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¿Elogios o presencia?: más allá de los padres de película
Alguna vez en este espacio he hablado del daño que en términos educativos hacen los “papás y mamás de manual”, los “teóricos” de la formación de los hijos que consultan cuanto libro, guía o instructivo acerca de la crianza y las mejores recetas para el desarrollo humano de los niños y por aplicar al pie de la letra los pasos y recomendaciones de los “expertos” escritores de best sellers pierden el contacto profundo, real, con gran dosis de conocimiento especializado de sentido común que debe tener la tarea apasionante y complicada de hacer crecer a los seres humanos que tenemos encomendados por la paternidad o la maternidad.
Por Lado B @ladobemx
23 de octubre, 2013
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

Alguna vez en este espacio he hablado del daño que en términos educativos hacen los “papás y mamás de manual”, los “teóricos” de la formación de los hijos que consultan cuanto libro, guía o instructivo acerca de la crianza y las mejores recetas para el desarrollo humano de los niños y por aplicar al pie de la letra los pasos  y recomendaciones de los “expertos” escritores de best sellers pierden el contacto profundo, real, con gran dosis de conocimiento especializado de sentido común que debe tener la tarea apasionante y complicada de hacer crecer a los seres humanos que tenemos encomendados por la paternidad o la maternidad.

Voy a plantear ahora algo acerca de una variante de estos padres y madres modernos que es la de los papás y mamás de película. Porque existe un tipo especial de manuales de educación de los hijos que en nuestra cultura de la imagen y de los medios audiovisuales tiene igual o tal vez mayor penetración consciente e inconsciente que la de los libros de superación personal. Este tipo de manuales son las películas con historias tiernas y conmovedoras de relaciones entre padres e hijos que nos ha venido recetando el cine -sobre todo hollywoodense- en las últimas décadas.

Estas películas están permeadas de un mensaje que a juzgar por lo que uno ve en la forma en que muchos papás y mamás jóvenes tratan a sus hijos e hijas ha sido introyectada de manera colectiva hasta permear lo más profundo de nuestra forma de relacionarnos con los niños como papás, pero también en muchas instituciones y ambientes, desde la docencia. El mensaje implícito es: para educar bien a un hijo, hay que elogiarlo todo el tiempo porque esto hará que tenga una alta autoestima y la alta autoestima lo hará ser una persona segura y exitosa.

A partir de este mensaje, podemos ver muchísimas conversaciones y mensajes entre padres e hijos en los que predominan frases como: “tú puedes, campeón”, “eres el mejor”, “Eres muy inteligente”, “qué buen artista eres”, etc.

Sin embargo este mensaje reiterativo, esta especie de obsesión por hacer que los niños se sientan bien, se crean inteligentes, artistas talentosos, deportistas triunfadores y estudiantes modelo no es necesariamente buena y puede causar distorsiones y daños en el proceso de desarrollo personal y social de nuestros hijos y estudiantes.

A veces uno decide los temas a tratar en esta columna y otras veces los temas llegan de manera clara y contundente a uno que se limita a aceptarlos y darles cauce. Es el caso de hoy. Esta tarde de domingo en que estaba buscando acerca de qué valdría la pena escribir, me encontré con dos textos acerca de los daños que genera el elogio sistemático de los hijos.

El primero es un reportaje que cubre la presentación de un libro en la Feria Internacional del Libro de Monterrey, Nuevo León. El autor es Jesús Amaya y el libro se titula: Padres ausentes, hijos desconect@dos y vacíos. Patologías del siglo XXI. ()

Durante su intervención en la actividad de presentación de su libro, el doctor en Pedagogía invitó a los padres de familia a que “traumen un poquito a sus hijos”. Esta invitación irónica, surge del temor infundado de muchos padres y madres actuales a marcar límites, señalar errores, exponer a la frustración y corregir a los hijos “porque se pueden traumar”. Una reacción natural en quienes fueron hijos de padres muy rígidos y autoritarios y sufrieron esos “traumas” derivados de los castigos excesivos o incluso los golpes para corregir conductas consideradas negativas por los padres del siglo pasado, pero que los está llevando ahora que son padres al extremo opuesto de evitar cualquier acción correctiva –educativa- con sus hijos, evitando caer en los errores de sus padres pero cometiendo otros igual o más dañinos.

