Lado B
Laura Bozzo ya está en el Bernabéu
Una visita al set de la estella peruana de Televisa
Por Lado B @ladobemx
27 de septiembre, 2013
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Hace unos días la conductora de televisión peruana utilizó un helicóptero del Estado de México para trasladarse y grabar un programa de Guerrero, el hecho fue evidenciado por la revista Proceso y retomado por en el noticiario que dirige la periodista Carmen Aristegui. El hecho enfureció a Laura Bozzo quién calificó de mentiras lo dicho en el espacio informativo que se transmite en la cadena MVS. Para conocer un poco más de la mujer que dejó su país en medio de acusaciones por involucrarse con políticos acusados de corrupción retomamos este trabajo publicado el año pasado en la revista Diez4

 

Diana Amador

@unadiana

Desde las salas de espera su voz y el humo de sus cigarrillos anuncian su presencia. La gente de su producción entra y sale del foro llevando el ritmo de sus alaridos y demandas. Decenas de personas hacen fila esperando audiencia: Mujeres con los ojos vidriosos y un hijo perdido, señores con una receta médica que no pueden pagar, huérfanos y sus abuelas en busca de alguna beca escolar. Esperan tres, cuatro, seis horas. Laura Bozzo pasó tres años encerrada en un foro de televisión cuando estuvo bajo arresto domiciliario en el Perú. Hoy, seis años después, pasa más de doce horas al día en el foro de Televisa donde trabaja desde enero del año pasado.

Sus ráfagas verbales se convierten en sentencias. Resopla, manotea, grita. La producción se paraliza y voltea al suelo. Nadie es capaz de sostener esa mirada que devora. Laura Bozzo exige que esa mujer, la subordinada que ha despertado su furia, jamás regrese a Televisa, la empresa donde hoy aloja su reino. Se ha olvidado de que una reportera y algunos de sus fans están en la sala, o simplemente no le importa. Su productor no tarda en asentir: sí, no volverá nunca. La mayoría de sus ochenta empleados son mexicanos y la conocen poco, son ellos los más asombrados y temerosos de esa voz que los desarma. Los otros, a los que llama «sus perros guardianes», son una decena de peruanos que conocen de memoria sus dislates y están aquí para reconstruir su imperio.

No para de fumar, pero no es ella quien se extiende en busca del encendedor en su bolso Louis Vuitton, sino Fabián Larrosa, una extinta estrella de la cumbia para adolescentes, que ahora trabaja cumpliendo los caprichos de una reina. Este uruguayo fornido era parte del grupo Complot, liderado por Christian Suárez, el actual novio de Laura.

Ella me espera, cómoda, en uno de los tres sillones que hay en su camerino, justo frente al espejo que, rodeado de luces centellantes, ocupa la mitad de un muro. El estampado de piel de leopardo en su blusa hace juego con las zapatillas, y las cuentas brillantes de su pantalón funden sus luces con los anillos y un dije con la imagen de la virgen de Guadalupe. Todo en ella brilla, desde el cabello engomado hasta la bastilla de los jeans, pasando por su nariz que ni el maquillaje ha logrado opacar. Se le ve tranquila, en su esencia, como suele decir. A casi cinco mil kilómetros de aquí, en Perú, dejó las demandas por lavado de dinero, el descrédito, los procesos judiciales y el arraigo por corrupción. Hoy está en México viviendo el momento más feliz de su vida, alimentando su gloria gracias a una audiencia ávida de esperanza y de entretenimiento, que a cambio le da el rating más alto del horario.

Lo que ella insiste en llamar renacimiento, es en realidad la consumación de un sueño que se fue gestando diez años atrás, o aún antes, cuando sus padres le hablaban del paraíso que era México. Le gusta compararse con un jugador del Club Alianza que sueña toda su vida con ser fichado por el Real Madrid. Y sí, Laura Bozzo llegó a las grandes ligas ocupando más horas que nadie, ocho a la semana, en la cadena más importante de habla hispana: Televisa. Su horario de transmisión no es estelar, pero ha sido ocupado antes por programas de entretenimiento ligero que suelen acompañar la sobremesa. Su sueldo se redujo a la mitad, pero nada comparado con el valor que tienen para sus anunciantes los millones de pares de ojos atentos a sus desplantes televisados.

