Lado B
Un repaso a la obra de Fernando Ramírez Osorio
Cien piezas del prolífico artista poblano se exponen en San Pedro Museo de Arte
Por Lado B @ladobemx
11 de septiembre, 2013
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Foto: Josúe Cantoran

Josué Cantorán Viramontes

@josuedcv

Entre los pasillos de la galería es fácil distinguir las distintas etapas creativas de Fernando Ramírez Osorio, uno de los más prolíficos artistas poblanos, quien supo transitar del muralismo al grabado y más tarde a la pintura abstracta y de vanguardia, siempre con certeza técnica y respeto por la forma.

Las piezas más añejas de la muestra, que datan de los años cuarenta y cincuenta, son en su mayoría en blanco y negro, en grabado o grafito, con temas históricos y nacionalistas. Los colores van haciendo su entrada sutil en los ochenta, con tonalidades pastel en combinaciones discretas, y ya en los cuadros más recientes, firmados entre 2005 y 2006, el protagonista es justamente el color: pinceladas fuertes en amarillos y naranjas funcionan como los contornos de los objetos, creando estruendosos contrastes con puntos y elementos de coloraciones chillantes.

Son alrededor de cien piezas las que se exhiben como parte de la muestra “El origen de la vida: homenaje a Fernando Ramírez Osorio”, misma que abrió sus puertas ayer en la galería ubicada en la planta alta de San Pedro Museo de Arte y que permanecerá abierta al público hasta principios de noviembre.

–La curaduría se hizo en gran parte con la familia del maestro Ramírez Osorio –explica Moisés Rosas, director del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes en una breve entrevista con la prensa que tiene lugar justo a un costado del boceto de El origen de la vida, quizá el más famoso mural de Ramírez Osorio, que se encontraba en el ahora desaparecido Museo de Historia Natural.

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Foto: Josúe Cantorán

Nacido en Puebla en 1922, Fernando Ramírez Osorio se acercó al arte a edad muy temprana, apenas adolescente, en una época, los años treinta, en la que la efervescencia cultural en México alcanzaba sus mejores momentos y el muralismo mantenía su vigencia como el único movimiento artístico netamente mexicano.

Ramírez Osorio se inspiró en los artistas de esta época y estudió en la Academia Popular de Bellas Artes de Puebla. Más tarde uniría esfuerzos con otros creadores, grabadores principalmente, como Leopoldo Méndez y Ramón Pablo Loreto, para impulsar en Puebla la creación artística.

La legendaria galería José Guadalupe Posada, fundada en 1951, fue iniciativa suya, y además dirigió el Instituto de Artes Visuales del estado y ha sido docente de arte en diversas instituciones educativas.

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A sus 91 años, la retrospectiva ofrecida en la galería del museo de San Pedro demuestra que la constante en la vida de Fernando Ramírez Osorio ha sido la creación. Su producción no sólo es basta, también mantiene en todas sus etapas un nivel de calidad constante.

Y sigue produciendo. A decir de su hijo, Alexis Ramírez Salazar, quien ofreció unas palabras durante la inauguración, el artista cada día sube, pese a la debilidad de sus piernas, las escaleras que lo conducen a su estudio, ubicado en un tercer piso.

–En casa siempre aparecían nuevos habitantes multicolores que colgaban de las paredes –dice el hijo, quien describe su vida entre los olores del óleo y el aguarrás, y presume haber sido testigo de los momentos mágicos en que los lienzos eran convertidos por su padre en pinturas.

El artista, sin embargo, no da un discurso. La exhibición se inaugura y, en su silla de ruedas, Ramírez Osorio ocupa un lugar frente a una de sus piezas donde se muestran cuerpos en sugerentes posiciones amatorias. Vestido de traje y boina, charla brevemente frente a las cámaras de la televisión pero las peticiones de fotografías y las felicitaciones impiden un segundo acercamiento con las grabadoras.

No importa mucho: los cuadros hablan por él.

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Foto: Josúe Cantorán

En la entrada de la sala, el texto curatorial reza: “Ramírez Osorio siempre ha sido serio cuando juega a crear, dado que juega con la luz, el espacio, el tiempo, y con las emociones. Vacía su ser multidimensional a veces en tres dimensiones donde la física sólo permite dos, llena de color la oscuridad y teje redes con sus pinceles para capturar el pinto”.

Un poco más adelante aparecen unos cuatro cuadros de arte abstracto e inmediatamente varias piezas de 1998 con figuras humanas: una mujer cargando a su bebé, otra embarazada, luego cuatro sombras negras sin género.

Después aparecen los primeros cuadros de la etapa más reciente del artista, los de contornos de colores chillantes. Por ahí un paisaje urbano, quizá Puebla, con las cúpulas de varias iglesias sobresaliendo, todas trazadas en fuertes amarillos y naranjas.

Pero más allá, casi al final, un poco escondida en el último pasillo, aparece una pieza pequeñita, de apenas unos cuarenta centímetros por veinte. Es una mujer desnuda recostada en una cama, es azul y sus contornos son anaranjados. Está fechada en 1969 y quizá estuviera ahí ya, en la mente del creador, la génesis de una idea que se desarrollaría con plenitud más de cuatro décadas después.

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