Lado B
Mil pasivas y un funeral [o el arte de perder el tiempo]
Por Lado B @ladobemx
20 de septiembre, 2012
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Tuss Fernández

@ituss79

A Darío, por los años juntos… aún en la ausencia.

Por allá de julio de hace tres años me llamó una amiga –que siempre ‘muere’ de ganas de vernos pero que nunca tiene tiempo para hacerlo– para informarme del funeral de la mamá de nuestro ex jefe.

–A ver si aunque sea allá nos vemos y platicamos un ratito – dijo, y yo me quedé con ojos de plato pensando en la ridiculez extrema a la que habíamos llegado como banda. Nomás de pensar en que los funerales se convirtieran en nuestro punto de encuentro me enchinaba la piel, un poco porque la escena nunca es grata y otro poco por el miedo de que nuestra apatía de encontrarnos fuera tal, que en verdad tuviéramos que estar esperando al siguiente ‘muertito’ para poder echar café, literal.

Desafortunadamente, sucedió. Dos meses después, en septiembre, estábamos todos reunidos en la sala de una funeraria, despidiendo a nuestro mejor amigo. Él estuvo cerca de tres meses enfermo de muerte lidiando con una de las formas más agresivas que existan de cáncer sólo que nosotros no lo supimos. O bueno, lo supimos el día en que ya nada podíamos hacer.

Darling  –así le decíamos– era el peor de los amigos; de esos que nunca te rescatan si se te ponchó una llanta a media noche o de esos que te desprecian y se alejan cada vez que te da gripa pero odioso y ácido como era, me enseñó tres cosas fundamentales: amar a la vida en el extremo, vivir con orgullo fuera del armario y utilizar nuestro oficio –el periodismo– para abonar a nuestros ideales. Él me llevó por primera vez a una marcha y con él coloqué por primera vez una nota de la misma en un portal de noticias.

Poco antes de la marcha del año pasado, mi muro de Facebook se pintó de arcoiris por diversas circunstancias –las laborales, las profesionales y las personales– y desde entonces, he visto, aunque quizá sea una percepción meramente personal, una comunidad LGBTTTI muy visible pero también muy inactiva.

Salvo la marcha, que casi siempre congrega a un buen número de nosotros –y es para una gran mayoría ocasión de simple pasarela–, recuerdo un buen número de eventos para la diversidad sexual que lucieron bastante desiertos. Tuvo que venir el desafortunado asesinato de Agnes Torres –sumado a otros seis homicidios de miembros LGBTTTI– para que el colectivo despertara, ¡y vaya manera de hacerlo!

En sólo unas horas –que empezaron a contar de madrugada–, la Comunidad se organizó y así, un lunes en pleno horario laboral y escolar, estábamos reunidos en el Zócalo de Puebla llorando esa profunda herida y manifestándole a un país entero, nuestra indignación y nuestra ira por vivir en un lugar en el que no se nos respeta, no se nos acepta y no se nos protege. Fuimos por varios días en noticieros locales, nacionales e internacionales quienes pidieron un alto a la intolerancia, en todo el mundo.

La movilización tuvo tal impacto que logró lo que muchos años de esfuerzo y trabajo del activismo no habían podido: una mesa de diálogo con autoridades de primer nivel que hasta entonces habían querido ignorar nuestra existencia. Se abrió temporalmente una puerta, y lo que se haya conseguido aún resulta insuficiente pues quedan muchos pendientes.

Tristemente pasó la euforia, se calmó la ira, aprendimos a vivir con el dolor y hoy, al menos en los muros destinados al colectivo –todo o en partes– imperan dos cosas, la apatía y las ganas de ligar. A eso se han reducido esos espacios de encuentro.

¿En dónde está toda esa gente que indignada se reunió en el zócalo? ¿En dónde están toda la gente del antro? ¿En dónde está toda la gente de la marcha? ¿En dónde están los abogados, médicos, psicólogos, políticos, literatxs, pensadorxs y todos lxs profesionistas, universitarixs y trabajadores no heterosexuales que podrían ayudar a esta, su propia Comunidad desde su trinchera? ¿A quién le estamos dejando la tarea de cuidar de nuestros intereses, luchar por nuestros derechos y de procurarnos una vida social más digna?

Cuesta trabajo pensar que no nos demos cuenta de nuestro poder y nuestra responsabilidad como colectivo, o peor, cuesta trabajo creer que aún cuando nos demos cuenta, seamos tan apáticos con nuestras propias vidas que optemos porque alguien más nos diga cómo debemos vivirlas

Qué importa si seguimos perdiendo nuestros trabajos víctimas de la discriminación, si seguimos muriendo como consecuencia del VIH porque no hubo políticas públicas para prevenirlo, si no podemos casarnos ni darle seguridad social a nuestras parejas, si la intolerancia y la homofobia nos siguen matando. Sigamos buscando el amor –iba a decir que ‘sexo casual’ pero no quería que se leyera exagerado ni dramático­– en algún muro o evento del Colectivo.

Total, si andamos medio dormidos siempre podemos despertar con un delicioso y revitalizante café… ya sólo tenemos que esperar el siguiente funeral.

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