Lado B
Las películas que los cines porno no proyectan
Entre viejas salas y la industria nacional de la carne
Por Lado B @ladobemx
26 de octubre, 2012
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Elizabeth se convirtió en una fotógrafa que registra las salas de cine porno y las grabaciones mexicanas, eso le ha permitido no sólo llevar un registro gráfico de las salas triple equis sino adentrarse en el mundo del porno nacional, ese que pocas veces se ha visto proyectado en una pantalla de 5×9 metros

 

Sergio Nolasco* | Diez4

@SerNolasco

Aquellos dedos plásticos hicieron descubrir a Elizabeth —a sus cinco años de edad— que frotarse la entrepierna resultaba placentero. La niña jugaba con una muñeca rígida que por temporadas permanecía guardada en el armario de la casa. Aquella era una figura decorativa de medio metro de alto que no sólo estimulaba su creatividad, sino que definió el rumbo de su vida.

En medio de la sala, Elizabeth disfrutaba de la muñeca hasta que apareció su bisabuela con cara de sorpresa, casi de espanto. Le dijo: «No, mija. Mira, ven, te voy a lavar las manitas y te voy a dar un chocolatito». Esa tarde de descubrimiento sexual se convirtió en una enseñanza que Elizabeth Rosales nunca olvidará: siempre es mejor ser descubierta comiendo un chocolate que masturbándose.

Tres años después, Elizabeth aprendió a mirar en secreto las publicaciones que tenía su padre. Disfrutaba ver los desnudos de «El amor en tiempos del Sida» de Rius, y las ilustraciones de Condorito. A esa edad, aquellos dedos de la muñeca pasaban al olvido.

—Desde que tengo memoria, soy una persona que ha tenido el sexo muy presente en su vida, yo recuerdo los momentos en que me masturbaba desde chiquita, las sensaciones y todo eso.

Tal vez por eso, veinte años después, aquella Elizabeth Rosales precoz entró a un mundo donde el erotismo se consume casi a escondidas. Después de una licenciatura en artes visuales, Elizabeth se convirtió en una fotógrafa que registra las salas de cine porno y las grabaciones mexicanas. Ha recorrido el país en un trabajo que sigue en proceso para encontrar fachadas de cine pornográfico hasta lograr un archivo casi histórico, el registro es apenas la primera parte de las salas que sobreviven en la era de la pornografía gratuita en línea y de la piratería.

—La gente debería disfrutar del sexo. Debería vivirlo libremente. Con su trabajo fotográfico, Elizabeth descubrió que las salas de cine se convierten en un refugio, una trinchera de la libertad sexual. Encontró en el mundillo pornográfico a la pantalla como la luz al final del túnel de la represión y supo que esa luz parece estar a punto de apagarse para los mexicanos: el apocalipsis de las salas de cine porno en México. En un país donde circulan más de 1,500 publicaciones de corte erótico, según la industria editorial mexicana, hay menos de 50 salas de cine pornográfico en el país.

Pero lo que más impacto causó en ella, fue descubrir que esas salas no le dan espacio a las producciones mexicanas y existe un malinchismo evidente entre los consumidores de porno en México. Se topó con las voces que denuncian este desinterés por el porno nacional:

—Los administradores de las salas de cine pornográfico argumentan que no hay películas mexicanas con calidad para proyección en la pantalla grande.

Fernando Deira habla con la confianza que le dan más de siete años como productor, escritor y director de cine para adultos con la compañía Sex Mex. Y si ve usted a las actrices que trabajan bajo la dirección de Fernando Deira, pondrá en tela de juicio el argumento de los administradores de cines.

Deira, a quien tal vez se le conoce por éxitos como Supernatural, Blackmail o Triple milk, dice que además de la falta de salas de cine, la pornografía mexicana enfrenta una guerra contra el Internet. Sostiene que la gente ya no va al cine porno porque prefiere ver películas desde la intimidad de su computadora.

En un país como México, que ocupa el quinto lugar mundial en la búsqueda de videos pornográficos en Internet, según estadísticas de Google Insights, el problema no resulta complejo de entender. Aún así, México está cerca del porno pero lejos de proyectar el propio.

—El público prefiere ver a mujeres extranjeras que nacionales. Aún no hay en México ese amor por la fémina mexicana; contemplar a la fémina como para que digan: vale la pena ver una película mexicana, dice Galileo Montaño, un productor de cine pornográfico especial.