Bozzo no esperó a que la televisión la buscara después de su famoso encierro, ella vino en 2006 a buscar una segunda oportunidad. Mientras negociaba con Televisa, Tv Azteca transmitió un programa de una hora que prometía «la sórdida historia de la presentadora mas polémica del talk show latinoamericano, quien manipuló a la población más pobre de Lima tratando de favorecer a un gobierno acusado de corrupción y genocidio». Laura dijo que era una venganza porque se negaba a firmar un contrato con ellos. La indignación le duró muy poco, y la «manipulación» de Laura no fue impedimento para que después de haber pasado trece meses fuera de las pantallas, regresara a la televisión en el canal donde alguna vez la llamaron farsante y corrupta. El contrato venció en un año y el jaloneo entre empresas comenzó de nuevo. ¿Qué tenía la mujer más fea de la televisión (según la revista Tv notas USA) para seducir a un duopolio millonario? Los números. Con pocas semanas al aire rebasó los quince puntos de rating, que superaban los de las telenovelas en Televisa  y que Tv Azteca jamás había registrado.

Nunca se sintió tan querida y nunca una estrella de la televisión había pasado de una empresa a otra con tanta suavidad. Ella sabe que Tv Azteca fue solo un trampolín. Admite que Televisa le paga la mitad de lo que ganaba, aunque le dieron un mejor equipo de investigadores y un departamento de 700 m2 en las playas de Acapulco, a donde viaja en auto durante cuatro horas cada fin de semana porque no le gustan los aviones. Con Bozzo no se trata de dinero o de comodidad, sino de lo que siempre quiso. El 24 de enero de 2011, se puso la camiseta del Real Madrid.

Su secreto: dejar atrás el polémico show donde los panelistas se golpeaban y cada minuto era un escándalo. La reina de la televisión, es una versión más light de sí misma. Se siente atada de manos, pero el horario familiar dicta las reglas: nada de golpes, ni sangre, ni palabras altisonantes ni temas que levanten las cejas de las buenas conciencias. Aunque no deja de saciar el morbo de su público habitual desde un espacio nuevo; el teatro. Durante algunos meses la capital mexicana fue invadida por espectaculares con la imagen de Laura lanzando una tétrica mirada y una sonrisa casi perversa. Infidelidad, drogadicción, divorcio, prostitución y violación, son las palabras que acompañan la promesa de encontrar «lo que no puedes ver en tv». Se anunciaron nueve fechas en un teatro con casi dos mil butacas. Las funciones estuvieron a cargo de ese pequeño grupo de peruanos que conoce las fórmulas del sensacionalismo. Aunque lo niegue y se empeñe en demostrar lo contrario, sin los reflectores de la empresa de comunicación más importante de América Latina, sigue siendo la misma de siempre.

Pero no todo fue el Bernabéu. Bozzo ya conoce lo que es pisar la cancha del repudio, las carencias, el fracaso. Su programa en Perú había sido cancelado por los bajos puntos de audiencia, según dijo Alfredo Marcilio, el gerente general de la cadena que lo transmitía, Global Tv. Había intentado incursionar en la televisión española a través de Telecinco pero los ejecutivos cancelaron el proyecto en cuanto vieron el piloto. En 2008 se estrenó Laura en acción en Telemundo pero apenas duró cuatro meses. Y por si quedaban dudas de que su tierra le había dado la espalda, en 2009 una encuestadora peruana la eligió «el personaje más rechazado» del año. «Estaba en el inframundo», dice. No tenía trabajo, ni dinero y sus padres habían muerto, cuando el periodista Jaime Bayly la acusó de usar panelistas falsos en su programa y de violar los derechos de una menor, lo que no tardó en llegar a tribunales. Para entonces, Laura ya se consideraba muerta, aunque nadie lo notaba porque es «orgullosa hasta la enfermedad».

Aunque Laura en América fue transmitido en un canal menor de Televisa hace unos años, en México ya no es la conductora acusada de corrupción, la que pasó tres años en arraigo, ni la que hizo que una mujer lamiera las axilas a un hombre frente a las cámaras a cambio de unos cuantos dólares. Aquí pareciera que la audiencia olvidó esos episodios y le dio la oportunidad de ser alguien distinto: una defensora de las mujeres que de política no habla y lo único que quiere es ayudar.

