Lado B
VALLECITOS
De Sidharta Ochoa
Por Lado B @ladobemx
23 de noviembre, 2012
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Sidharta Ochoa

Flores en el cerezo:

¿hoy es ayer

realmente?

Issa Kobayashi

 

El amor en definitiva es la aspiración a no ser una Mónada.

 

Yo, he sobrevivido. Veo parcialmente la playa que trae la imagen de uno de tantos abismos. La metáfora de mi temor. Toda mi revoltura interna localizada en las entrañas y el pecho, eso que llaman melancolía disminuye lentamente.

De cualquier forma es hora de emprender el camino de regreso a casa. Ese abismo abarcaba lo ocurrido en aquél valle y ahora se confunde con la realidad presente; ese vacío está ahora, en mí. Mientras regreso a casa me doy cuenta de que por minutos no he pensado en aquel incidente; el recuerdo me ha dejado descansar, pero ahora vuelve a meterse en todo mi cuerpo.

Desde entonces, desde ese viaje al cerro que me arrancó todo lo que tenía, he olvidado la experiencia de la totalidad, antes me era más sencillo acceder a ella.

A decir verdad no extraño los objetos, las personas que allá perdí, sino esa experiencia de lo inconmensurable.

Lo inconmensurable aquí, se encuentra perdido.

 

Hace tiempo

Camino a aquel valle me torturaba por cosas mínimas, casi todo me molestaba. ¿Qué hago aquí con esta gente?, ¿por qué estoy aquí?, me decía con tedio mientras emprendíamos el viaje.

Un grupo de personas decidimos viajar al interior de vallecitos en temporada de invierno. Es un valle con pinturas rupestres y cuevas que hacen posible los viajes de meditación y prácticas esotéricas. En realidad, yo iba con un grupo de saiquitos estudiosos de las ciencias meditativas. Al llegar y después de armar las casas de campaña, nos adentramos en el camino que conduce a una de las principales pinturas, la del danzante. Me aburre solamente hablar de esas pendejadas, pero la curiosidad me ganó y por eso siempre me meto en chingaderas como estas. Me ganó la curiosidad por amar, o más grave aún, por estar dentro de la persona que amaba, por eso comencé a desaparecer.

Mientras iniciamos la caminata con los otros lunáticos pienso que prefiero tener las articulaciones atrofiadas a estar todo el pinche día con estas gentes. La verdad es que amo a uno de los que está en el grupo. Nos amamos desde hace algunos años. A él le encantan estas cosas, así que por eso vine.

Camino entre las personas y las plantas. Cuando veo hacia el horizonte, como parte de un ejercicio de observación, mi mente se calma; pero cuando veo a esas gentuzas con las que camino, mi estómago se revuelve. Me rechocan.

Se me hacen unos pendejazos. Más pendejos que yo. Possers.

Siento que estoy en una secta.

Algo muy extraño me pasaba al inicio de este viaje y ahora la sensación se agudiza. Como estampida los sonidos cimbran en mis oídos, cimbra el correr del viento, un avión lejano, las voces de los otros que me acompañan en este viaje. Un cantar insistente se escucha lejano. Es el sonido de algo que puede ser un insecto o una víbora, se hace más fuerte conforme nos adentramos en el camino. Cerca de mí, unos animalitos suenan como aros de metal que se juntan y caen; supongo que son animales del desierto, los imagino como víboras que se vuelven espiral. Pregunto qué es ese sonido, me dicen que son cigarras —cicádidos—.

Durante la travesía por las cuevas que se encuentran rodeadas por cerros no encuentro nada maravilloso ni mítico, solo el sol molestándome, la sensación de que he dejado de ser yo y las ganas de un lugar fresco y comodidades. Una de mis comodidades favoritas es pasar la mañana con él y saber que estaremos toda la vida juntos sin un rumbo determinado. Otra de esas comodidades, que hace mucho no experimento, es estar en la casa paterna sin hacer realmente nada: escuchar la televisión de lejos o leer tumbada en la cama, sin pensar, sin cuestionarme si respiro bien o sobre cuál es la manera correcta de mirar, de ver las cosas, de emocionarse, de desbordarse.

Desbordarse, desde luego, está prohibido en este lugar. Todo se volvió un rumbo predeterminado y agobiante al entrar a las enseñanzas de este grupo. Otra de las cosas que empiezo a extrañar más cuando el sol pega más fuerte es la frescura de mi casa y la comida servida en la mesa todas las tardes, con ensalada, pasta y algún pescado probablemente desabrido, frito en aceite de oliva.

