Lado B
Desfile de criaturas y una obra que cuestiona el bien y el mal
Una probada de la jornada tres del Festival Internacional de Teatro
Por Lado B @ladobemx
26 de noviembre, 2012
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Foto: Es Imagen

Briseida Barrera Aldave

@AmbarBrizz

La calle se llena de criaturas. El zócalo de la ciudad está invadido por ellas. Alguien abrió la puerta de una dimensión desconocida y ahora está instalada en las baldosas del corazón de la ciudad. Unos metros adelante, hombres y mujeres discuten si “El narco negocia con Dios”, o si no lo hace.

Son apenas dos atisbos, dos opciones de las varias ventanas que el Festival Internacional de Teatro de Puebla ha abierto en plazas públicas y recintos cerrados para espiar desde ellas a esos otros y otras, que se meten en la piel de otras y otros para contarnos sus vidas, o al menos parte de ellas.

A reventar

Son las 6 de la tarde y el teatro principal ya está sitiado aunque la obra está programada para una hora más tarde. Para cuando se levanta el telón no cabe una alma más en las butacas. Son cientos de pares de ojos los que registrarán las siguientes horas cada uno de los pasos y los diálogos ideados por Ana Francis Mor y Sabina Berman en el texto “El narco negocia con Dios”, una comedia sobre la naturaleza de la violencia, el bien, el mal y la capacidad humana de convertir lo horrible en esperanzador.

Foto: Tuss Fernández

Con la acción de la obra ocurriendo en un pequeño departamento, tres personajes aparecen en escena haciendo una coreografía que provoca las primeras risas del público, la comunicación entre lo que sucede en el escenario y el butaquerío está abierto y así se mantendrá un par de horas más.

El argumento gira en torno al bien y al mal y como estos convergen en tiempo y espacio mezclándose al punto de lo surreal, lo psicótico y claro, el doble discurso, “la doble moral”, como comenta alguien del público casi en un susurro, mientras mueve la cabeza lentamente de arriba hacia abajo.

Una mujer, que casi se hace monja, declarada ahora “capitalista, neoliberal y poliamorosa”, un académico de la UNAM afectado por la depresión y un coctel de medicamentos que le ha recetado el psiquiatra, una enfermera que recita la biblia –que en algún momento sale casi hipotérmica de un refrigerador– y un narcotraficante carismático y suficientemente paciente, son los personajes que matizan y personifican las caras del bien y del mal.

“¿Listo para cachar la verdad más cabrona del planeta?” Algunas personas en el público enderezan la espalda y se inclinan un poco hacia delante, esperando esa gran verdad, como si la respuesta fuera para ellos. “¡No vale la pena sufrir por nada!” Lanza finalmente el personaje después de aquel silencio en el que se acomodó la audiencia y su respuesta los lanza hacia atrás con el efecto secundario de la carcajada.

Al final, segundos antes de bajar la luz se perciben algunos suspiros. Inmediatamente se escuchan los aplausos, la mitad de la audiencia se pone de pie. Concluye la función.

Invasión en el zócalo de la ciudad

¿Ya se acabaron las actividades? Son casi 9:30pm y desde el boulevard hasta una calle antes del zócalo sólo se percibe silencio.

Conforme se sigue avanzando puede oírse música, voces, risas macabras: el zócalo de Puebla ha sido invadido. Es como si, a través de cortinas espesas de humo, la ciudad se hubiera hundido en  una dimensión desconocida.

Foto: Es Imagen

Y ahí ya no hay silencio, por el contrario, el rumor recorre las aceras como un tremor tectónico. La gente se amontona frente a unas criaturas indefinidas. Son dinosaurios, dragones, aves gigantes, son uno y todo a la vez. Sus ojos brillan y sus cabezas realizan movimientos sobrenaturales. Las enormes criaturas se mueven entre la multitud sin reparo, no existe una línea límite como en otros espectáculos. La gente se empuja, da varios pasos hacia atrás y algunos incluso lanzan leves gritos. Es como si temieran ser aplastados por esos seres majestuosos.

Las voces macabras, que a veces lanzan monosílabos juguetones, también se mueven entre la multitud, buscando tener el control sobre las criaturas. Tienen sonrisas tétricas que se pierden en la noche. Juegan con abanicos como alas de murciélago. Otros personajes, a su lado, con ojos muy abiertos, sin sonrisa y pelo negro de púas, se pasean con unas linternas.

La gente se mueve todo el tiempo. Se acerca, luego se aleja porque ahí vienen los invasores. La música, las voces, las luces rojas, moradas, azules, blancas y deslumbrantes que van hacia todos lados y el humo tienen al público es un constante ir y venir, unos miran a la derecha, otros a la izquierda, dudan de sus pasos, a donde quiera que miren hay algo con lo cual maravillarse. Algunas personas miran fijamente las criaturas, dan un brinco cuando ya los sienten demasiado cerca y al dar ese brinco se topan con otro personaje que va abriendo el paso con unas bengalas.

Los niños en los hombros de algún adulto estiran sus brazos al máximo para poder tocar los picos de aquellos monstruos. Mientras conviven con estos seres, en lo alto ya se encuentra la figura de una mujer que canta y sin aviso un lanzallamas escupe fuego desde alguna parte de los jardines.

“Esto es increíble, el corazón me late a mil por hora” dice alguien entre el público. Los personajes terminan su espectáculo y saludan a la ciudad, agradeciendo la hospitalidad. “Nos veremos mañana”, prometen. Y desaparecen entre la multitud que aplaude, grita y chifla, eufórico.

Esa es la gran producción del grupo compañía profesional holandesa Close Act: Invasion Parade, que conjunta zanqueros, bailarines, músicos, acróbatas y actores de fuego en un solo espectáculo diseñado para públicos de 5 mil a 10 mil espectadores.

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