Ilustración: Luisa Orduño

Ilustración: Luisa Orduño

Lo primero que hizo al llegar a México en 2006 fue visitar la Basílica de Guadalupe, principal centro religioso de América Latina, sede la divinidad más arraigada entre la clase popular, en la que 75 millones de mexicanos han depositado su fe. Marisela Velazquez, una vendedora de veladoras y talismanes, aún recuerda el día en que Laura fue a rezarle a «La morenita». Con otros vendedores y curiosos se arremolinó a su alrededor para sólo acariciar la posibilidad de tocarla, de poder hablar con ella. Laura saludaba a su público, repartía sonrisas, se detenía unos segundos para escucharlos, a algunos afortunados los tomó de la mano para rezar juntos. «Se veía con tanta luz, como si la santa fuera ella», recuerda la mujer. Pero Bozzo no es una guadalupana advenediza, ni una mexicana improvisada. Dice que siempre supo que viviría en México, siempre le ha rezado a la virgen y tiene más de veinte collares con su imagen. Ella cree que su destino estaba marcado. Una y otra vez repite que este país fue un oasis en medio de su desgracia. Y a cambio del milagro de su renacimiento, Bozzo regresa porque los pobres y desgraciados de este país la necesitan, porque nadie más puede ayudarlos. O al menos así lo cree.

Este país con gustos tan diversos, le ha dado a muchos la oportunidad de alcanzar el éxito que su patria le ha negado. Un ejemplo es la cantante peruana Tania Libertad o la argentina Amanda Miguel, que de ser corista en su país, en México ha llenado los foros más importantes como el Auditorio Nacional. La vedette cubana, Niurka Marcos, también pasó del anonimato caribeño a ser estrella de telenovela e incluso, durante algunos meses, fue la competencia de Laura con su programa Ella es Niurka, que fue cancelado por la baja audiencia. Una transacción en sentido contrario: la vedette mexicana Laura León quiso conquistar a los peruanos con su propio talk show, Señora León, que fue muy mal recibido por el público hastiado de esa fórmula. Algo tiene de razón Laura Bozzo cuando dice que las demás son copias, que no ha nacido quien pueda superarla.

LA NACIÓN ME LO DEMANDA

Quince mujeres se sientan en lugares contiguos frente al escenario y forman así un corifeo al estilo de las tragedias griegas. Acusan a los «desgraciados», a los «malos hijos», a los «poco hombre», los señalan y los juzgan, emiten sus veredictos, ovacionan a la heroína, a la que imparte justicia. Todas rondan los 30 años, usan ropa entallada que deja ver su sobrepeso, no paran de gritar durante el programa y se hacen llamar «la porra oficial», las fieles seguidoras de la autoproclamada abogada de los pobres. Teresa González participa en el ritual cinco veces por semana. Desde Iztapalapa, la delegación con más rezago económico en la capital mexicana, llega a Televisa en el transporte que la empresa pone a su disposición para poder ver a su ídola. La admira, la roza en cada oportunidad, cree que es la salvadora, la única que puede ayudar a las mujeres de este país. «Sin ella, ¿quién nos defiende? Es la única». Y así se vende La señorita Laura, como la auténtica redentora de las mujeres maltratadas en un país tradicionalmente machista, donde casi la mitad de las casadas tienen que pedir permiso a sus maridos para salir solas en la noche, y 67 de cada 100 han sufrido algún tipo de violencia en sus relaciones de pareja.

A esos machistas, Bozzo los enfrenta hasta con las manos. A mediados de junio, uno de sus panelistas trató de llevarse del set a su pareja que había confesado haber sido violada. Bozzo comenzó a manotear con el hombre, a agredirlo. Le soltó una sonora bofetada, el público se ahogó en ovaciones como romanos en el coliseo después de que el emperador ha decretado la muerte del gladiador, y cuando las cámaras estaban apagadas lo empujó tan fuerte que el hombre cayó sobre su espalda. «Mierda. Metí la pata», dijo a su equipo. Sí, la había metido pero no había suficientes testigos, en las pantallas no se vio el episodio completo. La imagen de amazona que proyecta Bozzo, contrasta con la cultura de abnegación entre las mexicanas promedio, pero también coincide con el culto a la matriarca benefactora: la mujer generosa y todo poderosa que alivia el dolor y ofrece consuelo.

