Lado B
El escritor que no quería leer y a veces no puede dormir
Entrevista con Javier Caravantes, autor de Despertar con alacranes
Por Lado B @ladobemx
24 de agosto, 2012
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Mely Arellano

@melyarel

Dos o tres años atrás, insomne y acostado en la penumbra de un cuartito en Coyoacán, en la ciudad de México, Javier Caravantes pensó que el resto de su vida lo pasaría allí, muriéndose de hambre.

Y pensó también, como suele hacer, en las otras tantas posibilidades de y para él mismo, las buenas: que sedujera a una joven millonaria, y las malas: que, resultado de una serie de fatales decisiones, se fuera de mojado.

Y pensó, pensó mejor, en la cantidad de escritores mayores que él, nacidos en los 70’s, que no se murieron de hambre por serlo. Y entonces supo lo que ya sabía desde la primera vez que fue a un taller literario: que él también lo conseguiría.

Y fue así, a golpe de disciplina. Lo consiguió.

***

Tiene 27 años –casi 28, corrige-, es poblano nacido en Atlixco, le gusta Basquiat y acaba de publicar un libro editado por Tierra Adentro, Despertar con alacranes, pero cuando era niño, a Javier Caravantes no le gustaba leer.

-Mi papá siempre estaba queriendo que leyera. Pero me cagaba, prefería jugar futbol. Hasta que tomé un libro que se llama Los hijos de Sánchez, en el que encontré cosas que conectaban conmigo muy cabrón. Tenía como 12 años. Mi papá me lo quitaba: “no, este pinche libro no es pa’ ti”. Y yo me lo robaba y lo leía.

Las ediciones infantiles de varias obras que su papá le ponía a la mano no eran competencia del contenido violento y sexual de Los hijos de Sánchez, un escandaloso ensayo publicado en 1964, que cuestionaba al México moderno y próspero de esos tiempos.

-Y desde ahí empecé a escribir ensayos para la escuela. Después me vine a vivir a Puebla y en las tardes no tenía nada que hacer, todos mis amigos los dejé en Atlixco, así que mi papá me dijo: “te voy a meter a un curso de literatura, de escritura, ahí en la Sogem”. Le contesté que no. Pero me metió casi a la fuerza. Llegó un día y me dio el báucher: “toma ya pagué el taller”. Y desde la primera vez que fui, estoy casi seguro, supe que eso es lo que iba a hacer el resto de mi vida. Me gustó mucho. Mucho.

Hasta entonces Javier Caravantes había sido un pésimo estudiante al que la escuela y los maestros le parecían aburridísimos, pero a partir de ese momento, a los 16 años, se convirtió en lo que nunca había sido: un excelente alumno del taller que dirigía la escritora Beatriz Meyer.

-A mí el taller me ayudó muchísimo. Esa cosa que yo trabajo del conflicto y que siempre voy a trabajar, no entiendo la literatura desde otro punto, ella me lo enseñó.

-¿Cuánto tiempo estuviste en el taller?

-Como 10 años. No siempre teníamos talleres pero siempre estábamos en contacto Beatriz y yo. A veces ya no iba al taller pero le mandaba mis cuentos y ella me mandaba sus comentarios: “esto sí, esto no”.

Cuando tuvo que elegir una carrera su primera opción fue la Sogem en el DF, pero su papá no se lo permitió.

-Estudia una licenciatura, no seas tan aventado –le dijo.

-Pero no vayas a estudiar literatura por nada del mundo, son unos pendejos, te van a chingar, por favor no lo hagas –sugirió Beatriz Meyer.

-Entonces literatura no –pensó Javier-, pero debe ser una carrera fácil, que me permita seguir en los talleres y leyendo.

Eligió comunicación. Y una vez que la concluyó se fue a la Sogem del DF, con una beca estatal (Foescap) en el bolsillo y todas las bendiciones de su padre y de Beatriz Meyer.

Y publicar

-Casi desde que empecé a escribir quería formar un libro. Fui muy apresurado. Escribí los primeros cuentos en mi vida, los formaba, y decía: este va primero, este va después; y le ponía un título al libro. Siempre estuve correteando la idea de publicar –explica mientras Aura y Lía, sus gatas, una gris y otra rubia, se esfuerzan por llamar su atención.

El deseo se concretó después de algunos desgastantes años de persecución y un desencanto doble de sendas editoriales que coquetearon con la posibilidad, pero quedó en mero flirteo. Primero fue la Editorial Jus, a través de Antonio Ramos Revillas, autor de El Cantante de Muertos (2011), quien lo ayudó a seleccionar, corregir y editar los cuentos del libro. Luego Editorial Magenta, cuya condición resultaba insoportable para Javier: buscar un coeditor.

Entonces vino el encuentro de escritores de Tierra Adentro en Puebla, al que fue invitado a través de Jaime Mesa, autor de Rabia (2008).

