Aquello que me fue llenando desde el fondo
era su música.
Lo sé porque algo de mí
fue quedando entre los árboles.
Algo distinto de la lluvia
que no era trueno
ni rumor de pájaro
ni el aleteo negro de la ira.
El viento era una oleada de cristales rotos
que un ángel
–apresurado por la niebla
levantaba.
La tarde: un tumulto de estrellas imprecisas.
Para quien el amor es un colibrí dormido entre sus manos.
Para los murciélagos
–hojarasca de la noche
en cuya piel la luna resuena.
(Los murciélagos,
atados a una rama
entienden al revés la noche.
Y cuando duermen
son partidarios unánimes de la gravedad.
Y su amor es ciego)
Para los caracoles en su amor paciente:
espiral de aire cayendo en la floresta.
Para quien sufre como la afrenta de una espada
el fruto amargo de la noche.
Para la primavera,
porque antes de sus pasos todo estaba abandonado
(Esta mañana vino la cuchara de una abeja
a averiguar algo entre las flores)
Y para todo lo que viene
que seguramente será rosado.
Aquí está su canto de pan y leche caliente,
de llovizna y animal dormido.
De fugitivo resguardado.
Ahora sólo queda esperar
el claro y sencillo chapoteo:
ruido hecho de mineral de cosmos,
arena-ritmo
de girasol marino.
Y tener cuidado de acallar
el tren ruidoso en nuestro pecho
para no despertar a nuestro ángel de la guarda.
Lorena Ventura (Oaxaca, 1983, una de las poetas más interesantes de la generación de los ochenta. En 2004, recibió el Premio Nacional de Poesía “José Emilio Pacheco”, convocado por la Universidad Veracruzana. Fue becaria del FONCA en la categoría de poesía (2009-2010). Estudia el Doctorado en la UNAM.