Pero ella no sólo ayuda a las de su género, sino a cualquiera con problemas, que necesita auxilio. Bozzo puede resolverlo, puede impartir justicia, puede hacer y decir lo que nadie más se atreve. Para Gil Barrera, editor del tabloide Basta!, en este teatro todos queremos ser Laura, queremos gritarle a quien ha hecho daño, expulsar el enojo y frustración a fuerza de gritos y manoteos acompasados, descubrir nuestro lado oscuro y juzgar sin ser juzgados. En un país donde obtener sentencia por un delito es como sacarse la lotería, donde 98 de 100 criminales se salen con la suya, queremos justicia aunque sea en las pantallas. Aún con las cámaras apagadas el show no termina. Laura se levanta y regresa a su camerino durante el corte comercial, pero en la arena continúa la pelea. Desde las gradas del coliseo, los espectadores lanzan diatribas contra gladiadores y bestias por igual: «Es tu culpa que tu esposo te haya engañado», «eres un poco hombre, cobarde», «es tu responsabilidad que tus hijos sigan en la escuela», «tan jovencito y ya eres un güevón», «eres una naca pela-nopales». Algunos panelistas responden, otros se quedan en silencio, mientras gente de la producción se acerca a susurrarles algo al oído. El show debe continuar. Laura se levanta, famélica y alargada, mientras su equipo le abre camino para que ella avance al frente. Con pasos gigantes, se acerca al escenario mientras grita las últimas instrucciones antes de que el corte termine. Le sigue un séquito de siete mujeres que van corrigiendo todo esbozo de imperfección en su vestuario, en su cabello, en los zapatos, en las cadenas que no brillan lo suficiente.

Laura Bozzo es una extranjera que no ha venido a México para hablar de su violencia, ni de la guerra contra el narcotráfico. Para ella, este lugar donde cada día mueren veintidós personas a causa de la violencia, es el paraíso. Aquí le abrieron las puertas cuando todas se le habían cerrado. Bozzo necesita a los mexicanos, pero los mexicanos necesitan más de Laura.

En julio de 2010 transmitió su programa Laura de todos desde la ciudad industrial de Monterrey, azotada por el huracán Alex. La boyante economía se hundió ante el desastre, y la pesada burocracia impedía que la ayuda llegara a tiempo a la conocida Sultana del norte. En la colonia Villa Las Fuentes, una de las zonas más devastadas, Laura se metió entre montañas de lodo y casas inundadas para recabar los dramáticos testimonios de los afectados. Las imágenes de la conductora chapoteando en el fango recorrieron el país, catapultaron su fama y asustaron a sus hijas, que le llamaban todos los días para pedirle que se dejara de heroísmos. Pero ella no podía decepcionar a la gente: «ellos me necesitaban más que a nadie», dice. A través de su programa recaudó dinero, alimentos y artículos de primera necesidad para los damnificados. «¿Será posible que Monterrey haya perdido la dignidad durante el huracán como para permitir semejante acto de oportunismo?», se preguntaba el columnista Álvaro Cueva en el diario Milenio. Lo que el crítico de televisión llama oportunismo, para Mario González fue un milagro. «Nos estábamos muriendo de hambre y de repente llegó ella, donde no había llegado ni el gobierno. Estábamos desesperados y ella nos salvó», dice el hombre que nunca había visto un programa de La señorita Laura porque le parecían falsos, pero cuando recibió una despensa quedó embelesado por esa mujer atlética, capaz de meterse en cualquier sitio con todo y cámaras, para socorrer a la gente y transmitirlo en vivo a millones de hogares.

Su pasión por atender al desamparado la motiva a no descansar ni el día de su cumpleaños. En Agosto de 2009, cuando aun estaba en TV Azteca, recorrió la frontera en búsqueda de tragedias de migrantes que desgarraran a sus fanáticos. Vestida con una blusa negra y pantalón entubado del mismo color, Bozzo entrevistó a los agentes de migración del grupo Beta, paseó por la Puerta México en busca de deportados y descendió en un Jeep el peligroso cañón del Matadero hasta llegar a un desértico campamento de migrantes deportados.

–Yo me llamo Julio Alberto Guzmán, señora.

–Julito, ¿por qué te deportaron y qué haces en este lugar tan pobre y terrible?–pregunta Laura acomodándose el cabello en medio del arrabal.

–Porque por aquí crucé hace 20 años. Es un lugar que conozco…

–dice Julito con una música de piano tan lamentable como su situación.

Si necesitan lágrimas reales, el dolor debe ser real, si quieren hacerlos explotar deben lanzarles el combustible adecuado. Los panelistas y sus agentes reciben alrededor de 70 dólares por su participación Lo que podría parecer un acto exclusivo de las campañas políticas, es algo cotidiano para Laura y su equipo. En cada inundación o sequía, en el desierto de ciudad Juárez o entre la selva chiapaneca, ella se mete hasta los codos sin hacer gestos y sin quejarse. «Que sientan que yo estoy con ellos, a mí no me gustan ni las grandes fiestas, ni estoy en la televisión por el glamour. A mí me gusta estar en el lugar, donde está la gente sufriendo y darles un poquito de consuelo», dice la conductora. Simpatizantes y detractores coinciden sólo en un punto: Laura es todo-terreno, nada puede detenerla.

