Lado B
El baño más pequeño del mundo
A fuerza de economizar, hay que compartir...
Por Lado B @ladobemx
09 de noviembre, 2012
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Pepe Flores

@padaguan

De niño, uno de los peores castigos es que te metan al baño de niñas. Peor aún si te cacha algún profesor. Es un tema penadísimo. Desde pequeños, se nos inculca que los sanitarios representan una frontera infranqueable, un espacio en el que no se puede ingresar libremente. ¿Para qué, si cada quien tiene su baño? En pocos sitios se nota tanto la heteronormatividad como cuando se va al toilet. Diría el gran filósofo tabasqueño Chico Ché que los nenes con los nenes y las nenas con las nenas.

¿Qué es lo que fomenta esta división? ¿Por qué no podemos democratizar este sitio de igualdad por antonomasia? (Porque, usted sabe, estimado lector, que el menester de la tripa y la vejiga nos afecta a todos). En la familia, en ese nicho (aparentemente) sin límites, sí se puede transgredir la regla de que cada quien con su baño. ¿Es que la familiaridad nos hace desdeñar estas reglas sociales? Porque en las casas de familia extensa, casi siempre van al mismo sitio el hijo, la madre, el abuelo y la suegra. Pues no, por ahí no va. La heteronorma se va al caño por una mera cuestión de economía del espacio.

Shocking.

Lo que nos obliga a replantear esta división genérica no es un ideal de equidad, sino una mundana necesidad de aprovechar. La casa, esa sacrosantísima célula de la sociedad, es el ejemplo más ilustrativo. Mire usted los hogares pudientes, donde a cada dormitorio le corresponde un sanitario. Ahí nadie se mezcla. ¿Para qué, si uno tiene su baño donde puede asearse sin compartir los pelos del jabón y pasarse las horas en el retrete sin ninguna molestia? Si acaso, hay un baño comunal que se usa en las emergencias, pero lo cierto es que a más piezas disponibles, más segregación.

Ahora mire usted un hogar menos acomodado, de esos populosos y rebosantes. En esos donde (¡oh, el horror!) nomás hay un baño que todos comparten. Esas casas en las que hay que armar un horario para que todos alcancen ducha en la mañana y en los que los intestinos se sincronizan para no entorpecer al prójimo. A fuerza de economizar, hay que compartir, y la nimiedad del baño como espacio propio pasa a segundo término. Ni modo, así nos tocó vivir.

Foto: Especial

La realidad es que la división de baños es nomás porque podemos. O mejor dicho, porque tenemos el espacio para hacerlo. La otra vez fui a una cafetería en la ciudad y vi con agrado que tenía un baño para sexo indistinto. Luego me di cuenta que la decisión era porque a duras penas había espacio para meter un retrete y un lavabo. Cada bar, restaurante o local comercial donde me he topado con la misma situación, todo se reduce al tamaño del sanitario. Entre más chiquito, más igualitario. Entre más necesidad de aprovechar, menos nos fijamos en quién entra y sale, en quien orina y excreta en el receptáculo de porcelana. No hay lugar para lujos como un mingitorio, ese invento extraño para enaltecer el acto de hacer pis de pie. Nomás el wáter, tan universal. Nomás él, que le vale quién lo use, como debería ser.

Por eso digo que deberíamos reducir todos los baños del mundo. Hacerlos pequeños, mínimos. Caray, con eso nos ahorraríamos tantos entuertos.

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Autor Lado B
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