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Educación y tolerancia: ser intolerantes con la intolerancia
Mucho camino hay que recorrer aún en nuestra sociedad mexicana para dar ese paso entre el discurso que plantean las declaraciones universales y que suscribimos quienes nos decimos personas ilustradas y modernas y las prácticas individuales y colectivas que se expresan en la casa, en la escuela, en la calle, en los medios y en las redes sociales.
Por Lado B @ladobemx
09 de abril, 2013
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No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor.

El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”.

Mahatma Gandhi

Martín López Calva*

@M_Lopezcalva

El 22 de mayo del año pasado publiqué en esta columna una reflexión titulada: Excluir la exclusión: educación incluyente para una sociedad democrática.

En ese texto partía de la frase de Robert Antelme: “No suprimir a nadie de la humanidad” para plantear la necesidad –en ese momento justificada por la enorme polarización que alcanzaban las campañas presidenciales- de construir una sociedad mexicana en la que hubiera espacio para todos, independientemente de sus tendencias políticas o ideológicas, sus creencias religiosas o sus formas de vida.

Mucho camino hay que recorrer aún en nuestra sociedad mexicana para dar ese paso entre el discurso que plantean las declaraciones universales y que suscribimos quienes nos decimos personas ilustradas y modernas y las prácticas individuales y colectivas que se expresan en  la casa, en la escuela, en la calle, en los medios y en las redes sociales.

Porque en efecto, como se mencionaba en el artículo referido, existe en nuestra comunidad el riesgo doble de la intolerancia que implica la exclusión y el maltrato a los diferentes –discapacitados, mujeres, indígenas, grupos minoritarios- y el de la “tolerancia selectiva”, es decir, la de la tolerancia que se promueve y defiende en determinados casos en que las situaciones de exclusión nos parecen inaceptables desde nuestros marcos valorativos pero que se omite o aún se deja de lado explícitamente cuando los casos de exclusión se dan hacia personas, grupos o culturas que son contrarias a nuestro modo de pensar o nos parecen inferiores o atrasadas, fuera de lo que la vanguardia intelectual considera “políticamente correcto”.

De este modo, se dan muchas expresiones de defensa de la tolerancia y de protesta contra la exclusión cuando aquéllos que se “autoproclaman normales, buenos, poseedores de la verdad o de los valores universales…” son los grupos que se consideran conservadores. En estos casos podemos encontrar en las redes sociales y en los medios de comunicación expresiones de indignación cuando se discrimina a alguien con ideas de extrema izquierda o con preferencias sexuales distintas o rasgos raciales indígenas.

Sin embargo, estos mismos individuos y grupos defensores de la tolerancia no solamente admiten impávidos sino muchas veces son parte de manifestaciones públicas de intolerancia hacia grupos raciales que se consideran dominantes en lo económico o político –“gringos”, judíos, “gachupines”, chinos, etc.- o hacia personas o comunidades que profesan creencias religiosas y a las que se considera por ese hecho retrógradas, fanáticas o culturalmente atrasadas.

En nuestro país hemos visto recientemente dos ejemplos de esta “tolerancia selectiva” que desde mi punto de vista es un tipo específico de intolerancia disfrazada de pensamiento vanguardista.

Uno de ellos fue la reciente campaña antisemita que se manifestó en las redes sociales hace un par de meses y creció viralmente a pesar de los cuestionamientos, reflexiones, oposición  y llamados de atención por parte de algunos miembros de esta comunidad, algunos de ellos parte importante de la vida intelectual del país como Enrique Krauze.

Krauze escribió un texto muy lúcido en el blog de la revista Letras libres, advirtiendo el riesgo de esta manifestación de intolerancia antisemita titulado: Racismos convergentes, en el que señala: “En las semanas recientes hemos atestiguado la reaparición de un antiquísimo prejuicio que, al menos en México, creíamos desacreditado. Me refiero al antisemitismo que –como casi todo mundo sabe y entiende– es un término acuñado en Alemania en 1879 y que se refiere al odio contra los judíos. El hecho ocurrió en ambos extremos del espectro ideológico. Por una parte, Reporte Índigo, Carmen Aristegui y Reforma destaparon la cloaca de una secta filonazi llamada “México despierta” incrustada en las altas esferas del gobierno de Calderón. Y, paralelamente, en el Twitter, una campaña denominada #EsDeJudíos se volvió trending topic”.