Veo demasiado lejos estar riendo en algún pasillo de la universidad, tomando café y platicando de cualquier cosa, como cuando lo conocí y vi que era el único hombre posible para mí. O cuando vi dentro de él, cuando yo me metía literalmente en sus sueños y él en los míos. Cuando compartíamos incluso el descanso. Ahora que miro esa época, ahora que he perdido todo afecto posible con mi pasado, me veo escondiéndome detrás de justificaciones: todo estaba acabado antes de llegar a ese lugar. Estaba huyendo de experimentarme completa. Veo que aquella cercanía se había vuelto, en pocos meses, un abismo dentro de mí y probablemente dentro de él, que ya estaba totalmente convencido de que pasaría el resto de su vida dentro de ese grupo. Esa idea me asfixió poco a poco. No nos decíamos nada, hablábamos de todo menos de eso, temía que me contestara que prefería estar en esa secta que conmigo y que mencionara algo sobre el ego para justificar su respuesta. Yo le temía, sobre todo, a la verdad. Por eso quizá fuimos el blanco más fácil de las intenciones de ese grupo y de la emboscada que ocurrió aquella noche. Éramos ridículamente ingenuos, idealistas y creíamos que lo sabíamos todo. La duda que me carcome con más fuerza mientras clasifico las plantas en mi nuevo departamento es, ¿en qué momento se funde uno en el otro?

¿Cómo es que dejé de ser? Aquello que observamos pasivamente mientras dejamos que se escurra entre significados es lo que nos significa esencialmente. Algo similar al olvido del alma que solo puede darte a cambio la desolación más profunda, como la que hoy vivo. Los que venden el alma al diablo obtienen una recompensa a cambio, se les cumple algún deseo a cambio de ceder lo que les es esencial. En el amor, lo que se devuelve es el recuerdo que pulsa quizá debajo del estómago o en el pecho. Pues el amor es la única pulsión indefinida que solo termina con la muerte —como dijo un filósofo argentino en una cama de hospital contigua a la mía— una vez que recobré la conciencia, después de lo que a continuación narraré, pero antes, más cuestionamientos sobre la situación.

Yo no sé qué especie de deseo estaba cumpliendo. Sigo sin saberlo aún después de haber sobrevivido aquella tarde. No me torturan las muertes de ese día, me tortura verme despojada de mí misma. ¿Cuándo dejé de ser yo misma?

¿Cuándo me adentré en tales cuestionamientos ridículos, innecesarios? No me gusta que me señalen el miedo, me hace sentir más miedo pensar que pienso el miedo y entre más pienso y racionalizo que es solo miedo, el miedo crece.

Dice un viejo escritor y psicólogo alemán que los poetas se las arreglan con estas cosas y que a eso le llaman inspiración. Por supuesto que los psicologuitos no son capaces de escribir poesía.

Un filósofo jamás deviene en poeta, y con poesía no hablo del ritmo de su prosa, sino de su lugar en el mundo. Todo pensador cree en sistemas, el poeta encuentra totalidad en cualquier parte. Todos son seres de distinta índole: los filósofos, los poetas y los sabios.

Bien, pues ese día de la tragedia, la caminata por el cerro inicia con molestia por parte de los acompañantes del viaje. Algunos cuantos se concentran en sus malestares.Todos sabemos que el recorrido completo no será fácil; justo antes del atardecer cada quien tiene que tomar su camino. Unos deciden ir a paso rápido perdiéndose de vista, otro de los caminantes se queda viendo en todas direcciones. Una mujer de sombrero azul y tez pecosa decide ir con calma por un camino ya explorado.

A veces volteo a ver la espalda del hombre que me acompaña; el sol ya ha quemado parte de ella, volviendo roja el área de los omóplatos.

Observo, también, la increíble claridad de sus ojos transparentes, pero a mí ya nada me importa, solo saber quién soy; esa sensación ignorada tanto tiempo ya no se puede postergar.

Este lugar ha exacerbado la ansiedad inexplicablemente. En estos momentos tengo pereza y le pido a él que cargue el agua que llevo para el recorrido, la neta es que no me gusta hacer nada de estos viajecitos al cerro.

