Lado B
Crónica de un humo celeste y blanco
Las horas de suspenso terminaron con el anuncio del monseñor Jean-Luis Tauran
Por Lado B @ladobemx
14 de marzo, 2013
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Imagen: http://cdn.larepublica.pe

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Emilio Gomagú*

Cerca de las cuatro de la tarde se recibían las noticias por todos los medios. La televisión apabullante opacaba los susurros de la radio, los suspiros de algunas redes sociales y el piar azul de ciento cuarenta caracteres. Desde el Vaticano, un leve humo blanco salía de la chimenea de la capilla Sixtina y se expandía por todo el mundo. Un nuevo papa sería anunciado ante todos.

En días anteriores, prácticamente desde la insólita renuncia de Benedicto XVI, se hablaba de los papables. El tono variaba según el lugar. Algunos apoyaban según la nacionalidad del futuro pontífice; otros más lo ampliaban y debatían sobre el continente en que había nacido; a los más agoreros de fines-del-mundo, sólo les era posible mirar el color, aunque en este caso era una paleta reducida al monocromo.

La sorpresa cargó a todos en una misma bolsa. Este país, Argentina, dividido entre el estás con nosotros o estás contra nosotros, que no te permite la duda, se jactaba de la imposibilidad de que el único paisano dentro de los ‘honrados’ con la candidatura saliera elegido. Horas más tarde se comerían sus palabras con una empanada, un choripan o una porción de pizza. El Papa, quien decidió llamarse Francisco I, antes se le conocía como Jorge Mario Bergoglio, y es argentino.

Las horas de suspenso terminaron con el anuncio del monseñor Jean-Luis Tauran. Un cronista por la radio no soportó la dulzura de la palabra Bergoglio en la boca del anunciante y soltó un grito comparable al de un gol de último minuto. “Dijo Bergoglio, Bergogl… ¡Papa argentino! ¡Ar-gen-ti-na, Ar-gen-ti-na! Hay que decir algo: dulce de leche, colectivo, birome y ¡Papa!”, fueron sus palabras. En la oficina que me constriñe las ideas, mis compañeros de trabajo, todos de nacionalidad papal, estaban emocionados hasta las lágrimas y me mostraban cómo la piel de los brazos se les erizaba tomados por una excitación prohibida por la institución misma que esa tarde lo provocaba.

Católico de madre y padre, confesado por-si-las-dudas, mi catolicismo no es demostrable. Las emociones que se vivían en la oficina no eran, para mi mente, mi cuerpo y mi corazón, compartibles. Ni siquiera el hecho de ser el primer papa latinoamericano, con mi latinoamericanidad a flor de piel, me emocionó un cabello. Tal vez tuvo que ver el no ser argentino (una más en la que no festejo y ellos sí), pues aunque tengo la certeza de que esto no es lo mismo que el fútbol, también estoy cierto de las pasiones y confusiones que se viven acá, y de no mentirles al decirles que escuché las celebraciones inmediatas a la elección papal con un “en tu cara, brazuca”, haciendo referencia al cardenal Odilo Scherer, brasileño, que parecía más papable y que encarnaba los resentimientos pentacampeonísticos de los argentinos. Y también, como si de un centro al área se tratara, los hinchas de San Lorenzo de Almagro no ocultaban su alegría porque ahora cuentan con uno de ellos dentro del Vaticano y están más cerca de concedérseles algunos milagritos. O tal vez tenga que ver lo que sabía del nuevo papa, realidades que más adelante caerían sobre mí como un piano desde un séptimo piso. Sea como sea, o haiga sido como haiga sido, el Papa Francisco I es argentino y en este país se festejó en horario de oficina.

Imagen: http://3.bp.blogspot.com

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Nada termina donde termina

Salí cargando ésta y otras varias noticias, noticias de allá y de acá, realidades de Argentina y México, y fui a caminar cavilando, también, sobre la imposibilidad de ser de algún lugar cuando se es exiliado, aunque sea por elección propia, y las confusiones que esto conlleva. El frío se había colado en la ciudad aún con diez días de verano por delante, y Dios quiera sea porque en su santa sede hace frío y hay que estar a tono, y no porque vino a instalarse, de plano, una estación otoñal.

En las calles la euforia era notable. Los rostros de la gente, otras veces a estas horas marcados por el desconsuelo y la amargura, irradiaban una felicidad desconocida. Tal vez ni los católicos de religión calculaban la magnitud de lo sucedido y, sin embargo, había alegría en muchos rostros, una alegría que no era más profunda que cuatro palabras repetidas tantas veces por tantas bocas que rozaba la pérdida del sentido: “el Papa es argentino. ¡El Papa es argentino!”. “Sí, es argentino, ¿y qué con eso?, ¿qué ganás vos con eso?, ¿en qué cambia tu vida, boludo?”, fue quizá la respuesta más conmovedora que escuché durante mi caminata.

