Lado B
La Baraja Trece de Álvaro Abós
La muerte es un tema muchas veces explotado por la literatura: venganzas, accidentes, la noción finita del ser humano que impregna muchas reflexiones del arte.
Por Lado B @ladobemx
20 de septiembre, 2012
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Alejandro Badillo

La muerte es un tema muchas veces explotado por la literatura: venganzas, accidentes, la noción finita del ser humano que impregna muchas reflexiones del arte.

Adriana Hidalgo Editora, 1era edición 2004.

En La baraja trece, del escritor argentino Álvaro Abós (1941), tenemos 12 historias que abordan la muerte, invocadas por la carta 13 del tarot. Estas historias recrean los últimos momentos de escritores como Borges, Robert Walser, Virgilio Piñera y Roberto Arlt. Lo interesante de La baraja trece es el territorio en el que se mueve: ficción y ensayo; biografía y suposición. Si consideramos las historias de Abós como cuentos, entonces estamos ante un ejercicio ejemplar del género: piezas que olvidan la anécdota tradicional, los moldes fijos, y se mueven en la mente y en el lenguaje de los personajes invocados.

Uno de los ejercicios más logrados es el de Franz Kafka. El lugar común ha construido la figura del escritor atormentado, de salud endeble, misántropo, muerto a temprana edad. Álvaro Abós prolonga la historia de Kafka y la proyecta en un nuevo escenario: el escritor checo le escribe a su padre y le cuenta que se casó y que tiene un hijo, también le dice que ha decidido publicar sus obras en lugar de quemarlas y que viaja a Jerusalén con su familia. El texto abreva de la famosa Carta al padre y sigue puntual el tono del hijo que busca un ajuste de cuentas pero que no puede disimular su patetismo y su dolor. Esta historia es una muestra de las posibilidades de la creación: modelar una realidad aparentemente fija, buscar nuevos encuentros, nuevas intersecciones.

Cada pieza de La baraja trece tiene su propia respiración: a veces se reconstruye la voz del personaje, a veces el punto de vista es distante o fragmentario: cartas, pensamientos, papeles sueltos. En algunos casos como la historia del escritor Robert Walser, el punto de vista es de alguien externo, una enfermera del hospital en el que Walser pasó sus últimos años de vida, llenando hojas con letra perfecta y diminuta. En otros momentos leemos una prosa periodística, casi aséptica, que lleva una puntual cronología del desastre. En todo momento hay claves, sutiles guiños para el lector avezado: la plática de Borges, obsesionada por el universo y su infinito. Sin embargo las historias no son crípticas, establecen lazos con el lector tratando a las figuras desde la ficción, desde la intimidad de la muerte que siempre acecha.

Al terminar las páginas de La baraja trece nos quedamos con la invención que parte de una realidad que no aparenta fisuras. Si los textos son homogéneos por el tema de la muerte, sus engranajes son diversos y apelan a distintas tradiciones e, incluso, géneros. La reflexión nunca decae y siempre examina los relieves de las vidas que bordean el abismo. Un elemento que vincula la condición efímera del ser humano, la tragedia de vivir que señalaron los existencialistas, es el ejercicio de la escritura porque es un reto al tiempo, una obsesión por dejar registro de nuestro paso en el mundo. Del otro lado de la página late la muerte, el tiempo que transcurre sin detenerse un instante.

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