Lado B
Crónica de una victoria olímpica inadvertida
Un festejo opacado por el encanto de unos pants fosforescentes y un baile pandémico
Por Lado B @ladobemx
22 de marzo, 2013
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El paseo solitario de un mexicano en Irlanda, ávido por celebrar el triunfo inédito de su equipo nacional y encontrar, en cambio, una moda de pants de colores chillantes y jovencitas bailando europerreo.

 

Josué Daniel Flores Morales

El hostal en el que me hospedo se sitúa a la mitad del viejo camino que conduce a una comunidad llamada Glanmire. Los pubs pululan en este sendero: cada tres casas hay uno de ellos. Ofrecen cerveza de tres a cinco euros. Las más caras: Heineken y Bavaria. La más barata: la nacional Guinness.

Al inicio del camino, rumbo al centro de la ciudad, hay una pared que exhibe anuncios espectaculares. El primero de ellos promociona la cinta El Legado de Bourne, lista para estrenarse en un par de días. El segundo espectacular arenga a todos los habitantes a apoyar al equipo olímpico irlandés aunque, para estos días, la mayoría de sus atletas ya se encuentran en casa. La intención fue buena: en la ilustración, un puñado de personas diminutas levanta el pie de un velocista irlandés de dimensiones gulliverescas, para que éste pueda salir disparado hacia la meta.

El último anuncio ofrece la imagen de una rubia en cuclillas, con mirada sensual, lista para comerse la pista de baile de cualquier antro. Boohoo.com: por veinte euros podrás hacerte de unos Disco Pants,la última moda de pants para bailar que ofrecen flexibilidad y agilidad. Se sugiere usarlos completamente ajustados. Los Disco Pants vienen en colores que obligan a mirar, la rubia luce unos de color rosa chillante.

Es un sábado ordinario para los corkeños, pero también es día de asueto y alegría aun cuando el clima ofrezca lo peor de sí. En la calle llovizna, los pronósticos no apuntan a un aguacero, sino que así se mantendrá hasta la madrugada; apenas son las cinco de la tarde. Los habitantes de Cork hacen lo que hacen los fines de semana: van de compras a distintos almacenes. Su satisfacción se ve consumada al salir de las tiendas y cargar, en cada mano, más de dos bolsas.

Yo, mientras tanto, doy una vuelta por las calles de esta pequeña ciudad irlandesa para desentumirme las piernas después de ver a la selección mexicana de futbol ganar la medalla de oro contra los brasileños. Londres no está muy lejos, sin embargo la victoria no se siente más cerca.

La idea es encontrar un lugar donde haya mexicanos celebrando, aunque en días pasados lo único mexicano que encontré fue un sombrero de mariachi colgado en la pared de un bar. Al parecer a los dueños se les olvidó quitarlo después de “The Mexican Month”, en julio. Y así como no me expliqué quién llevó aquel sombrero, tampoco hallé respuesta cuando pregunté por qué celebran el mes mexicano. “I don´t know. We don´t care much about that”.Contestó el bartender. Aunque aseguró que durante la primera mitad de ese mes se estuvo regalando comida mexicana en distintos puntos de la ciudad. “Good, very spicy”.

En Facebook ya hay un centenar de imágenes referentes a la victoria tricolor. Una de ellas muestra al Cristo de Corcovado luciendo un sombrero verde y un par de banderas mexicanas colgando de sus brazos extendidos. Las noticias dicen que los mexicanos festejan en el Ángel de la Independencia. En medio de protestas por la elección de Peña Nieto, en el lugar se abre un espacio para cobijar la catarsis futbolera.

A la memoria de San Patricio

Después de caminar diez minutos llego a MacCourtain Street. Esta calle alberga múltiples establecimientos: un hotel llamado The Gresham Metropole, un Subway, una tienda de artículos para acampar, una tienda de instrumentos musicales que es atendida por un anciano gruñón apoltronado en un banco, que se molesta si ya llevas rato husmeando en la tienda; y por último, un mini-supermercado atendido por dos sujetos oriundos de Bangladesh.

