Lilia Vélez Iglesias*

@lvelezi

El 7 de julio próximo iré a la casilla que me corresponde como lo he hecho desde que la ciudadanía me alcanzó; solo que en esta ocasión no cruzaré ninguno de los emblemas de los partidos, ni tacharé el nombre de candidato alguno, en cambio, escribiré Morris el candigato, de forma legible y fuerte. No confió de ningún modo en las autoridades electorales, pero lo hagan público o no, mi voto como el de muchos, será un voto de protesta; un voto de rechazo a todos los partidos y a sus impresentables abanderados.

El voto por el candigato Morris es un voto que deberá ser contado y asentado en el acta, de acuerdo a lo establecido en la fracción IV del artículo 290 del código electoral de Puebla: “Los votos emitidos en favor de candidatos no registrados se asentarán en el renglón respectivo”. Morris no existe es, no obstante, un símbolo del rechazo a los candidatos registrados y a sus partidos; es una representación del hastío de quienes como yo,  no nos sentimos representados por una “clase política” cínica, ciega, sorda y ensimismada.

La diferencia entre el voto nulo y el voto por “alguien” como Morris es que este último puede contabilizarse y visibilizarse más claramente como un sufragio que simboliza el hartazgo y el rechazo a los partidos y sus candidatos. Lo anterior debido a que en cada elección un porcentaje de los votos se anulan por errores de los electores, por lo que finalmente no es posible distinguir entre los votos anulados como protesta y los votos anulados por otra razón.

Las razones

En la teoría democrática, el voto es el primer derecho de los ciudadanos: el instrumento para elegir a quien los representará y, por ende, a quien deberá responder por sus actos. Su importancia es tal que la existencia de elecciones periódicas, equitativas, plurales y sancionadas por órganos imparciales define a un régimen como democrático.

El sufragio es también el primer mecanismo de rendición de cuentas, la que Morlino (2007) define como: “La obligación de los líderes políticos electos de responder por sus decisiones políticas cuando les es pedido por los ciudadanos electores y otros cuerpos constitucionales”. Una de las modalidades de la rendición de cuentas es la vertical electoral, lo que quiere decir que la primera forma de sancionar a un gobernante o a un político es “castigándolo” por su actuación con un voto por otro partido, que se convierte así en un sufragio en contra del partido gobernante.

A partir de este planteamiento teórico, mi voto en la elección de este año sería en contra del PAN y de sus aliados, como castigo por el gobierno autoritario y represor de Rafael Moreno Valle Rosas. La coalición Compromiso por Puebla, encabezada por el PAN, ofreció en 2010 impulsar: “un gobierno estatal de transición que desmantele la estructura autoritaria construida por el actual Gobierno Estatal y lleve a cabo un profundo proceso de democratización en Puebla, que permita superar los grandes rezagos para transformarla en una entidad justa y equitativa”. Su oferta incluía además que: “El gobierno de transición se abocará a asegurar el sufragio efectivo, la división de poderes, el federalismo, el municipio libre, las libertades públicas, las garantías individuales y sociales y los derechos de la nación sobre sus recursos naturales (…)”

Este gobierno ha hecho justo lo contrario: 1) Acabó con el sistema de partidos (una tesis de Raymundo García que suscribo); 2) Controló a los poderes legislativo y judicial de una forma vergonzosa; 3) Se apropió de los organismos autónomos, incluidos los electorales, para manejarlos de acuerdo con sus intereses; 4) Reprimió a los medios y violentó la libertad de expresión y el derecho  a la información de los ciudadanos; 5) Utilizó las instituciones del Estado con fines de control político.

Todos estos elementos han convertido al gobierno de Moreno Valle en uno de los más profundamente regresivos y antidemocráticos del país. Sin duda, los candidatos del PAN –y sus aliados– merecen un “voto de castigo” por esta situación de la que son responsables. A este hecho incuestionable se suma la designación de Antonio Gali Fayad como candidato a la presidencia municipal de Puebla, lo que sin duda es un ejemplo perfecto de lo que Luis Felipe Bravo Mena recientemente llamó la “desfiguración del PAN”, que definió así: “El apetito desordenado por ganar elecciones, al que Efraín González Luna definió como “neurosis de la escaramuza”, impulsó la designación de candidatos que son la antítesis de los valores cívicos del PAN. A menudo no se cuida la congruencia ni coherencia debida entre candidato y partido (…)”

Muy bien, mi voto es en contra del PAN, ¿qué opciones tengo? El PRI y su candidato, Enrique Agüera Ibáñez y el PT y el suyo, Miguel Ángel Ceballos. Agraviados por el gobierno autoritario de Moreno Valle, que son muchos, me hacen un llamado a votar por Agüera, “es el menos malo, me dicen”, “pues sí hay duda fundada sobre el origen de su fortuna, pero es mejor que Gali, quien es la prolongación del morenovallismo”. Es decir, los electores en Puebla tenemos que escoger entre el malo y el peor, o eso es lo que nos han puesto enfrente los partidos convertidos en verdaderos cárteles que se unen para defender sus intereses y sus negocios, los que no tienen ninguna relación con los intereses de los ciudadanos.

Yo no puedo cerrar los ojos frente a lo que es evidente. O dicho con otras palabras: no puedo votar por Enrique Agüera. Por si fuera poco, creo que ningún voto será suficiente para que el abanderado priista gane: el gobernador, con la complicidad del propio PRI, controla el Instituto Electoral (IEE) y el Tribunal Electoral del Estado.

Ignoro cómo actuarán los órganos electorales claramente manejados desde Casa Aguayo, pero el 7 de julio, Morris, el candigato, recibirá un voto de esta ciudadana como símbolo de protesta contra la clase política toda.

*Coordinadora de la licenciatura en Comunicación en Universidad Iberoamericana Puebla. Presidenta de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información capitulo Puebla.