Una cigarra muda de piel cerca de nosotros, me quedo observándola. De pronto, escucho gritos a los lejos, primero el de una mujer y después el grito de uno de los caminantes que se había quedado atrás en el recorrido. La confusión empieza, corremos en distintas direcciones y vemos lo que se aproxima, lo tomo a él, al hombre que amo, de la mano y subimos una escarpada de tierra grumosa. Alcanzo a escuchar más gritos. El miedo le ha dado fuerza a mis piernas.

Los gritos continúan y escucho a la mujer de tez pecosa pedir ayuda con voz débil. Éste es el terror como sinfonía.

Yo corro y lo hago con todas mis fuerzas, volteo por unos instantes y veo el cuerpo asesinado de Marcelino; no se trata de ningún simulacro. Quien nos ha traído hasta aquí ha muerto. Estamos solos, alguien había llegado primero al lugar.

Seguimos corriendo pero no hay dónde ocultarse: a donde quiera que dirija mi mirada se pueden ver piedras y lo plano del valle, no hay vegetación que nos proteja o que nos esconda. Después alcanzo a sentir un jalón y un golpe sordo en mi cabeza.

 

Hoy

Abro la puerta de la casa donde huele aún a café con pisos limpios, ese olor que ahora me recuerda la emoción ya pasada de ser. Ligera explosión que corre por el pecho hasta los brazos (la evoco hasta después de todo este tiempo).

Y sin embargo nunca dije las palabras, por eso tal vez he perdido mi voz. Los médicos me dicen que no recibí golpes en el incidente del cerro que pudieran haber dañado mis cuerdas vocales o que tal vez el daño sea meramente psicológico. Mi voz suena asfixiada.

 

Entonces podía ver los verdes

Los cerros están rodeados por pinturas rupestres y cierta vegetación increíblemente disímil. Nunca había contemplado las diversas tonalidades del verde, las risas me parecen ajenas. Somos cinco mujeres en el recorrido, todas nos tratamos con especial indiferencia, nuestras personalidades se exacerban por las condiciones del viaje.

Paso mala noche el primer día que llegamos. Él y yo nos vemos a los ojos sin sospechar que, la tarde del día siguiente, iniciaría un largo calvario.

 

 

Hace poco, un reloj

Tras los meses en el hospital, Brenda viene a visitarme a mi casa nueva que resulta ser muy pequeña. Preparo café y nadie se atreve a decir nada de lo esencial. Trato de reiniciar mi vida desde hace meses, sin mucho éxito. Ahora que lo pienso, solo volví a ver a uno de los tres sobrevivientes en el centro de Tijuana, en un bar, justo esa semana que mi amiga vino a recordarme episodios de mi vida anteriores a todo lo negro.

Brenda me propone salir por la tarde a perdernos por las calles, comemos fuera y vamos a un lugar francés que frecuentábamos hace mucho. Siento por algunos momentos que mi vida está regresando. Por la noche decidimos entrar a un show de travestis, el reloj comprado la navidad pasada se me cae al estar aplaudiendo durante el baile pero no se quiebra. La risa estruendosa de Brenda me recuerda mi propia risa, los días donde no iba a cerros ni a psicoterapia y la vida transcurría con relativa calma. Los días incluso antes de conocerlo, cuando me burlé en el café de un remedo de adivina que nos dijo, con voz grave, que según su lectura del café, una de nosotras perdería la capacidad de reír, pero que no diría quien. Yo seguí enterrada en un libro y no creí nada a pesar de la mirada de Brenda. Le dimos 10 pesos a la mujer por su lectura de café.

Un día antes de que el pequeño departamento se queme, Brenda intenta con afán restaurar algún orden, con empeño limpia los pisos, dobla la ropa y sobre todo ríe. Ríe de la escritura y dice que las escritoras que solo escriben se vuelven lesbianas o cuando menos masculinas y las de peor suerte quedan locas. Y que no queremos eso. Yo solo sé que ninguna escritora que haya conocido es extraordinariamente guapa y hasta ahí, pero no le veo relación alguna con el arquetipo de Sor Juana. Brenda vive en otro orden, pero curiosamente es la que me mantiene atada a la realidad. Vienen otras amigas junto con mi abuela, a verme y yo quiero salir corriendo. Una de ellas me dice: ¡Recuerda que tú querías escribir grandes libros! ¡Vamos, tienes que levantarte! Por primera vez dudo de esta afirmación, ha sido más difícil la vida después de pasar por el hospital. Me aferro a trabajar sobre esta idea, aparte de mi pasatiempo que implica, clasificar.