Así de regia como parece, altanera las más de las veces, Bozzo también sufre. Dice que le angustia no poder atender a todas las personas que la necesitan: «En este México hay tanto por hacer, que quisiera tener una varita mágica y ayudarles a todos». La cantidad de mexicanos pobres es más grande que todos los peruanos. Es una cifra tentadora para alguien cuyo éxito radica en el rating.

Detrás de esta fábrica de sueños y desgracias, hay una engrasada maquinaría que hace posible el espectáculo. Son 10 personas encargadas de presentar los casos según el tema que le corresponde; la historia ya está escrita, sólo faltan los personajes. Para eso tienen sus busca-panelistas, habitantes de las colonias populares que conocen a la comunidad y a quienes tienen el perfil para aparecer en el show: es indispensable que la cámara no los atemorice y sepan expresarse. Pero no basta darles un guión y hacerlos memorizar su tragedia; los investigadores tienen que interrogarlos y manipularlos para usar como base su historia real, de otra forma todo parecería una gran farsa. Si necesitan lágrimas reales, el dolor debe ser real, si quieren hacerlos explotar deben lanzarles el combustible adecuado. Los panelistas y sus agentes reciben alrededor de 70 dólares por su participación, además de la ayuda que les brinda Laura. No van sólo por unos pesos, van porque pueden recibir una beca, una casa, atención médica o cualquier otra regalo. Un caso especial fue La mujer vampiro, una de las personas con más tatuajes en el mundo, quien recibió dos mil dólares por presentarse en el programa y contar su historia. La empresa no escatima en gastos cuando se trata de Laura; si ella lo quiere, lo tiene. Sus investigadores lo saben, cuando el equipo no quiere autorizarles presupuesto basta que la llamen y ella, a fuerza de gritos telefónicos, lo consigue.

Pese a estos esfuerzos, la sombra del descrédito la persigue desde Perú. En México, algunos de los primeros casos televisados fueron cuestionados. En febrero de 2011, cuando Laura llevaba sólo nueve emisiones en Televisa, el tabloide Basta! documentó que varios panelistas que participaron con la peruana, aparecieron también en un programa rival de Tv Azteca, Cosas de la vida, bajo la conducción de Rocío Sánchez Azuara. Unos meses después la anécdota se repitió. Laura respondió lo que ha dicho hasta el cansancio, que su programa cuenta con al menos tres filtros y todos los documentos que respaldan sus casos. Si uno resulta falso, no es su responsabilidad, sino de la producción. Los errores vienen siempre de alguien más.

Los investigadores recorren los barrios lumpen de la ciudad en su camioneta y no tardan en encontrar a sus potenciales estrellas pero, cuando alguien más quiere darles seguimiento, la búsqueda es inútil. Para Gil Barrera lo que hace el equipo de Laura es como acto de magia. «Vemos en la pantalla cómo ayuda a los más necesitados pero cuando la prensa trata de seguirles la pista no hay manera, te van cerrando todos los caminos». La Fundación Televisa, encargada de atender y dar seguimiento a los casos que requieren cirugías, tratamientos o grandes donaciones, tampoco acepta dar cifras o facilitar el contacto con los beneficiados. Aparecen y desaparecen con las luces de las cámaras.

Laura también ha cumplido sueños muy concretos. Ezequiel, un niño paralítico, por razones que sólo él comprende anhelaba conocer en persona a la conductora. Antes de iniciar el programa, alguien de la producción pregunta a Laura si pueden llevarlo a su camerino para el encuentro. «Su sueño es verme, pero tiene que ser allá, frente a las cámaras. ¿Aquí adentro para qué?», dice ella. Así lleva el ritmo de la teatralidad que su espectáculo  requiere. Sí, cumple esa fantasía y de paso le regala una computadora, pero no en la oscuridad tras el escenario, donde nadie puede conmoverse y aplaudir su generosidad. La diferencia entre la señorita Laura que todo mundo ve en televisión y la que manotea fuera del aire cuando algo sale de su control no es mucha. Pero hay algo que seduce a Bozzo cuando una cámara se enciende frente a ella, es como el combustible que irradia sobre toda su personalidad un halo de poder. Se conoce bien pero se reconoce mejor cuando se escucha en la televisión pidiendo que pase el desgraciado.

