La Semana de… la mina, el garufa y el tango
 
Por Lado B @ladobemx
27 de enero, 2013
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Francisco Galván*

Haremos una semana de tango, me dijeron, has una selección de 5 temas y al final de la semana un texto.

-Bien, déjame pensar un poco que poner, pero vá-, dije.

-Comienza mañana-, me contesto el interlocutor por teléfono, argumentando que se le acababa el crédito y colgando rápidamente, quizá anticipando que le diría dos o tres cosas sobre lo mucho que me gustaban las cosas apresuradísimas.

Si quiero algo que sea de un instante a otro y sin planear podría ser sexo casual, un drama o la llegada de dinero, pero definitivamente que el asunto sea que un domingo por la noche, pasando una linda velada bebiendo café en un parque de mi infancia y comenzar a hablar de tango al día siguiente, no es precisamente algo que se antoje de golpe.

Mi acompañante desde su columpio siguió su historia de amores extraños. Sonreí y me dije:

-Ah, pero que la vida es un tango, el problema no es hablar de ello, es hacer la selección-.

Le conté de aquel parque, las batallas de infancia que pude pelear ahí con puños de niño que dolían como rocas pequeñas pero rocas. Y me di cuenta que todos aquellos con quienes había compartido ese espacio no estaban más.

Al día siguiente, plantado en la barra, encuentro que la música del bar no me gusta por completo, mientras, me pido otra cerveza y que me pongan algo de la música que llevo, al fin que ya casi no quedan clientes, solo estamos los muchachos de antes, quienes abrimos y cerramos el local, unos por laburo, otros por nostalgia de viejos tiempos.

Suena la voz de garganta con arena mientras me alargan la cuenta de lo bebido para anunciar que ese será el penúltimo cristal que se me sirva, pues quizá mañana sea el último.

Caminé la noche tarareando lo que me queda de nostalgias, con la soledad de Malena agarrada al brazo y en la bolsa del abrigo mi mano acaricia el metal besado por Martín Fierro, pensando en que de ser necesario al salir; salga cortando. La calle se alarga y me asaltan los fantasmas de un tiempo que no viví, pero que se me ha tatuado.

Y es así que un día, sin más, se arrojó al mundo al primer garufa y se sintió triste de tanto andar sólo por la vida silbando una milonga, un candombre y finalmente un tango, y fue cuando conoció la nostalgia: pidió una mina, decía Piazzolla, que el día que la hicieron andaba de curda dios.

Me preguntan sobre tango, que qué se de él y es inútil el intento de definir. El tango se vive, se siente, no se teoriza, se es. Surge de un tajo vital o mortal blandido sobre el rostro, en un callejón obscuro; por honor, coraje, traición, una Mina. Una secta de cuchilleros que en el rostro llevamos la inscripción cicatrizada. Almas viejas, fantasmas de carne que deambulamos el olvido, la garúa, la curda y siempre suspirando alguna percanta que nos ha enseñado un nuevo tango.

¿Dónde estarán? Se pregunta Borges desde su ceguera, reclama la existencia de esa extraña raza fauna de arrabal, flora de bares, girasoles que buscan la luz de una mina… las minas, ellas, a las que les creemos todo y más, desde el beso que nos dio por mero antojo y pensamos ser un figurín, hasta el verla partir del mismo local y con otro, dejándonos con un frasco de nostalgia.

Siempre les recordamos por nunca habernos quedado, y no se confunda con ser mujeriego, somos fantasmas que cargamos con la herencia de Pichuco que “por gracia de morir todas las noches, jamás nos viene justa muerte alguna”. Somos ladrones, pero de la vieja escuela, de los que roban instantes al tiempo sólo para admirarlo encapsulado en un ámbar hecho de nostalgia, sin ser un afiche nos reconocemos por la vía con el secreto saludo a rabo de ojo.

Desvelamos a la vieja y nos angustia, pero cuando al fin concilia el sueño, resulta que es eterno y le recordamos cantando un tango y seguimos robando instantes, suspiros de nostalgia por las historias que hemos vivido y al contarlas nos ven como cosos extraños, lloramos sobre el instante, empinamos para olvidar y eso sólo se logra con el surgimiento de un nuevo recuerdo.

Habitamos cotorros que desconocen la decoración y mano femenina llenas de pasado, contamos las penas en un inflar y desinflar de fuelles cansados; bandoneón que respira humo en las entrañas, observamos, esperamos. Sencillo y si parece incomprensible: “no vez que vengo de un país que está de ausencia siempre gris…” y un día, ya olvidados, secos, nos encuentran ponchados, pues la noche anterior o la anterior o la anterior nos dio por morir, no en duelo criollo, no por el honor, ni por el fierro, no son los tiempos de antes, simplemente morimos del cotidiano presente y de anonimato cristalizado en un infarto. Y el tango es la fuga, escapar es lo que queda, escapar del tedio.

Rechazar que el tango es romántico y sensual, pues es verdadera nostalgia de un ayer que esperamos sea “el aun, el todavía”. Escapamos del mundo tan fugaz como un infarto. La procesión será lunga y pocos irán a cargarnos pues ya habrán vivido nuestro funeral. En cambio seremos recordado en una o dos anécdotas y después como el bandoneón al desinflarse nuestro nombre no será de nuevo tocado, y no importa, pues estaremos en los brazos de la dama de las percantas, la que sólo dice una cosa, una sola verdad.

*Escritor, tanguero, criminólogo, cuasi-sociólogo y artista plástico. Parido intelectualmente por el maestro Ramón Peña y amante de la ciencia y el conocimiento.

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