Lado B
Los amores de La Normota
Porque, como dice Sabina "amores que matan nunca mueren"
Por Lado B @ladobemx
23 de mayo, 2013
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Norma, salió de su casa muy joven, y muy joven también comenzó a trabajar de noche, hoy pasa sus días en un albergue para prostitutas de la tercera edad donde teje y recuerda, sobre todo recuerda.

 

Eric David Montero

@ericdmontero

—“Junté lo más hermoso que viví yo contigo, los detalles las cosas que me harán recordarte”. Esa canción, me la cantaba Marisol cada que estábamos juntas —dice “La Normota” cuando le pregunto acerca de la melodía que le recuerda al amor de su vida.

Siempre tuve curiosidad por saber lo que pensaba una prostituta acerca del amor: si se enamoraba, si había una persona en su vida, muchas o ninguna, o si tenía esperanzas de encontrar la pareja ideal.

—Yo soy muy enamoradiza —dice con voz fuerte y en medio de una agitada respiración. Confiesa que esa fue la razón de uno de los fracasos en su vida y ríe. Atrás quedaron los tiempos de bonanza, cuando era madrota en un bar llamado “El caminante” cerca de la ciudad de Guadalajara. Ahí trabajaban 36 mujeres para ella. Yo trato de imaginar cómo era en sus años de juventud, si era una chica bonita, si gozaba de buena figura o siempre fue una mujer menuda, como ahora.

Recuerda que se daba el lujo de cerrar un bar, con sus amistades, tomar Buchanan’s y pedir a un grupo musical todas las canciones que le vinieran en mente, además de cargar hasta 5 mil pesos en la bolsa y tener gusto por las alhajas.

—Me divertía al estilo narco.

Ahora Norma es una de las 26 mujeres que habitan la casa Xochiquetzal, un albergue para prostitutas de la tercera edad, incrustado en el barrio bravo de Tepito. Una de las zonas más conflictivas del Distrito Federal.

Antes de entrar a su habitación “La Normota” tejía un tortillero. Interrumpe su labor al verme, me da la bienvenida, quita la ropa sucia que está en una silla de madera e invita a sentarme para que la escuche. Su apariencia es la de una mujer de 70 años pero es mucho menor. Llegó al Distrito Federal en 1984, con 20 o 22 años de edad. Tiene el pelo corto ya cubierto de canas, su voz gruesa inspira confianza. No es nada tímida, a pesar de su pasado es muy risueña.

—Desde los 14 años salí de mi casa de Bella Vista Jalisco a Guadalajara para pedir trabajo. Pero me decían “trae a tu mamá y te lo doy”. Se me hizo difícil, así que me fui a Tijuana de raite con un trailero y fui a dar hasta San Francisco. Trabajé en casa de una mujer que me encontró descansando en un parque. Le pedí que no me llevara a las oficinas de migración. Meses antes de cumplir los 16 años regreso a México para reconciliarme con mi familia, pero no resultó.

Después del frustrado reencuentro familiar, “La Normota” adolescente, con el estigma de ser la oveja negra, se dirigió a un bar de la zona. No le importaron las miradas de la gente, tampoco si era menor de edad, ni que la policía pudiera llegar por ella. Al verla entrar algunos de los empleados la increparon, pensaron que quería trabajar.

—Yo vengo de cliente —les respondió—. Pedí una botella, hasta puse un mariachi por la canija decepción de que mi mamá no me había perdonado.

A partir de la ruptura familiar comenzó una nueva vida para Norma. En aquella borrachera, entre mariachi, botellas y una infinita tristeza se cortó los brazos con vidrios. Los empleados del bar impidieron que se hiciera más daño.

Después de la borrachera la joven llegó a un acuerdo con la dueña del antro, comenzó por cobrar a las sexoservidoras cada que entraban con un cliente a los privados, después fue mesera. Más tarde su hermano mayor, Leonardo, le reclamaría encontrarla ahí. Toparse con él la dejó absorta.

El primer amor

—¡Aaaay mi Érika! Gay o no gay fue el amor de mi vida y sigo recordándolo. Me pasó como la canción de la Banda Machos, pensé que era mujer ¡Jajajajaja! —Su voz se le quebró, creí que en cualquier momento una lágrima le recorrería la mejilla, pero con una carcajada vuelve a levantarse el ánimo.

Su voz retumba en la habitación de la vieja casona que les donó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, cuando era Jefe de Gobierno del Distrito Federal, donde duerme tranquilamente, sin preocuparse por juntar dinero para pagar la noche, como lo hacía cuando se quedaba en hoteles de la zona.

—Arturo tenía 22 o 23 años y yo 16. Érika era su nombre de batalla, siempre lo sueño. Él me movió el tapete. Nunca se va salir de aquí. —Se lleva la mano al corazón, y aunque otra vez está a punto de llorar, no le sale nada.

Lo conoció en el primer bar que trabajó. Érika estaba haciendo la variedad. “La Normota” la describe como una mujer de cabello hermoso, con unos pechos grandes y antojadizos. Cuando terminó el acto le invitó una copa y luego, a manera de despedida, aseguró que le daba gusto conocerle.

