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Reforma educativa: Cambiar las instituciones para que cambien las mentalidades
Resulta conveniente abordar hoy el complemento de este cambio personal indispensable para regenerar la cultura y reformar la educación. Este complemento es el cambio en las instituciones.
Por Lado B @ladobemx
27 de noviembre, 2012
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

«No se puede reformar la institución sin haber reformado antes las mentes

pero no se pueden reformar las mentes si antes no se han reformado las instituciones».

Edgar Morin.

Analizamos la semana pasada el tema del cambio personal como uno de los vehículos para cambiar la cultura decadente actual y regenerarla en términos de humanización. Decíamos en ese artículo que uno de los mecanismos para la transformación cultural es que cada educador trabaje arduamente en la búsqueda de autenticidad hasta convertirse en significado personificado para los educandos.

Resulta conveniente abordar hoy el complemento de este cambio personal indispensable para regenerar la cultura y reformar la educación. Este complemento es el cambio en las instituciones.

Porque cuando se habla de la necesidad de un cambio personal, cuando se dice que el educador debe cambiar “su mente y su corazón” –como afirma Stenhouse– porque si no, no cambiará nada en la educación, puede fácilmente entenderse que la transformación educativa es cuestión de simple voluntad personal y llegar a plantear aún, casi en términos de libro de autoayuda, que si un docente “decreta” que la educación mejorará, con esto bastará para que mejore.

Pero las cosas no son tan sencillas. Como bien afirma Morin, no puede haber reforma de las instituciones sin que haya reforma de las mentes y en este sentido el cambio del sistema educativo nacional no podrá ocurrir si no se da un cambio profundo en la forma de pensar y vivir la docencia en cada uno de los profesores del país. He abordado este tema en diversos escritos y lo he llamado “TRANS-formación docente”.

Sin embargo, el mero cambio personal, aún si llega a ser un cambio que transforme al docente en significado personificado para los alumnos, si bien redunda en formación profunda y permanente para los alumnos de ese docente, resulta insuficiente en términos de un cambio general de la educación del país.

Es necesario para este cambio global del sistema educativo que se realice un cambio institucional, un cambio en las estructuras organizativas que determinan los “ciclos de esquemas de recurrencia” de actividades que determinan el modo en que se vive día a día la educación.

Es así que existe una relación dialógica, simultánea entre reforma de las mentalidades y reforma de las instituciones que no puede verse de manera simplificadora como una relación causa-efecto. No podemos pensar que primero hay que cambiar las mentes para que se transformen las instituciones, así como no es posible pensar que primero hay que cambiar las instituciones para que entonces puedan cambiar las mentes.

De manera que sin renunciar al trabajo arduo, sistemático, persistente y muchas veces contracorriente que implica el cambio personal, el cambio de nuestras mentes, sin renunciar a “echar a andar” para poner nuestras manos, nuestra lengua, nuestros ojos, nuestras piernas, nuestro ser entero al servicio de este cambio educativo, los educadores tenemos al mismo tiempo que luchar cotidianamente y también de un modo persistente, inteligente y creativo para cambiar las estructuras institucionales de la educación del país.

Mucho es lo que hay que hacer por terminar de desmontar un sistema que está dando muestras desde hace años de una profunda descomposición. Un sistema educativo vertical, corporativo, clientelar, discrecional, opaco y facilitador de corrupción, preocupado más por el control político e ideológico que de la formación de las nuevas generaciones de mexicanos, que evidentemente ya no responde a las exigencias y dinámicas de la sociedad globalizada del siglo XXI.

Esto hace que la tarea sea más complicada de lo que a veces podemos pensar. Porque se trata de un cambio radical y no de una mera modificación o puesta al día. Se trata de un cambio de fondo y no de una mera adaptación de las formas como a veces parecen estar entendiendo las autoridades gubernamentales responsables de la educación y la cúpula sindical o aún los mismos grupos críticos y disidentes.

El cambio necesario es una reforma radical que construya un nuevo sistema educativo, de tal modo que no basta con el cambio de Secretario de Educación Pública o de Elba Esther Gordillo al frente del SNTE. Los cambios de responsables unipersonales no sirven de mucho si las estructuras siguen funcionando de la misma forma y con los mismos criterios.

De manera que lo que hoy requiere la educación del país es un cambio institucional. ¿Cuáles serían los elementos fundamentales de este cambio institucional?

En primer lugar, es indispensable romper con la confusión e invasión de funciones entre el sindicato y el gobierno en las tareas de rectoría de la educación nacional. Esta confusión e invasión está fundada incluso en normatividad antigua pero aún vigente como el decreto presidencial de 1946 del que se ha hablado en este espacio y cuya derogación es una de las causas principales del movimiento ciudadano “Por la educación”.

Este decreto otorga el SNTE la facultad para la contratación, formación, promoción y remoción de los docentes de las escuelas públicas del país, es decir, lo convierte en juez y parte del ámbito laboral en lo educativo.

Este es un ejemplo de muchos que han hecho que el gobierno educativo esté en manos del sindicato y no de la Secretaría de Educación Pública que es el órgano del gobierno federal que debería tener el control de las políticas públicas y la operación del sistema educativo en su conjunto.

Recuperar el gobierno educativo por parte del ejecutivo federal y dar a la SEP el poder real de dictar las políticas educativas del país y de controlar que estas políticas se cumplan a partir de la contratación, formación, promoción y remoción de los docentes y directores escolares es el primer desafío para un cambio institucional que realmente ponga las condiciones de posibilidad de una reforma educativa real.

Esta recuperación del gobierno educativo implicaría una reorientación del SNTE para volverlo a centrar en las tareas que un sindicato debe cumplir: la representación de los trabajadores de la educación y el cuidado de su situación y condiciones laborales frente al gobierno, haciendo que su labor no se distraiga en la intervención directa en el diseño de políticas públicas educativas y mucho menos en el ejercicio directo de estas políticas como sucedió este sexenio a través de la Subsecretaría de Educación Básica.

Estas dos condiciones básicas constituirían la posibilidad real de una reconstrucción del sistema educativo para volverlo institucionalmente un sistema de alta complejidad, es decir, un sistema más horizontal, democrático, participativo, creativo, flexible, abierto al a crítica y el disenso, promotor de la corresponsabilidad, con distribución amplia del poder y las responsabilidades y con una normatividad que promoviera la transparencia y la rendición de cuentas tanto del lado del gobierno como de la parte sindical hacia la sociedad a la que finalmente se deben.

En la víspera de que se den a conocer los nombres de las personas que formarán el gabinete presidencial para los próximos seis años, resulta importante reiterar la cada vez más urgente necesidad del cambio institucional para la transformación educativa. El perfil de quien ocupe el encargo de la SEP en el futuro, su trayectoria previa y su probidad moral mandarán el mensaje de qué tanto el nuevo presidente está comprometido con el cambio o prefiere como los anteriores cambiarlo todo, para que todo siga igual.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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