Al volver a casa, pasadas las ocho de la noche, caminando por una calle Florida tapizada de reparaciones, me encontré con una realidad que, en Buenos Aires, te golpea sin dulzura si le permites un poco de atención. Conforme me acercaba a Diagonal Norte, la calle que comunica al obelisco y Corrientes con la plaza de mayo y que desemboca directamente en la Catedral, una calle tantas veces protagonista de tantos y variados hechos, algunas veces lamentables, comencé a ver gente con banderas argentinas abrazadas de banderas amarillas.

Ninguna sorpresa, todo natural. Habiendo visto lo que sucedió en la oficina, era normal que se festejara también en la máxima iglesia de la ciudad. Lo que sí fue sorprendente vino más adelante, cuando me acerqué llevado por la curiosidad. Un mar de periodistas, cámaras por todas partes (todas apuntando a un solo lugar), gente, sí, mucha gente entre monjas, familias, niños y adolescentes saltando y coreando: “viva Cristo, viva Cristo”, copaban el frente de la catedral. Banderas argentinas, banderas por doquier. Al costado, ahícito nomás del nacimiento de la Avenida de Mayo, más gente, más banderas, pero otra gente. La disparidad era sonora. El límite entre unos y otros era tan borroso como la orilla del mar. Pero unos eran arena, sin duda, y los otros eran agua de mar.

Lo que junto sucedía era una otra fiesta. Malabaristas, pintores, escultores y artistas exigían, frente al Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, la solución al conflicto que mantiene tomada la sala Alberdi hace más de tres meses por talleristas y artistas en protesta por el cierre del espacio, y que el día de ayer (martes 12/03/2013) fue sede de un violento desalojo por parte de los efectivos de la policía metropolitana.

Parado en medio de ambas multitudes, me llovían cantitos en uno y otro oído. Un padre y su hijo se acercaron a los manifestantes para gritarles: “váyanse de acá, Satanás, esto es una fiesta”, mientras dos chicas se besaban amorosamente en medio de la calle. No era el bien y el mal, eso queda claro, o por lo menos sabemos que hay de bienes a bienes y de males a males. Al final cada cual es libre y sabrá de qué lado se planta, pero acá, entre pasiones desmedidas e idealizaciones o demonizaciones inmediatas, no hay puntos medios: sos de Boca o sos de River, con ellos o con nosotros, amás al nuevo Papa por ser argentino o no lo amás. Así que uno, en un punto medio, perdido también entre dos países, culturas e idiomas, queda más a la deriva de lo que comenzó y ve no sólo el amor ciego de la cristiandad sino también unos cuantos hechos que no escapan a éstos y muchos otros ojos.

La figura de Jorge Bergoglio ha sido cuestionada en varias ocasiones por sus lazos con la última dictadura cívico-militar de la Argentina. El ahora Papa podría ser llamado a declarar como testigo en la causa Plan Sistemático de Apropiación de Menores. También está implicado en la detención de dos curas que habían tomado un activismo notable en la defensa de los derechos de los menos favorecidos. Más coherente con su formación, aunque no por ello menos cuestionable (por decir lo menos), son sus declaraciones en relación a la ley de matrimonio igualitario sancionada el 15 de julio del 2010: “Aquí también está la envida del Demonio (…) No se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios”, dijo en una carta pública por aquella época. Además carga con el ya importunado pasado de la iglesia católica. “Parece que entre elegir a defensores de pederastas o defensores de dictaduras eligieron por estos últimos. Pobre Iglesia Católica”, declaró un periodista argentino.

Mientras tanto, de pie entre las multitudes, la realidad me atraviesa y sale en estas pocas y quizá confusas palabras. Son más las dudas que me invaden y no encuentran respuesta. Sí, el Papa es Latinoamericano, pero ¿qué cambios provoca esto en nuestra grande patria? Quizá lo más peligroso sería pensar que ninguno, entonces me pregunto cuáles y de qué magnitud. ¿De dónde, o a razón de qué el orgullo de saber al Papa de tal o cual nacionalidad? ¿Influye el país de nacimiento en el Vaticano o es el Vaticano quien tiene más influencia sobre el país o la región? ¿Sabemos realmente quién es Francisco I, su pasado, su presente político? ¿Nos importa? ¿Haremos algo con eso?

Son tantas las preguntas mientras acá te conminan a decidir sin puntos medios. Siendo así: soy de Boca, No creo en la elección papal y en ninguno de ellos. Creo y me sumo a la exigencia  de Memoria, verdad y Justicia.

(Latinoamérica, 1982) Psicologo, escritor, lector y caminante. Cursó la Maestría en Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús, Argentina (2009). Ha sido colaborador y lo seguirá siendo. Colecciona proyectos que buscan ver la luz. Alguna vez ha hecho teatro, alguna otra radio, alguna más video y foto; la música nunca se le dio, pero le sigue rogando.

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