Dice que ha fornicado con poco más de 800 mujeres entre mexicanas y extranjeras. Galileo es propietario del Cártel del paraíso y probablemente dueño del mayor de los egos en la producción del porno en el país.

Si en las salas de cine para adultos proyectaran las películas mexicanas, quizá harían feliz a alguna actriz del medio que por mucho tiempo ha deseado que su cuerpo se aprecie en la pantalla grande, que la reciban en una premiere con alfombra roja, donde asistan medios, fans y celebridades. Esa actriz está en alguna parte del país. Se llama Karina. —Me encantaría aparecer en la pantalla grande de México, pero lo que molesta no es la falta de espacio en los cines, sino que no vean el trabajo pornográfico mexicano como algo digno y común. Cuando le informo que la pantalla grande mide 5 x 9 metros y los cines porno mantienen un tráfico de visitas constante, Karina se estremece. O eso prueba su voz.

Su sueño: que en México acepten la pornografía mexicana. Que su cuerpo sea admirado por los hombres de México, aunque su identidad sea un secreto.

Hay una pantalla iluminada y butacas. En la pantalla, un par de asiáticas desnudas que se besan. Hay un hombre con pantalón militar y boina verde olivo que las observa detrás de un árbol. También hay decenas de hombres que miran a los tres desde fuera de la pantalla. Decenas de rostros tintineados por la luz de la pantalla. También hay hombres paseándose por los pasillos vacilantes de la sala. Y está Elizabeth, callada, sola, sentada observándolo todo.

—Estas salas son un mercado sostenido por hombres que desean liberarse mientras disfrutan de una grabación asiática, estadounidense o europea, dice Elizabeth.

Ha estado aquí por más de una hora, o si en estas butacas el tiempo se midiera por orgasmos, Elizabeth ha estado aquí hace más de seis. Ahora mismo, mientras toma anotaciones, su butaca empieza a vibrar. El origen de estos movimientos se encuentra a cinco espacios de ella: un hombrecillo con bigote de cantinflas y gorra beisbolera roja se masturba con los ojos clavados en la pantalla. Y a nadie en la sala parece incomodarle.

Habrá que tener algunos datos presentes: este año en México se han producido cinco películas para adultos con todos los permisos de ley. Una razón por la que los cines no proyectan películas mexicanas puede ser la escasez de producciones legales, sospecha Javier Cortés, titular de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía, (RTC). Las cinco películas son categoría D, que es restringida y no necesariamente pornográfica.

Así es que las productoras reguladas en México luchan no sólo contra la pornografía gratuita en Internet, sino también contra la piratería y la producción casera; para la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo, las ganancias por piratería en el país llegan a los 75 mil millones de dólares al año.

Es curioso, pero el primer encuentro de Elizabeth con el cine porno nacional no fue por la puerta de una sala, sino por la de una tienda. Una sex shop. Tras pasar entre muñecas, juguetes sexuales y réplicas enormes de penes; llegó a la sección de películas mexicanas, tomó la primera que le llamó la atención y después de analizar su portada, Elizabeth le dio vuelta a la caja del DVD que la llevaría a establecer contacto con este ambiente cerrado. El foco se encendió en su cabeza cuando vio el correo electrónico de la productora.

Pero en el mundillo de la pornografía mexicana, Elizabeth era una intrusa.

—Yo no sé quien eres. Tú no sabes cuántas peticiones de este tipo recibimos al día. Ésta es una empresa formal. Si tu intención es formal, entonces contesta este correo con los siguientes datos.

La información que pidió Galileo Montaño por escrito eran desde su currículum, dirección del empleo, nombre del jefe, teléfonos disponibles y la lista llegaba casi a medidas corpóreas con detalles de su interés en un largo etcétera.

—Mi intención con el proyecto del registro fotográfico es a favor de la cultura porno del país —le respondió Elizabeth—. Llega sola y ten mucho cuidado con pasarte de lista, aunque parezca que Galileo está solo, él nunca está solo —le respondió por correo el productor, cuando le dio fecha e indicaciones para verse.

Se encontraron cerca del anochecer en una oscura calle próxima a la estación del metro Juárez en la Ciudad de México. Elizabeth descubrió a alguien diferente a lo imaginado. Se topó con un Galileo calvo y amable: el actor y productor de cine porno le ofreció galletas de esas que había comprado en un autoservicio y se fueron a una dirección aparentemente abandonada. La pasó a uno de los cuartos del establecimiento y platicaron largamente en una salita.

