Se tomó el anda y vete, la caminera, el chorrito de la amistad, el último trago y partió de este ingrato mundo lleno de decepciones y amores fracasados; de noches de copa y llanto; de palomas negras y eternos corazones adoloridos, de tragos amargos.
Cuando le preguntaron qué canción le gustaría que sonara en su funeral contestó con un irreverente “no chinga tu madre”, por que a pesar de todo le tenía cariño a la vida y no quería dejar este mundo por que no lo iba a hacer, más bien iba a trascender como una vez lo dijo: “yo no me voy a morir porque soy una chamana y nosotros no nos morimos, nosotros trascendemos”.
Por su puesto que ya no cantaba bien, su voz ya no era agraciada, los años ya le pesaban demasiado y sinceramente dio más de lo que podía, por que es raro el que llega a los 93 años cantando. Sin embargo el sentimiento que ponía en cada canción, en cada verso a la hora de interpretar sí hacía que saltaran las lágrimas.
Qué importa si era lesbiana, puertorriqueña o mexicana, su música se quedó para aquellos que disfrutan del dolor y sus acordes, que le echan más sal a la herida, en aquellos que lloran por el amor que nunca regresará.
Entrañable amiga de Joaquín Sabina, y una de las mejores intérpretes de José Alfredo Jiménez con quien seguramente ya estará cantando “Que te vaya bonito” o “vámonos”, con una botella de tequila en el centro de la mesa y una guitarra que llora en cada nota, así como la de Cuco Sánchez.
Se acabó su presencia física pero como dijo se fue para trascender, para que fuera recordada y su voz sonara en cada borrachera o cuando estén a punto de caer las lágrimas, y toda una vida no basta para recordarla si no más que una
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