 de septiembre de 2013 de EBSCO.

Ramírez, J.A. (2004) La contracultura en México. La historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas. México: Randomhouse Mondadori.

Varios autores (sf) Tema 6. Miradas contemporáneas en torno a la cultura. Documento electrónico del Posgrado virtual en Política y Cultura en América Latina. México: UAM-Unidad Iztapalapa


[1] Aunque existen ciertas expresiones como el cine y los proyectos editoriales que siempre figuran en la definición de industria cultural, de acuerdo al autor que consultemos podemos encontrar serias diferencias. Mientras que la definición de Daniel Mato habla de cine, música, publicidad e internet, sin incluir a la pintura y a la escultura –dos de las llamadas Bellas Artes- la UNESCO es mas incluyente y enlista dentro de las “Industrias Culturales y Creativas” a la pintura, escultura, fotografía y artesanía, además de las artes escénicas, la radio, la TV, la moda, la publicidad y los video juegos.

[2] Según José Agustín, “el genial Steal this book” fue rechazado por todos los editores posibles debido al potencial subversivo del título y por su contenido, el cual resume como una “infinidad de modos de ‘chingarse al sistema’” (2004, pp. 70). Por su parte, Bill Hartel habla específicamente de 30 editores que rechazaron el proyecto y de la negativa de las mismas librerías para ponerlo al alcance del público. Al final, sin embargo, Hoffman creó su propio sello editorial, Pirate Editions, y el libro llegó a la lista de los más vendidos de 1971. “Es vergonzoso que quieras destronar al Gobierno y termines en la lista de los Best Sellers”.

[3] Evitemos también el caer en el otro extremo: en ese mercado del arte con precios inflados y exorbitantes y en obras que entran en la línea del “arte por el arte mismo”, sin contenido social y/o con nulo valor estético.

[4] De acuerdo a la UAM-Unidad Iztapalapa, un commodity es “una mercancía con alto poder de difusión y de impacto en un mercado, que representa un valor para la vida moderna, en el sentido de su eficiencia, rapidez de adquisición y de necesidad de re-compra y del estatus que representa y que otorga al adquiriente. En este sentido, todo commodity representa una cultura homogeneizadora” (sf).

[5] Para el periodo 2013-2014 el apoyo que recibió A&C Productions Inc. fue de 550 mil dólares canadienses, de un total de 7 millones 500 mil erogados a través del Canada Music Fund – http://www.pch.gc.ca/eng/1376311210725 – mientras que en el ejercicio fiscal 2011-2012 la cantidad fue de 650 mil – http://www.pch.gc.ca/eng/1334086768238

Changaplana PunketaAlonso Pérez Fragua es gestor y periodista cultural. Desde 2012 coordina Capilla del Arte, espacio cultural de la UDLAP. Actualmente estudia el Posgrado Virtual en Política y Cultura en América Latina de la UAM-Unidad Iztapalapa. Presidente y único miembro del club de fans del autor estadounidense A.J. Jacobs en Puebla.

Imagen: La Changaplana Punketa, de Ángel Vázquez. Aerosol. 2012.

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