Lado B
La fragilidad de la salud mental de los refugiados Sirios en Domeez
 
Por Lado B @ladobemx
24 de octubre, 2013
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Imagen: http://www.msf.ie

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Médicos Sin Fronteras*

Siria. MSF.- “Cuando veo cómo todo esto afecta a los niños, es muy difícil imaginarse por lo que están pasando. Tengo la impresión de que están perdiendo el tiempo, que están echando su infancia por la borda. Aquí no hay mucho que los niños puedan hacer”, relata Henrike Zellmann,  psicóloga alemana que trabaja con Médicos Sin Fronteras (MSF) en el campo de refugiados de Domeez desde el pasado mes de agosto.

Como respuesta médica a la crisis de refugiados sirios, Médicos Sin Fronteras (MSF) dirige un programa de salud mental que proporciona asistencia a cientos de pacientes en el campo de refugiados de Domeez, al norte de Irak. Los equipos atienden a pacientes que han pasado por una experiencia traumática como resultado directo de la guerra en Siria, y que sufren a causa de las condiciones a las que se enfrentan en el campo. Muchos de ellos, ya diagnosticados con desórdenes mentales antes del conflicto, al verse sumergidos en el desorden y el caos de la guerra, han pasado largos periodos de tiempo sin acceso a medicación o cuidados.

Los servicios de salud mental de MSF están abiertos seis días a la semana y un equipo de cuatro asesores ofrece semanalmente entre 70 y 100 sesiones a individuos, familias y grupos. Trabajan en colaboración con doctores, enfermeras y trabajadores sociales para detectar, diagnosticar y brindar una completa asistencia médica mental.

La doctora Henrike Zellmann es una psicóloga alemana que trabaja con MSF en el campo de refugiados de Domeez. Colabora con un equipo de tres psicólogos, un irakí y dos sirios, y nos explica cómo aumentan las necesidades de cuidados de salud mental en el campo y cómo su trabajo se está convirtiendo en un servicio cada vez más indispensable.

“En el campo de Domeez estamos siendo testigos de un empeoramiento acuciante de la salud mental de los refugiados. La gente está terriblemente decepcionada. Es posible que cuando llegaron por primera vez al campo muchos pensaran que había esperanza y que el conflicto no duraría más que un par de meses. Ahora, todo el mundo se ha dado cuenta de que la cosa no mejora, y no saben cuándo terminará, ni están seguros de que vaya a pasar.

La salud mental de los refugiados es extremadamente frágil. Hay muchos desencadenantes que producen un deterioro constante del estado mental de los refugiados: las condiciones de vida que tienen que afrontar cuando llegan al campo, los recuerdos del conflicto en Siria y el nivel de incertidumbre sobre cuándo terminará el conflicto, o si podrán volver a tener una vida normal en algún momento.

Cuando uno vive en un estado de incertidumbre, el bienestar psicológico se ve tremendamente afectado. Los refugiados aquí viven en ese estado de forma continua. Ahora mismo, no les queda mucha esperanza, y no ven ninguna razón para tener esperanza sobre una mejora en un futuro cercano.

Atendemos a mucha gente con desórdenes mentales severos, como psicosis. Con un sentido elevado de futilidad entre la población refugiada, las quejas que estamos tratando son mucho más complejas. Si bien el trauma de la guerra y de las condiciones de vida inadecuadas no es la única causa de los episodios de psicosis, no existe duda de que éstas la pueden desencadenar.

Hace un par de semanas atendimos a una mujer que presentaba síntomas de delirio. Pensaba que estaba embarazada de once niños. Estábamos preocupados porque tiene tres hijos y no sabíamos cuál era su situación en Siria. La visitamos y vimos que las condiciones eran adecuadas y que tenía mucho apoyo de sus vecinos. Haremos un seguimiento cercano de su caso y la animaremos a seguir visitándonos durante varias sesiones. El estigma que rodea los problemas de salud mental puede ser un gran obstáculo aquí, así que fue muy positivo ver que en este caso la comunidad se estaba mostrando solidaria con ella.

Cuando veo cómo todo esto afecta a los niños, es muy difícil imaginarse por lo que están pasando. Tengo la impresión de que están perdiendo el tiempo, que están echando su infancia por la borda. Aquí no hay mucho que los niños puedan hacer. Muchos todavía no pueden ir a la escuela, ya que el campo carece de suficientes infraestructuras, así que pasan sus días jugando en la tierra. Algunos se ven obligados a buscar un trabajo para mantener a sus familias, y adolescentes con tan solo 13 o 14 años trabajan y no pueden continuar su educación.

Cuando hacemos sesiones con los niños es importante hacerles entender que sus reacciones son normales. Viven en una situación muy anormal, pero a la vez tienen que darse cuenta de que la manera en la que ellos reaccionan es similar a la de muchos de sus amigos que están experimentando lo mismo.

Uno de los síntomas más frecuentes que vemos en los niños es la incontinencia urinaria durante la noche. Es una afección que supone una carga extra a los padres, y éstos no saben cómo tratarla. Además puede aumentar la tensión en la relación entre padres e hijos, porque el niño tiende a sentirse avergonzado.

Un chico de diez años vino a vernos porque tenía este problema. Había llegado a Irak hacía unos meses y se había reunido con su familia en el campo. Le explicamos que lo que le estaba ocurriendo era normal, le dimos un par de consejos para superarlo y le aseguramos que no era un gran problema. Fue extraordinario ver su reacción y su alivio y ver que sólo con hablar abiertamente del tema, fue capaz de superar mucha de su vergüenza.

Las cicatrices de los problemas mentales son a veces invisibles para muchos, pero nuestro equipo se esfuerza en comprobar si esas cicatrices están cerradas. Lo principal para nosotros es tan simple como dar el tiempo a los pacientes para que se expresen. El paciente y el asesor trabajan juntos para encontrar soluciones para enfrentar la situación, para aliviar los síntomas y finalmente ganar más control sobre sus reacciones. Muchos de ellos no quieren cargar a sus familias con sus propios problemas y el hablar con una persona que no pertenece a la familia en un entorno confidencial realmente les ayuda.

A veces la gente llega a la clínica en un estado traumático y de perturbación severo. Unos lloran, otros están complemente estresados. Nosotros ofrecemos a estos pacientes un espacio seguro en el que se puedan expresar, puedan trabajar en sus reacciones, pueden sentir que no son anormales, que no se están volviendo locos. En cuanto la puerta se cierra, les dedicamos nuestro tiempo y los escuchamos. Sin llegar a ser intrusivos, en colaboración con el paciente mismo, les ayudamos a curarse. Aunque las heridas pueden llegar a curarse, es difícil que el sufrimiento desaparezca. Pero si podemos ayudarles a encontrar una manera de salir hacia adelante  y así hacer frente al sufrimiento, ese es un buen comienzo.”

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