TELENOVELAS DE LA VIDA REAL

Una tarde abril el programa tomó un nuevo giro. Nadie se lo esperaba, ni la propia Laura. Apenas unos minutos antes de salir al aire, una llamada de su exproductor, Federico Wilkins, un cubano experto en reallity shows, la puso tan nerviosa que detuvo el show. Dejó de lado el caso que presentaría ese día, para hablar de un hombre que le había sido infiel a su pareja, con alguien de su propio trabajo, una empleada menor. Se trataba de Christian Suarez, el cantante argentino. Dice que no podía guardarle secretos a su público y que una mujer despechada no puede conducir un programa. Esta vez, el desgraciado era su amado, el perro, como llama a los hombres, compartía su cama. Se convirtió así en el personaje de su propia telenovela. Y como todos los dramas, tuvo un desenlace con traición, arrepentimiento y perdón. Según la versión de Laura, todo era un invento de Wilkins para arruinarla, y admitió públicamente su error. Días después, Christian apareció en el programa con un ramo de flores, acompañado del cantante Ricardo Montaner interpretando una de sus baladas y así puso fin a la historia que ocupó espacio en los medios durante un par de semanas. No, que a nadie se le ocurra que fue un artilugio para promover el disco de Christian, Que pase el desgraciado. No, nada tuvo que ver con el rating que no era tan optimista por esos días. Todo fue en nombre del pueblo mexicano y la honestidad que se merece.

Foto: tomada del blog Mundo Novelas TV

Foto: tomada del blog Mundo Novelas TV

Maxine Woodside, periodista de espectáculos conocida como La reina de la radio, confía plenamente en que los casos que presenta son reales. Ha visto de cerca el trabajo de Bozzo y la encontró una vez en la ciudad fronteriza de Tijuana, donde la gente de las colonias populares se apiñaba e incluso obstruía el paso a Estados Unidos con tal de estar cerca de La Señora. Las crónicas de la prensa de espectáculos lo confirman. Su éxito, dice, radica en que sus casos son como «telenovelas en la vida real», dramas comunes con su desarrollo en vivo y en directo. Quizá los diálogos pueden ser ensayados, pero hay un fondo real siempre, participa gente común con problemas comunes. En un país donde la industria de las telenovelas gana suficiente para hacer millonario a cada habitante (y le sobra), esta fórmula es conocida, exitosa e inagotable. Y los ratings son la muestra: En su primera emisión Laura tuvo 18.9 puntos a nivel nacional, mientras que un programa similar en el mismo horario en la otra televisora obtuvo 10 puntos. En el segundo día, la preferencia por Bozzo alcanzó los 19 puntos, mientras que la competencia bajo a 7 puntos de rating. Los números la coronan otra vez.

LA SOLEDAD DE LA REINA

Un amanecer de 2009. En el aeropuerto de la ciudad de México, una mujer con lentes oscuros, delgadísima, se cubre del frío con sus brazos mientras espera la llegada de su hombre. Nadie la acompaña. Nadie se acerca a saludarla. Llevan once años juntos, él le ha ofrecido ocho anillos de matrimonio y ella los ha rechazado todos, dice que no tiene tiempo para el matrimonio. Juntos han recorrido el mundo y también juntos pasaron 36 meses encerrados en un foro de televisión. Aún entre tanta miel hay espacio para la sospecha.

Él, Christian, es 24 años menor y tras su paso fugaz como estrella pop ahora hace canciones en honor a ella, Laura Bozzo, su Evita Perón, como la llama. También trabaja de cerca en sus producciones, si Laura tiene un programa, él tiene un sueldo asegurado. Pero no es un mantenido, insiste, se empeña en aclarar que no vive bajo su sombra, que tienen una carrera independiente. «Ya vendí 60 mil ringtones con el tema del programa» (una canción de su autoría) dice orgulloso al hablar de su avance en un mercado donde hay 88.9 millones de teléfonos móviles. Y asegura que el producto no fue idea de Laura, sino de su propio talento. Dice que si se separaran no le faltaría dinero ni trabajo y podría continuar con su vida, con su carrera.