El otro ejemplo es más sistemático y permanente pero se manifestó de manera más clara y virulenta en las semanas recientes a raíz de la reciente elección del cardenal Bergoglio como sumo pontífice de la iglesia católica y la posterior celebración de la semana santa.

Se trata de las muestras de intolerancia de muchos de los defensores de la tolerancia, cuando se trata de temas que atañen a la iglesia católica y a sus miembros. Una gran cantidad de tuits y entradas de Facebook durante los días del cónclave y en el transcurso de la semana santa manifestaron burlas y hasta insultos hacia al Papa, los cardenales, obispos y sacerdotes, hacia la iglesia en general y hacia los católicos.

El que hayan aumentado en la cantidad y en el tono parece ser producto de los recientes y totalmente condenables casos de pederastia que se han descubierto y denunciado en los que un buen número de sacerdotes han sido protagonistas y varios miembros de la jerarquía han pretendido ocultar o no han actuado con la firmeza que estos casos requerían.

Sin embargo, la existencia de estos hechos moralmente inaceptables y legalmente delictivos en el seno de la iglesia y la crisis que esto ha provocado no justifican la ola de intolerancia y descalificación, no en contra de estos casos específicos sino hacia toda la iglesia y hacia todos los creyentes.

Para dejarlo más claramente asentado, cuando me refiero a manifestaciones de intolerancia  y exclusión de muchos miembros de la sociedad mexicana hacia la iglesia católica y los católicos no estoy hablando de los artículos o reportajes que investigan hechos o elementos negativos que sin duda existen en la iglesia como en toda institución humana, tampoco estoy hablando de artículos de opinión, editoriales o aún imágenes, comentarios, tuits o entradas de Facebook en quede manera crítica y objetiva se expresan cuestionamientos o condena a estas cuestiones.

Me refiero a muchas manifestaciones que sin ningún rigor ni fundamento equiparan el término sacerdote a pederasta, descalifican la creencia de la gente tachándola de fanática o manipulada y se burlan de manera clara y muchas veces ofensiva de la religiosidad de millones de mexicanos.

Este tipo de campañas contra los judíos, contra los católicos o contra cualquier grupo social que se considera “opresor”, “manipulador” o “intolerante”, resultan -paradójicamente- profundamente intolerantes porque excluyen de manera infundada y basada en prejuicios a otros seres humanos por su raza –así sea dominante o “superior” en lo económico o político- o por sus creencias –así resulten “retrógradas” o “conservadoras” para los que se autodefinen como progresistas- y generan resentimiento, odio e incomprensión entre los mexicanos.

  Dice una expresión anónima que “tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón”. Tal parece que los mexicanos no estamos dispuestos a experimentarla porque exigimos tolerancia a los demás para poder pensar, decir y vivir como creamos más conveniente, defendemos la tolerancia cuando alguien excluye a los que piensan como nosotros o a quienes nosotros pensamos que no se debería excluir, pero dejamos pasar sin decir nada o incluso participamos de las manifestaciones de exclusión hacia las personas o grupos que piensan, se expresan o viven de manera distinta a nosotros.

La educación democrática a la que aspiramos tendría que buscar formar a los futuros ciudadanos en la tolerancia auténtica. Esta tolerancia según Morin tiene tres niveles: el que implica aceptar lo que digan los demás aunque no estemos de acuerdo, el que supone que tenemos la convicción de que para que exista democracia es deseable que haya diversidad de creencias y opiniones y por último, el que estamos dispuestos a asumir que como afirmaba Niels Bohr: “muchas veces lo contrario a una verdad profunda es otra verdad profunda”.

 

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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