Eric David Montero

@ericdmontero

Corría el 2003, era preparatoriano lleno de pretensiones y sueños de aventuras que nunca iba a vivir ni yendo a bailar a El Vaticano. Entonces entre el grupo de amigos se puso tan moda escuchar a Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina, Oscar Chávez, Joan Manuel Serrat y demás genios de la verdadera trova.

En cada lunada, en cada borrachera en cada reunión de prepo de rancho sonaban canciones como Sin tu Latido, Ten miedo de mí, Penélope, Macondo, mientras el vodka se consumía con la noche. Eran tiempos de gloria, sin preocupaciones, sin obligaciones y sin desamores.

Después como a todo ser humano, llegó la etapa de enamoramiento, y con ello el planear una vida junto a otra persona y demás cosas que las parejas cursis se prometen y que existe un 99 por ciento de probabilidad de que las cosas fracasen. Quizá  suene muy pesimista pero así es. Todo eso dura nomás un rato.

Cuando todo acabó no dudé en empezar a detestar la trova o lo que se le pareciera, y especialmente a esos que se dicen llamar roleros y que cantan canciones tan cursis como Sin Bandera o Camila; con ello también los cafés del famosos Barrio del Artista, donde predominan cantantes del género.

Ir a un lugar de esos y escuchar a Raúl Ornelas, Edgar Oceransky  me hace sentir tan desgraciado, porque todo mundo va con  pareja, se besan, se abrazan y todo es miel sobre flores. Me recuerda que soy un forever alone, como dicen en las redes sociales.

Y analizando las cosas, no encuentro diferencias entre los grupos de balada pop que salen en estaciones de radio comercial y los roleros o trovadores, -tal vez confunda el término-, y aunque algunos se dicen muy alternativos siguen  en la línea  de la composición romántica y cursi, alejándose de los masters que nombré al principio.

¿Por cierto alguien entiende la diferencia entre «media naranja» y «media sandía»?

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