Christian aparece constantemente en el show de su pareja, casi siempre en circunstancias lamentables. En una escena de celos, en febrero pasado, Laura le reclamó por los mensajes cariñosos que le enviaban sus fans desde Perú. Él sólo atinaba a reir, nervioso. Ahí, en vivo, le pregntó: «¿de quién eres tú?, tuyo, ¿hasta cuándo?, hasta que la muerte nos separe. No, hasta que te mate», le corrige. Otro día cualquiera, la cantante Paquita la del Barrio interpreta en su programa La changada. Laura se acerca a Christian y empieza cantarle Como ya te lo he dicho/ que eres un pobre perro/te vas con tu perrada. Le suelta una bofetada, lo jala del cabello hacia las cámaras. Él sólo ríe, siempre ríe. Pero en privado, lejos de las cámaras, de vez en cuando Christian puede ganar alguna batalla. Quienes trabajan con ellos saben que el argentino es el único capaz controlar a Laura, de ponerla en su lugar. «No hagas pendejadas», le grita cuando en la producción ya hierve una revolución. Él no fuma ni bebe alcohol. Su cuerpo atlético revela que se toma muy en serio su salud, aunque no fue así hace unos años, cuando su ludopatía le costaba mil dólares diarios. Laura sigue también estas reglas impuestas, excepto cuando su novio no está. Los cigarrillos no se apagan hasta que él aparece y cuando está de viaje las reuniones de trabajo son en su casa con tequila y whisky, Buchanan´s su favorito.  Y Christian viaja mucho,para ver a su hija en Argentina, para promocionar su disco o tratar de revivir a su grupo Complot.

Son apenas unos cinco empleados quienes tienen derecho a esas reuniones informales, cuando el programa se discute entre copas. Además de ellos, a Laura sólo la acompaña su equipo de seguridad y dos choferes que viven con ella. Uno es Hugo Vente,  ese hombre que le acompaña desde que Laura era sólo ella, no un personaje de la televisión, es quien iba al volante aquél día en que el auto de Bozzo arrolló a una niña y perdió la vida. Más de 15 años después, otra vez van juntos en el viaje.

Al parecer el tiempo que pasa Laura en su auto es determinante en sus relaciones. Rigoberto Cruz la conoció cuando estaba al volante, llevándola de un sitio a otro en su taxi. Será por las horas interminables que la gente pierde en el tráfico del Distrito Federal, porque Laura tiene muy poco tiempo para socializar o porque nadie más quería hablar con ella nada que no fuera profesional, pero pronto se hicieron amigos. Intercambiaron libros. Él le prestó Los pasos de López  de Jorge Ibargüengoitia, ella terminó regalándole uno de sus libros favoritos de Mónica Lavín: Yo, la peor, una biografía novelada de Sor Juana Inés de la Cruz, aquella poeta de la que seguramente Laura recuerda muy bien ese verso que dice “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón”. Rigo dejó su taxi y en 2010 Laura lo invitó a coordinar la ayuda social en su programa. Mientras me cuenta cómo La señora se mete en los sitios más peligrosos para conseguir sus casos, ella se acerca y lo abraza suavemente. Le da un beso en la mejilla, algo le susurra al oído y él responde de inmediato: “no, sólo me está preguntando cómo te conocí”. Dice que lo quiere mucho, pero no deja de ser uno más de sus soldados, sujeto a la norma del silencio o de los gritos, según sea el caso.

Laura tiene mucha compañía, pero muy pocos amigos. Ella misma ha dicho cuanto le aterra la soledad que enfrenta. Todos en quienes alguna vez confío, todos a los que consideraba sus cercanos, todos la traicionaron. Ahora sus amigos más fieles son sus productores, dice, Wilikins fue una excepción. Quizá por eso el trabajo es cada vez más absorbente y ocupa sus domingos para llamar a sus investigadores y saber cómo van sus casos. Sus hijas viven en Miami y no las ve con tanta frecuencia como quisiera porque perdió la visa para entrar a ese país tras la investigación por lavado de dinero. Peor aún, cuando las ve en un sitio público tienen que interrumpir su plática cada tanto porque alguien quiere una foto o un autógrafo. Ella se debe a sus fans, no se los puede negar.

EL TRAJE DEL EMPERADOR

En su oficina privada en Televisa, muy lejos del foro donde se encuentran todos sus empleados, el único recuerdo que tiene de Perú es una revista enmarcada, una que habla de sus días bajo arraigo cuando fue acusada de corrupción. Es el fantasma que la persigue, el recuerdo de los errores cometidos, lo que la mantiene alerta. «Nunca, jamás, me vas a escuchar hablando de política. Con ellos… ni una foto me tomo. Ya aprendí la lección. No soy tan estúpida para volver a hacerlo». Que se pasó de ingenua, que la metieron en «pelotudeces» en las que no tenía nada que ver, que por bocona se metió en líos, que nunca pondrá de nuevo su cara de idiota con los políticos.

