Lado B
Graciela Iturbide, una mirada en el Amparo
 
Por Lado B @ladobemx
11 de marzo, 2013
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Foto: Gabriela Iturbide

Rosa Casanova*

Somos voraces consumidores de imágenes y cotidianamente, con constantes envíos desde el celular o actualizaciones en las redes sociales, contribuimos a acrecentar ese universo inabarcable: una suerte de ruido blanco en el que ocasionalmente nos detenemos cuando alguna foto nos atrapa por lo insólito del tema o la perspectiva, o porque toca algún rincón de nuestra memoria afectiva. Aunque rara vez reparamos en el proceso creativo o el vínculo entre la imagen y el medio en que la miramos (¿un cartel publicitario, un monitor, una impresión digital, la pantalla del televisor o acaso un libro?), quienes dedican su vida a la fotografía piensan siempre en el encuadre, el tamaño, las tonalidades, el marco o el espacio en el cual se inserta su obra, aun si solo pueden controlar todas las variables en una exposición, un libro de autor o su página Web.

La reflexión respecto a cómo el medio incide sobre las formas de ver viene a cuenta por la muestra de Graciela Iturbide con la que el Museo Amparo abre sus nuevas instalaciones. La colección reúne sobre todo su trabajo de  los últimos años que evidencian las obsesiones cambiantes de su mirada: no los íconos, símbolos de una cultura común adoptados por disímiles movimientos y grupos sociales, los cuales se han ido desvaneciendo ante paisajes solitarios. En este contexto surgió la idea de dedicar un espacio para pensar en su manera de trabajar, vinculada a la tradición fotográfica que hoy se denomina analógica. Su formación con el maestro Manuel Álvarez Bravo y su conocimiento de la obra de los grandes fotógrafos del siglo XX sellaron su predilección por la impresión clásica, en plata sobre gelatina, lejana de la inmaterialidad digital. No con el afán de mantener la tradición, sino porque forma parte integral de su lenguaje visual.

Por más de cien años hacer fotografía suponía un proceso complejo con tiempos y espacios diferenciados: aprestar la cámara con la película adecuada al trabajo que se va a desarrollar; mirar a través del visor para encuadrar  lo que está al otro lado de la lente, revisar la luz, “disparar” y llegar al laboratorio para revelar “los rollos”. Después, a partir de los negativos y hojas de contactos, seleccionar las que despiertan interés e imprimirlas como pruebas; examinarlas y decidir la técnica, la tonalidad y el formato de las impresiones finales. Un rito, dice Iturbide, que en ella es solitario, delicado y silencioso.

En apariencia resulta obsoleto ante la inmediatez de la fotografía digital, si bien ésta implica un proceso y una disciplina similares; nada más se reduce el espacio de trabajo y se trastoca la presentación del resultado final. En pocos años nos hemos acostumbrado a mirar en un monitor cuya calibración y definición es fortuita, como es manipulable el tamaño que podemos dar a la imagen. Vamos olvidando que la impresión es una parte fundamental del ritual, pues solo allí la imagen concreta el carácter buscado por el autor.

Ansel Adams, el fotógrafo norteamericano del paisaje monumental estadounidense, comparaba el negativo fotográfico con una partitura y la impresión con una interpretación de ella. En ese sentido se podría decir que cada impresión –-cada foto– es única y cargada de subjetividad aunque la imagen pueda reproducirse infinidad de veces. Un autor suele imprimir una foto de manera diferente a lo largo de los años. Su vida misma cambia y va buscando otros acentos, otras lecturas; también es posible que  “descubra” negativos que ignoró en un primer momento.

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Foto: Gabriela Iturbide

Esta pequeña sección (catorce contactos de algunas de sus fotografías más conocidas que llevan las huellas de selección y edición, más cuatro impresiones en diversas técnicas y formatos) ofrece claves para entrar al proceso creativo de Iturbide: la estructura compositiva de los pedazos de realidad que desea someter a nuestra mirada, las posibilidades de grises, los negros profundos, los toques de luz o la percepción táctil que concretan sus representaciones. Y recuperar el sentido del objeto fotográfico, fundamental para esta fotógrafa mexicana.

Mucho se ha escrito sobre su trabajo y en las entrevistas publicadas ella misma nos brinda pistas que, en un artificial montaje, nos aproximan a su quehacer. “Hay un especie de trance cuando tengo la cámara entre las manos. […] Con la cámara, veo la realidad de otra manera. Por esa ventana, me asomo a otro mundo. […]  Yo tomo lo que encuentro. Imprimo los contactos donde se queda toda la historia….” Un proceder casi automático, sustentado en la experiencia, las lecturas y la disciplina. “Cartier-Bresson decía que el momento decisivo consistía en tomar la foto. Yo creo en el momento en que tomas la foto y en la manera en que eliges tu contacto.” Sólo entonces ve lo que quedó plasmado en el negativo y se sorprende ante instantes que ni siquiera recuerda. Porque para Graciela Iturbide “la fotografía es un pretexto para conocer”.

*Investigadora en el Museo Nacional de Historia, INAH. Texto publicado originalmente en el sitio del Museo Amparo. La exposición estará abierta hasta el 27 de mayo, de miércoles a lunes y entre 10:00 a 18:00 horas

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Autor Lado B
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