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"Muchos suníes hemos sufrido ataques. Más de los que se pueden contar"
 
Por Lado B @ladobemx
27 de septiembre, 2013
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Hasta hace un año Ahmad Hamad trabajaba en la construcción en Hajar al Aswad, en la provincia de Damasco. Su hijo, Malek, de 33 años, era camionero. Tenían una casa, comida y todo lo que necesitaban. Hoy, aquella modesta vida es solo un lejano recuerdo.

El País publica un texto del periodista David Alandete, en el que relata como aquella familia de doce miembros, vive en tan sólo dos habitaciones de una escuela convertida en centro de refugiados en el distrito de Mezzeh, que hasta hace un año era escenario frecuente de tiroteos y explosiones con coche bomba.

La casa quedó atrás y nada saben de ella. Huyeron cuando las rondas de granadas de mortero comenzaron a caer cada día. Hoy el Gobierno les da un techo y comida. Pero lo que no les puede ofrecer es una vida normal. “Aquí venimos gente de muchas culturas y religiones, y a veces surgen los problemas de entendimiento normales”, asegura Malek, con sus dos hijas pequeñas al lado.

Malek y su familia son suníes, como la mayoría de refugiados en este centro. Desafían la idea, generalizada en el extranjero, de que en Siria hay un bloque suní mayoritario que se enfrenta a la amalgama de minorías alauí, chií, cristiana y drusa. “Muchos suníes hemos sufrido ataques. Más de los que se pueden contar”, dice Abdel Azi Nahar, de 70 años. A él lo han secuestrado grupos opositores en dos ocasiones. Le han agredido. Le han cortado incluso la barba, una gran ofensa, pues es imán de una mezquita en la localidad de Berze.

Siete millones de personas, una cuarta parte de la población, ha tenido que abandonar sus hogares

“Esta no es cuestión de religión, ni siquiera de política. Los Hermanos Musulmanes y los radicales islamistas extranjeros se han apoderado de los rebeldes”, explica. Al principio, Abdel pensó que podía haber paz, y tomó parte en una comisión para lograr un entendimiento entre el Gobierno y sus opositores. Hoy dice estar convencido de que la paz ya no es posible. “Hay que tratar con ellos como se trata con los terroristas”, añade. Su ira es comprensible. A su hijo le plantaron una bala en la cabeza.

COntinúe leyendo el texto completo en el siguiente link.

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