Entre su equipo nadie habla de su pasado con Vladimiro Montesinos y el régimen de Fujimori. Cuando se les pregunta fingen que no lo recuerdan o en verdad lo desconocen. Ellos hablan sólo si ella lo permite. Con la grabadora en frente, no dejan de mirarla de reojo. Repiten frases que suenan pulidas y enceradas por su memoria. Todos en el set se refieren a ella como La señora, sólo su novio se atreve a decir su nombre de pila. Para los empleados trabajar con Laura ha sido una gran oportunidad. Aprenden mucho, ayudan a la gente. La admiran tanto. No importa de quién sea la cita, porque todos cambian el orden de las mismas oraciones. Laura reconoce que tiene un carácter fuerte y como jefa no exige más de lo que ella da en su trabajo: Todo. Sus empleados le dan la razón. Es demandante, sí, pero los ayuda a crecer profesionalmente. Les exige porque sabe que pueden hacerlo mejor. Les reclama porque confía en ellos. Los increpa porque sólo la perfección hace el éxito. Los sermonea por su propio bien. Les grita porque los quiere. Gabriel Vázquez, su nuevo productor, ya tiene experiencia con las divas pues trabajó para María Félix y dice que en realidad Laura no es tan demandante, aunque el desarrollo del programa depende mucho del humor en que se encuentre La señora. «Nunca sabemos qué va a pasar», dice con la sonrisa bonachona de quien ha encontrado la resignación.

Una tarde de verano en Ciudad Juárez, el calor del desierto y el de su temperamento no tardaron en provocar una explosión. Mientras la maquillaban para grabar un programa sobre las mujeres asesinadas en la urbe fronteriza, bañó a un reportero en caldo caliente porque el platillo no le había gustado. La voz se corrió y la sublevación en Tv Azteca se fue gestando. Días después hubo una reunión de los ejecutivos de la empresa, el equipo de producción y Laura. Veinte personas, que finalmente renunciaron, hicieron un listado de los abusos que habían sufrido y que no tolerarían más. Ella negó todo. Uno de los investigadores que trabajó un mes en la producción de «Laura es de todos» dice que dejó el programa simplemente porque «está loca» y porque les pedía buscar a sus panelistas en ciudades perdidas, donde las mujeres se desnudan por un dólar. «Eso suena a que tarde o temprano el programa sería una porquería».

Laura es demasiado real fuera de cámara. El personaje de la pantalla que grita y humilla a los desgraciados es una extensión de la mujer que en la vida diaria hace de sus deseos órdenes. En octubre de 2010, la revista de espectáculos TV notas hizo públicas una serie de grabaciones en las que Laura grita a sus empleados. Ella dice que en Azteca la trataban muy bien, que el público la amaba, pero aún así se sentía rodeada de «ineptos de mierda» que finalmente la obligaron a mudarse a Televisa. Quienes llevan más de 10 años trabajando con ella han hecho de la injuria una forma de vida. A más de uno lo ha ridiculizado con el show en vivo. Los expulsa del set en frente de millones de personas. Pero saben que más tarde pueden entrar a su camerino, dejarla que grite un poco, para luego cambiar el rumbo de la conversación radicalmente. Listo, como si nada hubiera pasado. Por eso más de uno sospecha que padece un problema real de bipolaridad, otros creen que trabajar con ella los ha empujado hacia alguna enfermedad mental. En esta producción, nadie está completamente cuerdo.

Sus 176 centímetros de largo se imponen ante la estatura muy mexicana de sus empleados. El enojo la disloca, la despeina, destroza el trabajo que su peluquera y maquillista hicieron en dos horas. Sus largos dedos con gruesos anillos de oro y diamantes, intentan reacomodar su cabello rubio. Su vozarrón, grave de por sí, se convierte en un grito de guerra. «¿Quién es esa gorda? Quien sea, no la quiero volver a ver. Tiene prohibido pisar este foro. Díganle de inmediato a los vigilantes, que ella nunca podrá volver a entrar a esta empresa». Nadie quiere explicar de quién habla, todos abren los ojos como platos y tuercen sus labios después de que La Señora deja la habitación. Silencio. La jornada terminó con una empleada menos y nadie sabe explicar cómo pasó. Así es Laura, una tormenta de furia electrizante que lo arrasa todo.

Tarda unos minutos en regresar, se abre paso entre quienes la reprimenda ha dejado petrificados. Toma sus tarjetas que ha memorizado unos minutos antes, grita un par de cosas mientras sus largas piernas van camino al escenario. A uno metros la esperan las luces, los aplausos, la grandeza del reino por venir.Lado B. Periodismo 3.0

Este texto fue publicado originalmente en la edición de agosto de 2012 de la revista Diez4.

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Autor Lado B
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