Lado B
UN LIBRO DIVERTIDO
Guillermo Núñez
Por Lado B @ladobemx
21 de junio, 2013
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Guillermo Núñez

 

La positiva recepción del libro de ensayos Buda, drogas y pop (Textofilia, 2013) de Fausto Alzati (México DF, 1979) bien podría merecerle una segunda edición. Sería una feliz ocasión para que los editores del libro atendieran algunos de sus descuidos (como cambiar “el autoestima” –la “a” no es tónica…– por “la autoestima”, utilizar “si” cuando se trate de un condicional y un “sí” cuando se trate de una afirmación, escribir “ubicuo” en lugar de “ubiquo” o utilizar “bizarro” sólo cuando se quiere decir “valiente” y no “extraño”). Son detalles sin demasiada importancia pero que pueden entorpecer la experiencia de leer el título y que poco tienen que ver con las virtudes que ya se han señalado en otros lugares.

Una de estas virtudes es la forma en que Fausto utiliza la cultura popular para apoyar sus argumentaciones en torno a tópicos filosóficos, algo que ha aprendido de autores como Chuck Klosterman, a cuyo título Sex, Drugs, and Cocoa Puffs rinde un homenaje aquí. Debo insistir en que se utiliza la cultura popular para apoyar argumentaciones –se recurre a frases de Cantinflas o se utiliza una figura pop para ilustrar algún silogismo– y no para poner en tensión a la cultura popular con el pensamiento propiamente científico de la filosofía, como se ha hecho desde hace tiempo a la sombra de críticos como Walter Benjamin (quien, como sabemos, escribió tanto del barroco como de Mickey Mouse). Un ejemplo logrado de esa tensión puede encontrarse en el reciente libro de ensayos Kant y los extraterrestres de Juan Pablo Anaya, donde se aborda a la cultura popular (por ejemplo, Blade Runner) no para señalar “obras sintomáticas” sino para mostrar cómo es que importan en un nivel sentimental –y que de algún modo está vinculado con la aparición de una sensibilidad romántica en varios de sus ensayos). La estrategia de Alzati es distinta y más cercana a la figura del bathos: tras una elucubración más o menos compleja, ofrece un lugar común o grotesco que puede resultar tanto humorístico como irónico.

Otra de las virtudes que se han señalado de este libro es su estilo (en la contratapa, por ejemplo, podemos leer que se trata de uno provocador, algo a lo que varios medios han hecho eco, algunos también consideran que posee “gracia expositiva”). América Pacheco, para Animal político, lo llamó un “vehículo todo terreno”, que es una imagen muy atinada. En efecto, Fausto no se detiene en los matices ni las sutilezas exigidos por un proyecto como el que se ha impuesto: desbancar la identidad moderna (un agente humano, una persona o un yo, y por tanto, la interioridad, la libertad y la individualidad, encarnadas en la naturaleza). El resultado son los juicios sesgados que ofrece sobre la grandeza (y miseria) de la edad moderna. La dialéctica y la retórica se han probado como herramientas particularmente fértiles para cuestionar propuestas esencialistas de la identidad. Pero Fausto también prefiere denostar estas herramientas y apuesta por poner en tela de juicio a la razón (y, como hizo el Nietzsche de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, también lo hace argumentando…).

¿Cómo desbancar al sujeto sin vincularlo con la moral? La estrategia es predecible: negar la libertad (como Nietzsche, Alzati retoma algunas posiciones de cientifismo dudoso –evolucionistas– donde se ve a la razón y a la libertad sólo como herramientas que poseemos para sobrevivir, reduciendo a la razón a poco más que una garra o un caparazón). Quizá ésta sea la decisión que ha llevado a varios a afirmar que se trata de un título provocador: a nadie le gusta que le digan que no es libre. Pero ¿no es este un falso problema? La pregunta sobre la existencia de nuestra libertad es irrelevante si actuamos libremente (como vio Kant, tras mostrar que la metafísica no puede ser el sustento de nuestra moralidad).