Al terminar de recorrer la calle, uno se encuentra con Saint Patrick Street, una avenida muy larga -“la segunda avenida más cara de Irlanda”, presumen, sólo después de una que se encuentra en Dublín- que cruza el Río Lee, atestada por más tiendas de comida, almacenes de ropa y aparadores atiborrados de suvenires.

No hay ningún mexicano en esa calle. No lo hay en las tiendas de ropa. Tampoco se ven en los restaurantes, ni en los pubs. Mucho menos están saltando alrededor de la estatua del padre Mathew, aquel sacerdote que dirigió una campaña de “templanza” en el siglo XIX, que consistió en convertir a la población irlandesa en abstemios totales desde 1830 hasta 1840 con resultados favorables. De pronto creo que sería buena idea tomarle una fotografía y someterlo al Photoshop, para que minutos después el padre Mathew esté en Facebook con una matraca verde en la mano y una bandera de México colgando de su espalda en lugar de su capa gris.

A unos metros de la entrada del SuperValu, una cadena de abarrotes, está un grupo de chicas adolescentes ejecutando bailes extraños con sus Disco Pants verdes, naranjas, azules y rosas, como los de la modelo del anuncio. Todos fosforescentes.

Miente quien dice que el perreoes propio del reggaetón y que sólo se baila en los países latinoamericanos. Hasta aquí ha llegado. Las adolescentes se juntan en dos grupos de cinco; al decir juntar, el significado es literal. Las que se colocan al principio y al final, bajan los brazos y la cabeza hasta las piernas, como si hicieran un ejercicio de estiramiento. En medio quedan tres que apoyan las manos en sus espaldas como si fueran a jugar burro castigado, o a mutar en un ciempiés. Ya que se han acomodado, todas comienzan a saltar para rosar sus traseros con la de atrás. Tal parece que todo consiste en tirar a las de los extremos con tanto zangoloteo. Se irán turnando para que cada una quede en esa posición. De una pequeña grabadora salen las canciones de Cheryl, Rihanna y Katy Perry. Cuando se cree que sólo bailan entre mujeres, una de ellas introduce a un joven justo en medio para luego seguir saltando. Tal vez no es el perreo original, pero sí es el europerreo.

Las adolescentes acaparan la atención de la mayoría de los hombres que van al SuperValu. A las mujeres parece no importarles porque pasan de largo.

Las jóvenes bailan por diversión. No piden dinero. Detrás de mí, un irlandés musita algo como:

-Ha, butterface –y emprende camino con su compañero, quizás hacia algún bar. Butterface: expresión para indicar que la mujer es apetecible de cuerpo pero no de cara.

Así transcurre la tarde en Cork. Segunda ciudad más grande de Irlanda. Situada a 262 kilómetros de Dublín. En aquella calle donde hace más de quince siglos el monje San Patricio se dedicó a evangelizar, ahora hay un baile callejero. Gente que sale ebria de los pubs. Habitantes que corren para entrar a los almacenes que por ser sábado cierran a las seis de la tarde. Entre semana, excepto los viernes, la jornada termina a las ocho de la noche. Un par de mujeres se apresuran hacia una tienda para hacerse, posiblemente, de sus Disco Pants. Pero no hay ningún mexicano festejando.

Es momento de regresar al ático donde paso mis días. Al llegar a la estación del tren, no muy lejos del hostal, veo a un par de personas abordando un vagón cuyo destino no alcanzo a distinguir, pero sí reconozco en sus mejillas los colores de la bandera de México. Se ven agotadas. Una bandera tricolor se asoma arrugada de una de sus mochilas.

Hoy ha ganado México. Oro por primera vez en futbol olímpico, pero en las calles de Cork no se enteraron. Los Disco Pants y el europerreo acapararon todo.

Josué Daniel Flores es poblano. Egresado de la carrera de Comunicación por la UMAD.

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