—Bueno, yo ya me voy a casar y decidí que el porno no es lo mío después de 10 años de dedicarme a ello; aparte a mi futura esposa no le gusta que ande en esas cosas y pues por ella lo dejaré.

Galo estaba acompañado. La prometida sentada junto a Galileo le sonrió cortésmente a Elizabeth, que en este momento no entendía para qué la había citado. Lo comprendió después del encuentro a través de una conversación telefónica.

—Mi verdadero yo no podía dejar el porno.

Galileo dirige en México la productora Cártel de paraíso y sabe que para hacer porno en el país no hay muchos problemas, a no ser que se pretenda vivir de ello. Se queja de que no es un buen negocio. Galileo lleva 10 años trabajando en esto y sus ingresos constantes provienen de la fotografía comercial.

—Todos nos conocemos en el negocio de la pornografía en México. Sólo hay unas cinco o siete productoras legalmente establecidas en el país, dice Galo desde Estados Unidos, donde ahora trabaja en un proyecto temporal.

Lo único que acompaña al escaso tránsito de esta noche es el murmullo de la gente que llegó temprano para entrar al cine. Más de cien personas se forman en esta banqueta de la ciudad de México para conseguir una buena posición ante la pantalla y disfrutar de la función.

El murmullo y las risas a pulmón abierto no son la molestia más grande para los comerciantes y vecinos junto al cine, sino que todos hablan del estreno en cuestión: Corrupción Mexicana, una producción nacional de pornografía homosexual que cuenta cómo con soborno y chantaje se consigue cualquier cosa en el país.

—¿Conoces a los actores?

—Uno de ellos es pareja de un amigo mío. Guapísimo. El director es mi vecino, si vieras cómo está.

—Ay Dios mío, pero si todos los que están abajo son hombres, dice espantado un habitante de los condominios pegados al cine con las manos en la cabeza.

Al filo de la banqueta, los hombres que esperan se miran al espejo, se retocan el cabello, se sacan la ceja y otros se colocan tantito rubor en las mejillas. La mayoría apenas rebasa los 25 años de edad y visten tenis, pantalones sueltos y tirantes apretados. Todos sonríen y charlan con desenfado. Esperan e ignoran los afiches detrás: unas imágenes con mujeres de pechos siliconados. Aquellos que llegan a voltear hacia los cartelones sobre la pared del cine comentan sobre los cuerpos de un par de actores que aparecen sin camisa besándose. Una probada al estreno de las ocho y treinta de la noche de hoy.

Las puertas se abren y Joselito y sus amigos son los primeros en entrar. Conocen la ruta a recorrer. La repiten de memoria para el novato que lo acompaña: las puertas de cristal, el pasillo colorado, la escalinata redonda decorada con alfombra roja, el andador oscuro perfilado por butacas y nuestros asientos. Adentro, una sala de cine engalanada y las risas cada vez más altas. Hay un sentimiento de liberación y no es en vano. Los que ocupan su lugar hasta llenar cada butaca, los que se toman fotos en grupo, los que apartan asientos a amigos con retardo y los que se saludan de beso en beso están a punto de disfrutar la primera premiere porno gay del país.
Jueves y la convocatoria de Mecos Films hace que la sala del cine Ciudadela en el Distrito Federal se llene. Y parece que nadie puede estar más contento.

—Hay una generación de hombres que históricamente han vivido reprimidos. Elizabeth habla porque también estuvo ahí. Esa noche de 2010 en el Ciudadela, se ocupó en fotografiar cada detalle arriba contado. Cada guiño, sonrisa y afiche. Cada expresión y saludo. Y con todo, supo que para las salas de cine porno hay un futuro prometedor.

—Entonces los cines porno en realidad son un escaparate para la sexualidad. Las salas no serán reemplazadas por el Internet o la piratería, puesto que se convierten en una alfombra roja por la que se puede andar libremente, un par de butacas en las que se coexiste sin más murmullos que los propios.

Este artículo forma parte de la edición Humanos y manías que puedes hojear aquí o descargar acá.

 

 

 

*Sergio Nolasco. Ente que combina el periodismo con la producción cinematográfica, es editor de revista Diez4 y dicen que docente universitario. Nada mejor para él que una taza de café mientras espera el render de su visual o escribe sobre realidades.

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