Libraco

A pesar del liberalismo esencialista que se desprende de Fuentes del yo (1989) de Charles Taylor (un liberalismo que, extrañamente, Alzati defiende en las conclusiones de su libro) creo que vale la pena recordarlo pues explica por qué tendemos a desconfiar de las explicaciones ontológicas (y por ende, esencialistas): por el abuso que cometemos a partir de ellas (como castigar a los “herejes”). Es un temor primitivo basado en un error que considera que las “culturas no dañadas” o “puras” respetan instintivamente la vida. Un error que se soluciona fácilmente con un vistazo a la crueldad del mundo natural. Lo extraño en el caso del libro de Fausto es que a pesar de que se ha propuesto, en su núcleo argumentativo (el ensayo “Sí, tú”), atender sólo a la conciencia amoral (en un pie de página explica que utiliza el término en su acepción facultativa y, por tanto, extramoral, aunque bien pudo evitarse esta aclaración y usar el término “percepción”) a lo largo del ensayo también utiliza el término para referirse a la conciencia entendida como reflexión –y no sólo como una percepción pura, como pretendía originalmente– es decir, en su sentido moral. Por ejemplo, escribe: “Cuando percibimos la ausencia de conciencia en un cadáver y justo ahí figuramos, por un instante, aquel alumbramiento del mundo que es nuestra conciencia”. Creo que es evidente que ya escribe en términos morales (se refiere al tópico de cómo nos hacemos cargo de nosotros mismos una vez que reflexionamos sobre la muerte). De no haber atendido la moralidad, bien podría seguir en la estela de Nietzsche y afirmar que el yo es poco más que una figura gramática. Pero cuando Fausto lo afirma, la gramática continúa siendo un referente a la realidad –a presencias reales– y no sólo un avatar como lo es en Nietzsche. ¿El yo es una figura gramática? Sí, pero una que refiere a experiencias personales concretas –como la reflexión sobre nosotros mismos. Esta es otra de las extrañas “sutilezas” por las que el todo terreno de Fausto ha decidido pasar por encima: que la verdad no es una cuestión esencialista sino una relación de adecuación de un juicio con el mundo real. Para tener en tanta estima el “estar presente” es curioso que Fausto niegue la base de la prudencia (la virtud de saber qué hacer en qué momento), es decir, el juicio. Pero por lo que entiendo, para Fausto “estar presente” es poco más que un estado físico, donde se tienen experiencias “más directas”, no mediadas por la razón. Fausto habla de la respiración (que no es una experiencia particularmente humana; vamos, las plantas respiran pero no creo que lo experimenten como algo “directo”) pero no veo por qué se trata de una experiencia más valiosa que las “indirectas”. No tiene mucho sentido encumbrar el defecar por encima de lo que pensamos mientras lo hacemos sólo porque esté más vinculado con nuestra carne. Por supuesto, optar por lo otro tiene un nombre, y es el resultado de la confusión entre placer y felicidad. Se llama hedonismo. Y creo que mantenerse en esa tradición irremediablemente conduce a un empobrecimiento espiritual (si la mente o la reflexión es poco más que un chisme y no lo que nos hace humanos, no somos sino una pasión inútil). Ofrece Fausto: “Un chisme que se cuenta tanto que parece verdad”. Pero la verdad, insisto, no es lo que pensamos (yo podría pensar que Fausto Alzati es un mono, y eso no lo hará verdad) sino cómo lo que pensamos se adecúa, o no, a la realidad. Por supuesto, esta verdad exige un sujeto que esté dispuesto a enfrentarse a problemas y dificultades (pues la felicidad lo exige), muchas de ellas intelectuales.

Concedo que la naturaleza de nuestra experiencia es escurridiza, pero temo que la conciencia (la reflexión) es una herramienta inigualable para atenderla y no un impedimento, como quiere Fausto. Creer lo contrario hace a nuestro mundo y nuestra experiencia en él más pobres pues se nos arrebata la responsabilidad que tenemos con nuestra propia vida. Entiendo bien el afán de Fausto por criticar las “fórmulas chafas de superación personal”, pero me preocupa que lo que esté criticando no sean las fórmulas chafas, sino la superación personal, y sólo porque le parece difícil.

Buda, drogas y pop, Fausto Alzati Fernández, Textofilia, México, 2013, 60 páginas.

 

*Guillermo Nuñez, lector y escritor. Jefe de redacción en La Tempestad

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