El Dr. Amaya plantea en su obra que la educación sustentada en los elogios y la ausencia de límites y sanciones está produciendo generaciones narcisistas. “Comenzamos a tener una generación más narcisista, más centrada en ellos, es
un trastorno de grandiosidad. Comenzamos a hacer a estos muchachos grandiosos, por eso estos muchachos nos empiezan a agredir, nos empiezan a gritar”.

El segundo texto es del famoso psicoanalista Stephen Grosz y fue publicado en El País Semanal con el título: Cómo los elogios pueden causar una pérdida de confianza. En esta reflexión, Grosz plantea a partir de investigaciones realizadas en escuelas que los elogios que se hacen a los niños por su inteligencia producen ansiedad, generan un enorme temor a fallar y hacen que el desempeño posterior empeore y disminuyan también la motivación y la autoestima, llevando incluso a los niños a mentir, “inflando” sus resultados escolares frente a los demás.

“Hoy día, elogiamos en exceso a nuestros hijos. Es una creencia generalizada que los elogios, la confianza en uno mismo y el rendimiento académico van siempre de la mano. Pero investigaciones recientes apuntan en otra dirección. Durante la pasada década, varios estudios sobre la autoestima llegaron a la conclusión de que alabar a un niño diciéndole que es “muy listo” no le ayuda en la escuela”.

Stephen Grosz, Cómo los elogios pueden causar una pérdida de confianza, El País semanal, 20/10/2013

En efecto, como afirma este psicoanalista, en la actualidad existe una cultura del elogio excesivo a los hijos para evitar estos “traumas” a los que se refiere Amaya y generar, desde una creencia que él plantea como errónea, una alta autoestima y mejora del desempeño en las actividades escolares y sociales.

Sin embargo, como plantean las investigaciones referidas por este autor, los elogios, la autoestima y el buen desempeño escolar no van necesariamente de la mano y pueden incluso estar peleadas.

“Ni grandes recompensas ni castigos terribles” afirma Grosz para salir de este movimiento pendular en el que, “al esforzarnos tanto por ser diferentes de nuestros padres, estamos haciendo prácticamente lo mismo que ellos”, dañando a los hijos con elogios en la misma proporción en que nuestros padres nos dañaron con críticas.

Pero entonces, si no son los elogios: ¿Qué es lo que logra desarrollar la confianza en nuestros niños? Se pregunta.

La respuesta está en la presencia. En efecto, lo que el niño necesita para desarrollarse como persona segura pero al mismo tiempo ubicada en la realidad, con los pies en la tierra es que los padres y los educadores estemos presentes en su proceso de desarrollo y manifestemos activamente esa presencia en las actividades que realizan.

Muchas veces el castigo severo y el elogio desmedido responden a la misma realidad de indiferencia por lo que el niño hace o vive, son la salida rápida del lado negativo y del lado positivo para no interesarnos en los asuntos de nuestro hijo o alumno. “Eso no se hace”, “está mal”, etc. o bien “está precioso”, “eres muy inteligente” son formas de responder rápidamente y desentendernos de aquello que el niño nos está mostrando.

Estar presentes implica un interés genuino por las cosas que el niño dice o hace, una actitud de apertura y diálogo, una disposición para dedicar tiempo a preguntar y responder, a escuchar y hablar, a valorar con objetividad los logros y las limitaciones de cada acción o realización.

De manera que hay que pensar un poco más cada vez que nazca en nosotros, padres, madres o maestros la reacción quasi instintiva de responder con un elogio a algo que nos muestra un niño. Porque ser padres o madres, ser educadores en la vida real implica una presencia constante y trasciende por mucho la enseñanza de los padres de película.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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