Intento vanamente concentrarme en lecturas filológicas, construir un texto nuevo, pero todo el tiempo me asaltan los putos recuerdos del cerro.

Mi reloj se vuelve a caer cerca de la mesa donde, minutos después y en el mismo lugar, se rompen en pedazos algunos vasos. El reloj se quiebra y deja de marcar el tiempo.

Brenda cree que la solución a todos mis males se encuentra en el tipo de lectura que hago y en ignorar completamente el problema de fondo.

Al menos hoy que abro la puerta de esta casa de dos pisos de madera, tengo la certeza de que no me tocaba morir en aquel lugar y, por más que lo deseara, mi destino era otro. El pecho me duele un poco, pero es normal después del ataque. Abro la enciclopedia de mi madre. Me entero de que los órganos auditivos de las cigarras se encuentran en

el tórax.

 

 

let go my ego

nalgas zen

 

 

 

El día en que el tiempo se rompe

Un año antes de la quemazón y aun antes del hospital y la visita de Brenda, en aquellos cerros donde se llevaron a cabo prácticas que no me atrevo y que no puedo mencionar en estas páginas, tuve el sueño de quedar atrapada en medio del camino, en medio de una transición; desfigurada, incompleta, simulada. Tras restablecerme un poco en el hospital por las heridas sufridas y después de que me dieron la noticia, pienso constantemente en que no podré reponerme. Una canción me lo recuerda cada mañana. Pienso mucho en él. En el fondo, lo siento culpable de todo lo que ha pasado.

Cuando me dan de alta, llega Brenda con un tarro de gelatina, coyotas de sonora, una máquina de café espresso, cremas para la cara y varias revistas de modas. Me siento con ganas de dormir todo el día y pienso que detrás de toda locura o depresión se esconde ahí en lo profundo, después del desamor o la pérdida, un abismal aburrimiento. Se lo digo a mi amiga mientras con entusiasmo hace las maletas para ir a la playa, hace como que no me oye para evadir cualquier discurso existencialoso. Mete en la maleta dos trajes de baño, bronceador, maquillajes, una cobija verde y dos toallas.

Leo un poco sobre insectos del desierto mientras ella prepara sándwiches frescos, ensaladas y mete a la lonchera granolas Kuddos. Mientras miro anuncios en el periódico, busco respuestas en los clasificados, no sé qué preguntas son y tampoco sé las respuestas.

Ya todo está listo para irnos a la playa. Justo hoy se ha publicado un “ojo” —poema digital en la página del periódico La Eterna Resistencia del Norte vía Twitter-Navigation System for Eye Poems, que es un programa integrado a un periódico digital que captura todos los poemas o aforismos escritos vía Twitter o Facebook, los selecciona y los publica en su página principal que es muy leída por los pobladores del país—.

 

Predecesoras olvidadas/Que duermen a un lado de la risa,

acabadas/Finalmente el tiempo es mente.

 

 

Ayer:

Temblaba de frío en la playa mientras caminaba por la orilla, me puse un suéter negro y fui hacia unas casas de gringos ricos, de esos que compran casas enormes en playas mexicanas, así que me metí hasta una casa totalmente deshabitada pero impecable. Me brinqué la bardita que daba al patio y me puse a nadar en una alberca que parecía confundirse con el mar.

 

Hoy:

El departamento está quemado, mi reloj roto. Es el canto de la cigarra el que penetra en los cerros, este es el recuerdo más vívido que guardo; y el de su risa. Creo que no he hablado de él. Murió aquel día en el cerro junto con otros caminantes. Algunos lograron salir vivos, pero nunca jamás desde entonces, los mismos.

Recuerdo a la mujer de amplias caderas, cabello largo y dolor en el rostro; ella sobrevivió aquel día. Sus chistes forzados me molestaron en la primera parte del recorrido. Ni mi amiga entrañable que antes solo recordaba como una sombra con un sombrero azul.

Empiezo a recordar a una mujer alcohólica que recién conocía y que me causaba nostalgia.

También caminaba un ex adicto a la heroína que, en los momentos finales, no dejó de hacer comentarios inoportunos y compulsivos. Recuerdo que con su pesado cuerpo trató de cubrir a la mujer que acompañaba, pero falló en su intento por protegerla. Su compañera era una mujer ligeramente más grande que él, de toscos rasgos y mirada compasiva.

