Ernesto Aroche Aguilar

@earoche

Suena el teléfono. Un hombre de voz gruesa, pide hablar con la directora de la escuela privada en donde timbró el aparato. No es la primera vez que el hombre marca y pregunta por la responsable del centro educativo, pidiendo insistentemente en tener una charla con la mujer. La secretaria recuerda otras llamadas con características similares.

Cuando finalmente la mujer toma la bocina escucha al sujeto presentarse como el encargado de un departamento de seguridad responsable de checar las claves de las escuelas.

–Al revisar las claves –le dice— nos dimos cuenta que la suya está mal, pero no se preocupe, mis muchachos ya están en camino y le llevarán la nueva clave y la placa de seguridad respectiva.

La mujer se mira extrañada, hasta ese momento lo que el sujeto le dice no tiene sentido.

–A cambio –continúa el hombre de la voz ronca– le pedimos un pago de 5 mil dólares. No le estamos cobrando piso, es tan sólo una cuota de seguridad, nuestras oficinas están en Tamaulipas, y somos los Zetas.

A la mujer el teléfono le escuece las manos y una corriente eléctrica le cruza los brazos y la espalda.

–Si lo prefiere, mis muchachos la pueden traer a la oficina y acá nos arreglamos. No se preocupe, le doy mi palabra de que tras la negociación la regresaremos a salvo a su escuela. Mis muchachos están ya por llegar, están sobre la avenida X y también se han dado algunas vueltas por la colonia XX para asegurarse de que su domicilio también esté seguro.

Los ojos de la mujer se agrandan. Sus pupilas se dilatan. Respira profundo. La llegada de otro integrante de la directiva de la escuela a la oficina se vuelve el clavo ardiente en el que se sostiene. A señas le explica brevemente lo que sucede. El profesor asiente y le pide que le pase el auricular y termina la llamada en segundos. “Los muchachos” jamás se aparecen en la escuela.

Unos días antes el profesor había mantenido una charla con un supervisor de la Secretaría de Educación Pública estatal. El funcionario le dice, tengan cuidado pues varias escuelas de la zona han estado recibiendo llamadas de extorsión.

“Después de eso –cuenta la mujer– llamamos al 066 para denunciar la llamada, nos dijeron que habían recibido ya varias denuncias de la misma zona y que en lo sucesivo colgáramos en cuanto identificáramos que era una llamada de extorsión y que evitáramos dar información personal”.

Hace unos meses los datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) señalaban que Puebla se ubicaba entre las ocho entidades en donde se registraron el mayor número de denuncias por extorsión, y que en el primer trimestre del año la incidencia había aumentado un 17 por ciento.

Nota: se omitieron los nombres y datos de ubicación para evitar un riesgo a los protagonistas de esta historia.