—“No te vayas quédate conmigo en mi cuarto”, me dijo, y al estar juntos la empecé a acariciar. Bajé mi mano y voy sintiendo, “¿no eres mujer?” “No, soy hombre”, me respondió.

A Norma no le importó, ella lo miraba como mujer y como hombre. A los tres años se embarazó. Cuando Arturo se dio cuenta que pronto sería padre se la llevó a vivir a su casa. Su mama le decía “¿Vas a vivir con ella? Pues ya déjate crecer el bigote”.

—Me respondió a pesar de ser gay. Tuvo el valor civil de acompañarme con mi familia y decir “denle sus papeles porque se irá a vivir conmigo”. Mi hermano Leonardo se carcajeó “¡aaay no friegues mano, primero vuélvete cabrón!”.

Pasó el tiempo, “La Normota” cumplió 5 meses de embarazo. Todo parecía normal y muy ordinario. Un día como tantos, Arturo llegó de trabajar y volvió a salir. Los celos y la duda la invadieron, así que emprendió el mismo camino que su pareja.

—Veo que se mete en una casa. Lo encontré con otro. Regresé a donde vivíamos, que agarro mis cosas, las acomodé en una cajita y le dije todo a su mamá. Regresé cuando me alivié de mi hija. Y después ya no tuve nada que ver con Arturo.

El segundo aire

Corrían los primeros años de la década de los 80. La ruptura con Érika no la ciñó al fracaso. Con el tiempo, Marisol llegó a “El caminante”. Era una bailarina originaria de Puebla con un contrato temporal. Norma la recuerda como era en aquellos años en que se enamoró de ella: estatura media, güerita y nariz respingada.

—Terminando su contrato se quiso quedar aquí fichando. ¡Ahí tienes a la Norma! Se me fue metiendo se me fue metiendo. Nos íbamos a casar por la religión de la Santa Muerte.

Al formalizar la relación llegaron los acuerdos. Marisol dijo que ya no iba a fichar ni bailar en bares; Norma tenía deseos de poner un local de comida con venta de cerveza y  rentar un departamento.

Logró traspasar “El Caminante”, y una vez obtenida una considerable cantidad de dinero partieron hacia la ciudad de México, donde esperaban un mejor porvenir y, si era posible, dejar atrás esa vida de vicios y prostitución.

Al llegar a la capital se hospedaron en un hotel llamado Zaragoza y salieron a festejar a un bar llamado Las Colmenas, ubicado en Bucareli. De ahí se fueron a Garibaldi a seguir la parranda. Marisol ya tenía un plan b: quedarse con el todo el dinero de Norma.

Al regresar al hotel Norma se metió a la regadera mientras Marisol colocaba una sustancia en su vaso de whisky. Al salir, Norma bebió un poco y comenzó a sentirse mal. La bailarina dio el golpe final: un navajazo en el cuello y, una vez hecho esto, tomó parte del dinero y huyó.

En la recepción del hotel sonó el timbre del teléfono. Al descolgarlo uno de los trabajadores escuchó el pleito entre las dos mujeres. Llamaron a la policía y una ambulancia, y se dirigieron al cuarto. Encontraron a Norma desangrándose.

El reencuentro

Pasado el tiempo, Norma regresó al bar donde había trabajado durante su adolescencia. Se paró en la barra y a unos metros de ella, en una mesa, vio a una mujer rodeada de hombres. Era Érika, el padre de su hija. Cruzaron el saludo y después Arturo le reclamó de su abandono y de su vida aventurera.

Érika aún sentía amor por Norma y le pidió que se fueran a Puerto Vallarta. Ella se rehusó, arguyendo que ya era inútil intentar algún tipo de romance.

—Al otro día, me puse a lavar mi ropa. Mis amigas se van al mercado y al regresar me preguntaron por Arturo. “Canijo, quería que me fuera con él”, les dije. Fue cuando me enteré que lo habían matado aquella noche.

Sus amigas pensaron que mejor se hubiera ido con él, quizá ya presentía su muerte. Después del aviso Norma se fue a la casa de Arturo, donde su cuerpo ya estaba tendido. Algunas personas que estaban presentes murmuraron “esa es la esposa”. Al ver el cadáver Norma se arrepintió de haber rechazado aquella invitación. Dice que son cosas del destino, pero recordarlo la conmueve.

Los tipos con los que se fue Arturo eran judiciales. Se lo llevaron porque supuestamente había asaltado a un cliente. Lo golpearon para que confesara, le pegaron en los pechos de silicón y le provocaron la muerte. Después de la tortura le quitaron sus pantimedias y con estas lo colgaron. Dijeron había sido un suicidio.

—Las puntas de sus pies estaban en el piso, ¿cómo iba a morir ahorcado? Lo mataron a golpes. Años después me enteré que fue Marisol la que le quitó la cartera al fulano. Ahora ella anda de teporochita, a veces me la llego a encontrar. Ya la perdoné.Lado B. Periodismo 3.0

*Para donaciones a la casa Xochiquetzal:

  • Número de cuenta en Banco Santander 65503635422 a nombre de Mujeres Xochiquetzal en lucha por su dignidad A.C.
  • Clabe interbancaria 014180655036354227
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Autor Lado B
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