La imagen de ese hombre, a pesar de su gordura, guardaba rasgos de belleza como ojos ligeramente aceitunados, bigote prominente, arrugas en la frente y cierta mirada de inocencia. Cuando llegaron por mí, alcancé a ver los cuerpos del tipo y su compañera. Marcelino, al que no quiero acusar de charlatán, me lo parece en este momento. Un aprovechador de las circunstancias. Un hijo de puta. Finalmente, cada quien es responsable de sus decisiones y nosotros decidimos hacer ese viaje. Cada quien decidió embarcarse en esa búsqueda.

De mi amiga entrañable, que era estudiante de filosofía, apenas empiezo a armar el rompecabezas. Sé que compartimos algunos años de amistad, pero no recuerdo nada particular, aunque trate de evocarla. Empiezo a recrear que por la noche, después del ataque, ya que se habían ido los que nos esperaban, ella parecía más bien dormida. No había signos de violencia. Su cuerpo estaba cerca del hombre que yo amaba. Él había quedado desgarrado del rostro.

Quiero olvidarme de lo que sentí, quiero mitigar el dolor en mi cuello y garganta, desaparecer para siempre los acontecimientos del cerro, borrar esas imágenes, pero sé que es imposible. Poco a poco se irán desvaneciendo, solo que hoy, son un vacío enorme en mi alma. Son parte de mi presente. Sé que veré esto en un tiempo y diré: Nada dicen ya esas imágenes. Pero ahorita me lleva la chingada.

 

 

En el presente

La taxonomía es mi pasión. Las cigarras, por ejemplo, son de la familia de las hemiptera del griego hemi mitad y pteron ala. Tienen las alas pegadas al cuerpo por algunas membranas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quietud:

 

taladra rocas

el canto de las cigarras.

Buson

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Taxonomía

Continuaré mi estudios en taxonomía botánica; algunas especies de otros lugares estarán bajo mi estudio o tal vez simplemente continúe observado y clasificando las siempre verdes, los esclerófilos de raíces profundas, aquellos que soportan las sequías profundas permaneciendo vivos por dentro, como las Adenostoma fasciculatum o las sparsifolium, los tendiscos o las Artemisias tridentata. Para esto, necesito salir al campo. Mi colección de Eremarionta rowelli ha tomado nuevos colores por lo que creo que será mejor taxonomizar plantas en lugar de insectos.

Paso las mañanas haciendo mis archivos de insectos y por las tardes, desde la casa vieja, hago citología de las plantas contenidas en mi jardín, todo en perfecto orden. Quizá incluso he pensado que podría regresar a Vallecitos y hacer un estudio entero del cardón y del cirio. Pero después me desanimo; logos al fin, logos que nada aprehende.

Brenda se ha ido de regreso a otro desierto. Clasifico cada una de las nuevas plantas que Consuelo —mi abuela— ha traído para mí. El problema es que se me acaban las posibilidades para recombinar y jugar con mis plantas. Ahora pienso en ir a la playa cercana a San Antonio y buscar rastros de la mega fauna que habitaba ese lugar —seguro deben quedar rastros bajo la tierra— o lanzarme al mar como lo hice en la alberca del gringo colonizador de playas, buscar figuras en ese lugar que me queda cercano y al que puedo ir cuando quiera; no necesito ir a Vallecitos a escuchar el canto de las cigarras.

A veces, ciertas tardes, recuerdo lo que fue mi vida antes de Vallecitos y siento una desesperación que el orden de mis clasificaciones no puede contener.

Al despegar el ala de una cigarra para colocarla en el frasquito contenedor, el orden de las palabras que giran en mi cabeza emite una sentencia: El amor es la aspiración a no ser una Mónada; aunque sea por un instante.

Y ahora lo sé. En ese instante he estado atrapada, desde antes del accidente, desde antes de su muerte, desde antes, incluso, del inicio.

 

Sidharta Ochoa (1984).

Nació en Tecate, en la frontera norte mexicana.

Es autora de los libros Tatema y Tabú (Borrador Editores, Lima) y Estética de la Emancipación (H&B).

Becaria Jóvenes Creadores del FONCA en Cuento (2011- 2012) y del Estado de Baja California en Letras (2009).

Ha colaborado para el Semanario Liberación (Suecia), Colaboratorio (Italia)  y Nuestra Aparente Rendición.

Vive en la Ciudad de México.

www.angelesidharta.blogspot.com

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