-Me tocaba leer en una mesa en el Tec de Monterrey. Vi que entró Mónica Nepote, la directora editorial de Tierra Adentro, y dije: ¿cuál es el cuento más matón que tengo?, éste, el de San Cristóbal, y chingue su madre, lo leí. Al final ella se acercó y me dijo: en la noche platicamos.

En esa conversación acordaron que Javier le enviaría su libro esa misma semana. Seis meses después lo estaban publicando.

-Casi me constituía como ser humano a partir de la publicación de este libro, y que no llegara fue muy frustrante para mí, me deprimía mucho, reventaba mis relaciones con las chicas. No podía escribir. Ya cuando llegó el libro fue una liberación, y ha cambiado mucho mi perspectiva de la literatura, de mí mismo, de mis aspiraciones. Me he serenado, he volteado a ver otras cosas, a la escritura. No sé cuándo voy a volver a publicar, no tengo de verdad ninguna prisa. Quiero olvidarme de eso, fue tan desgastante para mí que ya, ya vale madre, ya estoy ahí, es muy chingón, estoy muy joven y estoy en Tierra Adentro.

Y es que antes de la publicación, para Javier Caravantes todos los comentarios sobre sus cuentos eran sujeto de análisis y su literatura dependía de la dinámica del taller.

-David Toscana –con quien tomó un taller entre 2002 y 2003- me dijo algo que me pareció bien importante: así el crítico haga una reseña y te hayas cogido a su esposa y te tenga la más mala leche del mundo, habrá algo en lo que tenga razón. Y los aplausos nunca sirven de nada, Javier, nunca sirven de nada. Se me quedó muy marcado y en ese tiempo lo creía mucho, que todo lo que me decían “era por algo”.

-¿Ahora ya no lo crees?

-Ahora más bien creo en las posibilidades de lo que podría ser. Ya si soy pendejo, soy pendejo y no me sale

-¿Qué te hizo cambiar de opinión?

-Creer más en mí. Y no sólo para bien, sino también para mal. Si no puedo, pues no puedo. No necesito estar confiando en alguien más, cuando tengo más de diez años haciendo lo mismo. Ya no lo quiero, sólo quisiera hacerlo por mí mismo y si está horrible, pues es una cosa horrible pero es mía y ya.

-¿Y si no vuelves a publicar?

-Pues no vuelvo a publicar. Ni modo, pero ya no voy a hacer esas cosas. No estoy dispuesto a conocer gente para que te recomienden con otra gente y… es terrible. Porque además uno se puede confundir muy fácil. La literatura a la hora de escribir es algo, es una cosa. Y el mundo editorial es otra completamente distinta que juega bajo otras reglas y yo no… hay escritores que pueden escribir muy bien y jugar muy bien en el juego del mercado editorial, otros que juegan muy bien en el mercado editorial pero escriben muy mal, yo creo que no puedo jugar tanto en el mercado. Me emputa. No creo que pase que no vuelva a publicar, no soy tan pesimista. Pero mi felicidad ya no se basa en eso. Antes sí, mi felicidad, mi alegría, yo como persona lo basé en que tuviera un libro publicado, ahora no.

-Bueno, pero porque ya lo tienes.

-Exacto. Entonces ya miro para otros lados y a la chingada. Ya no es importante eso para mí ahora. Fue como aprenderlo a putazos.

Ser escritor es bueno

-Me acuerdo que cuando vivía en un cuarto en Coyoacán, sí pensaba que me iba a morir de hambre y que en ese cuarto sería toda mi vida. Y me ponía  a revisar a los nacidos en los 70 publicados y según yo, ninguno se moría de hambre. Y hoy me siento muy privilegiado. Gano bien, soy independiente. La escritura me ha dado mi vida, las posibilidades de ser quien yo quiera y estoy muy agradecido, no me puedo quejar –dice bien acomodado en el sofá del departamento en San Andrés Cholula que renta amueblado.

-¿Sufres de insomnio?

-Sí

-¿Y qué haces?

-Tomo pastillas.

-¿De plano?

-Es que me pongo muy mal, porque yo escribo en las mañanas. Si tengo insomnio me despierto a las 10 u 11 y ya valió madre, tengo que despertarme a las 8 o 9 para que me dé tiempo de una buena jornada de escritura.

-¿Cómo escribes?

-Generalmente tardo mucho tiempo en escribir. Me cuesta mucho trabajo concentrarme y avanzar. Releo mucho lo que llevo escrito. Soy muy cuidadoso, avanzo, avanzo, avanzo y me distraigo, tomo mucha agua todo el tiempo, me levanto a hacer pipí, a servirme más agua y pierdo tiempo. Dan las 12 o la 1 y apenas voy a empezar con lo mero bueno.  Y digo: “puta madre, Javier. Te despertaste desde las 8 y hasta la 1 de la tarde vas a empezar a escribir, no mames”.

Despertar con alacranes se presentará el próximo Viernes 31 de agosto a las 7pm., en Profética. 

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