Lado B
Zopencos de Antonio Calera-Grobet
Hay muchos escritores que justifican los defectos de su prosa argumentando que su lenguaje es descuidado como la vida y que su estilo no busca la perfección sino la empatía con el lector.
Por Lado B @ladobemx
14 de febrero, 2013
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Alejandro Badillo

Hay muchos escritores que justifican los defectos de su prosa argumentando que su lenguaje es descuidado como la vida y que su estilo no busca la perfección sino la empatía con el lector. Me vino a la mente esta excusa al leer Zopencos de Antonio Calera-Grobet porque esta novela logra conjuntar dos elementos aparentemente disímiles: una prosa que labra su ritmo y escoge con tino sus matices, y anécdotas que se mueven en el territorio de lo carnavalesco y exagerado.

Ficticia, 1era edición 2012

Ficticia, 1era edición 2012

Calera-Grobet, promotor cultural, ensayista gastronómico, entre otras cosas, sustenta su estilo en los caminos delineados por los antiguos maestros como Rabelais: una atmósfera donde el disparate reina y se burla de las convenciones y las buenas conciencias.

En Zopencos también podemos encontrar una variación interesante a la novela tradicional: en lugar de anclar las vidas de los personajes a una anécdota llamativa, fácil de ubicar (amor, desamor, conjuras o engaños), el lector asiste a una especie de monólogo que fluye en los recuerdos de una banda de amigos y sus vidas en el norte de la ciudad de México. Aquí hay un peligro: la gratuidad.

Si el autor encadena aventuras escandalosas sin ton ni son, el lector puede caer en la incredulidad y sentir que cualquier cosa puede pasar siempre y cuando cumpla su cuota de extravagancia. Calera-Grobet sortea este peligro con un humor muy bien afilado y, sobre todo, un lenguaje que emplea neologismos e imágenes metidas en un ritmo veloz que se sumerge en continuas digresiones. Otro punto a favor: sin ser una novela de iniciación, el autor logra llevar las aventuras de sus personajes a la zona de la nostalgia, de un tiempo que ya se fue y que se ubica en la década de los 90. Alrededor dispone un inventario de objetos y modas pero no con el afán de remarcar una época sino de acompañar el viaje delirante y hacerlo más vívido.

Leí en la página de la editorial que el autor no le gusta el juego de “floritura literaria” y que su intención en Zopencos es lograr el desparpajo y la naturalidad de alguien que cuenta anécdotas acompañado de unas cervezas. Sin embargo, al terminar de leer el libro se destaca la labor artesanal de su prosa, el cuidado que hay en la selección de palabras y cómo están entretejidas en las borracheras, las peleas y las volátiles relaciones de los personajes. Eso se agradece porque lleva la novela a dos niveles: el ingenio y el humor que aderezan los capítulos, y el juego de las palabras que encandilan la lectura.

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