Lado B
“Huímos tapando la boca a los bebés para que sus llantos no nos delataran”
 
Por Lado B @ladobemx
10 de junio, 2013
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Foto: http://www.panoramadigital.com

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Mónica G. Prieto.  Líbano.- Vecinos de Quseir recién huidos de la ciudad siria relatan a Periodismo Humano cómo escaparon al cerco militar del régimen y de Hizbulá La localidad siria, estratégica para el régimen y los rebeldes, cayó tras 15 días de ofensiva protagonizada por el movimiento chií libanés, en lo que supone su primera intervención militar en un país árabe. La población de Ersal, ciudad suní del valle chií de la Bekaa y entrada natural desde Quseir, se ha duplicado por la entrada masiva de refugiados.

Hannan Abbas y Nafsa Sharouf creían haberlo visto todo en el último año. Desde que el Ejército Libre de Siria se hiciera fuerte en Quseir, su ciudad natal fronteriza con Líbano, en marzo/abril del pasado año, y el régimen de Bashar Assad respondiera con una dura campaña de bombardeos, sus vidas transcurrieron encerradas en un garaje de 14 metros cuadrados junto con otras 40 personas: una decena de mujeres y 30 niños de corta edad. Pero el recuerdo de las últimas horas que pasaron en su ciudad natal se asemeja más a una pesadilla, a juzgar por los sollozos que suscitan en estas mujeres recién llegadas al Líbano como refugiadas junto con una prole tan harapienta y en estado de shock como ellas mismas.

 “Llevábamos un año en el refugio porque nuestras casas habían sido ocupadas por el Ejército o habían sido destruidas en los bombardeos, pero no habíamos visto nada igual a las últimas semanas”, narra con voz monocorde Nafsa, de edad indefinida y ropa oscura, mientras deshace un pañuelo de papel a fuerza de apretarlo en su mano derecha. “Las bombas caían con tanta frecuencia que no podíamos salir. No había manera de llegar al hospital de campaña o de salir a buscar agua o comida, aunque estábamos tan asustados que no teníamos ganas de comer. Los niños comieron burgul (trigo) durante dos semanas, porque no teníamos nada más”, continúa la mujer antes de que el llanto le ahogue la voz.

Su compañera Hanan suspira sentada en el humilde Ayuntamiento de Ersal, localidad suní del valle de Bekaa (chií) situada en plena frontera con Siria y entrada natural para los refugiados que escapan de la provincia de Homs. “En el refugio no teníamos ni siquiera un baño. Confeccionamos pañales con jirones de ropa para que no tener que acompañar a los críos al exterior cada vez que necesitaban orinar”, explica esta agotada mujer de menos de 40 años.

Finalmente, el pasado martes, un rebelde les comunicó que tenían que marcharse porque la caída de la ciudad era inminente. Los hombres del Ejército Libre de Siria, que plantaban cara a los uniformados del régimen y a los shabiha, así como a las tropas enviadas por el grupo chií libanés Hizbulá para tomar la ciudad -estratégica para el régimen como el resto de la provincia de Homs, dado que esta zona conecta la capital, Damasco, con la costa de Latakia (supuestamente, base para un eventual Estado alauí en Siria)-, decidieron retirarse al interior de la provincia de Homs ante la falta de munición y armamento para plantar cara a sus enemigos. Algunos civiles siguieron sus pasos y otros optaron por abandonar Siria, temerosos de sufrir las represalias del régimen y de sus aliados libaneses.

 “No podíamos salir del garaje porque daba a una calle donde se estaba combatiendo, así que abrimos un agujero en otro de sus muros”, continúa Hannan, embarazada de gemelos y con seis hijos de entre 2 y 10 años a su alrededor. Todos van descalzos o con sandalias tan gastadas que los talones se convierten en las únicas suelas. “Como no teníamos herramientas, empleamos piedras y nuestras manos hasta que abrimos un boquete lo bastante grande para pasar”.

Resulta angustioso imaginar la huída de Siria protagonizada por Hanan, Nafsa y las demás mujeres que les acompañaban. Cada una de ellas llevaba una media de cinco niños consigo. Carecían de manos y fuerzas para acarrear siquiera bolsas de ropa. “Nos repartíamos a los más pequeños: mi hija, de 12 años, llevaba a dos bebés y yo a los otros dos”, explica Nafsa. Los más pequeños tienen edades comprendidas entre los 2 y los 6 años. Cuando salieron del garaje, en plena noche, se encaminaron hacia un bosque próximo donde los árboles ocultaban su presencia. Allí se encontraron con otros grupos de personas, con la misma intención que ellas. “Debíamos de ser al final unos 2.000”, estima Nafsa.

Continúe leyendo el texto completo publicado en Periodismo Humano en el siguiente link.

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