Lado B
Alan Turing y la manzana arcoíris
 
Por Lado B @ladobemx
30 de abril, 2013
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Tomada de Historias Cienciacionales

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Historias Cienciacionales

Todo lo malo que le podía pasar a Alan Turing, uno de los más grandes matemáticos del siglo pasado, comenzó cuando conoció en 1952 a Arnold Murray, de 19 años. A pesar de que habían pasado seis años desde el descubrimiento de los espías homosexuales rusos, el ambiente seguía muy pesado y Alan, más que nadie, sabía que debía mantener un perfil bajo (Alan era poco discreto sobre sus preferencias sexuales con sus colegas universitarios). Además, la Inglaterra de cuando se conocieron condenaba la homosexualidad con cárcel.

Turing, entonces de 39 años, nunca se caracterizó por ser una persona impulsiva pero era un secreto a voces que invitaba a jovencitos universitarios a compartir noches con él; a Murray, lo invitó a pasar el fin de semana. El joven lo plantó, pero el lunes siguiente, Alan lo buscó para invitarlo a salir de nuevo. Compartieron varias noches.

Un día, Alan regresó del laboratorio para encontrar que alguien robó en su casa. Ese día había dejado a Arnold ahí, así que no dudó en acusarlo. Las pruebas policiales demostraron que, efectivamente, el adolescente fue el responsable de tal evento pero además, que el móvil había sido una relación sentimental. Alan aceptó esto abiertamente y, en consecuencia, su homosexualidad.

Alan fue acusado de indecencia grave perversión sexual, y condenado a prisión. Dada su importancia para descifrar los códigos secretos de los alemanes durante la segunda guerra mundial (incluso se dice que Turing fue el responsable de que los aliados ganaran), lo privilegiaron con el poder de decisión: cárcel o castración química. Él escogió la segunda opción.

Fue el peor año de su vida, comparable con su niñez, cuando sus padres partieron a la India y lo dejaron a él y a su hermano a cargo de un general retirado (en la época de Turing, el que los padres de la noblesa “abandonaran” a sus hijos era perfectamente bien visto; nada lastimó más a Alan que su mamá lo dejara de un año de nacido). Cada semana era inyectado con estrógenos sintéticos que le provocaron impotencia, reducción del líbido y otros cambios físicos y emocionales evidentes, que afectaron drásticamente su salud y vida profesional.

Turing siempre tuvo obsesión por el cuento de Blanca Nieves y los siete enanos; utilizó la metáfora de la manzana envenenada para acabar con su martirio (de hecho, años atrás había escrito a una pareja sobre sus intenciones de suicidarse de esta manera). La mujer que le hacía la limpieza lo encontró tendido en su cama con espuma en la boca y, en el piso, una manzana con sólo una mordida.

La manzana nunca fue examinada para descartar envenenamiento por cianuro, pero era evidente que eso había sido. Algunos dicen que la muerte no fue producto de la ingesta de veneno sino por inhalación de los productos químicos que había en su laboratorio – Alan necesitaba cianuro de potasio para disolver oro-. Amigos suyos cercanos, como Alan Garner, creen que esta duda la dejó planteada para que su madre no creyera que su hijo había preferido quitarse la vida. Fue un hombre sumamente astuto, incluso hasta para morir.

A poco más de cien años de su nacimiento, el mundo ha comenzado a reconocer el papel protagónico de este hombre en la historia de la humanidad ya que sin su máquina (la máquina de Turing), el desarrollo de las computadoras hubiera sido muy diferente al que conocemos. Sólo por dar un ejemplo, la Associaton for Computing Machinery da, dese hace tiempo y cada año, el Premio Turing, que es el equivalente al premio Nobel en el mundo de la computación.

Hablando de computadoras, Turing está más presente entre nosotros gracias a Steve Jobs. El logotipo de su marca, la manzana, está inspirada en Turing: una manzana con una sola mordida como símbolo de su admiración hacia él. Incluso, los viejitos recordarán que la manzana de Mac alguna vez fue multicolor y no blanca como la conocemos hoy; esto también en homenaje a las preferencias sexuales de Alan.

Pero como dijera su compatriota Oscar Wilde –quien por cierto compartía el homenaje de la bandera arcoíris del logo de Apple- “El público es maravillosamente tolerante: perdona todo, menos la genialidad.”

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Si van a andar por Londres estos días, vayan a ver el musical de su vida: The Universal Life.

Aquí una conmovedora carta que escribió Alan Garner, en The Guardian, sobre su amigo.

Nota, este texto fue publicado originalmente con el título: Muere el padre de la computabilidad y de la inteligencia artificial

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