Lado B
Los puercoespines o la relación dialógica entre autonomía y compromiso con los demás
Por Lado B @ladobemx
27 de junio, 2012
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

En estos tiempos de masificación consumista y tendencias homogeneizantes en los estilos de vida y en los modelos de humanidad, el tema de la educación para la autonomía se vuelve crucial en los ámbitos de la familia, la escuela y la universidad.

La globalización que ha ido imponiéndose hasta ahora solamente en su vertiente o hélice económica de mercado, hace que exista una presión muy intensa hacia la masificación y la similitud en lo que se viste, se come, se escucha, se mira, se sueña y se aspira, puesto que como consumidores todos somos iguales sin importar nuestra cultura o nacionalidad.

Los medios de comunicación masiva se encargan también de hacernos sentir como un colectivo sin rostro ni personalidad propia que está dispuesto a recibir los mismos mensajes y a adoptar los mismos estereotipos de vida humana acordes con lo que definen las tendencias de la mercadotecnia.

El reflejo de estas tendencias en la educación se manifiesta en la adecuación del sistema educativo que se va reconformando como una especie de proveedor de cuadros profesionales y técnicos para el mercado de trabajo, centrándose sobre todo en el saber hacer práctico con algunas mínimas bases de conocimiento teórico pensado siempre en función de su aplicabilidad, pero olvidando por completo lo que la comisión Delors define como los otros dos grandes pilares para la educación del siglo XXI: Aprender a ser y aprender a convivir.

Sin embargo, el ser humano no se conforma con ser un “homo economicus” como menciona Edgar Morin en “La humanidad de la humanidad”, porque se trata de un ser que aspira no solamente a sobrevivir sino a vivir, es decir, a gozar la vida, a ayudar a vivir a otros, a dar sentido a su existencia, de manera que hay una corriente de resistencia a esta tendencia masificadora y utilitarista que trata de ir más allá de los aspectos prosaicos de la vida –habitar, comer, trabajar, producir, consumir- y busca mantener espacios para vivir poéticamente –en amor, amistad, solidaridad, goce estético, actividad lúdica- en el planeta.

Es así que estamos hoy invadidos de cursos de autoayuda, superación personal, “filosofías” orientales, etc. que nos invitan a la interioridad y nos plantean diversas prescripciones  consejos para buscar la felicidad. Estas corrientes de la llamada “nueva era” –new age en inglés- enfatizan esta búsqueda de felicidad a partir del rescate de la libertad y la autonomía individual para trascender las barreras y condicionamientos que nos impone la vida hoy.

Sin embargo estas propuestas parecen muchas veces plantear una idea de autonomía que se inserta en visiones individualistas en las que por un lado parece que el individuo pudiera controlar absolutamente todas las variables de la vida si se lo propone –“basta con desear algo intensamente para que el universo se ponga en línea con este deseo y nos ayude a conseguirlo”- y niega la presencia de lo aleatorio y del azar en los fenómenos vitales y sociales y, por otra parte, da la impresión de prescindir de los demás para la conquista de esta autonomía que nos lleva a la felicidad.

“No hay nada que pase por casualidad, todo tiene una razón de ser en la vida” hemos escuchado con frecuencia o leído en las redes sociales. “Hoy decreto que soy una persona exitosa y feliz” o cosas por el estilo –oraciones, afirmaciones, decretos– que se ofrecen como recetas infalibles para la realización y la paz interior. “No esperes nada de nadie, solo espera mucho de ti” escribía una amiga recientemente en su muro de Facebook.

Todos estos son ejemplos de una búsqueda válida de resistencia contra la imposición de la visión de ser humano económico y consumista que hoy domina todos los ámbitos incluyendo el de la educación. Sin embargo en todos ellos hay una visión simplificadora que concibe a la autonomía como algo individual, al estilo de la clásica frase: “Mi libertad termina donde empieza la de los demás”.

En una conferencia impartida el pasado jueves 21 en la UPAEP, el Dr. Antonio Bernal, académico de la Universidad de Sevilla experto en temas de educación y valores leyó la siguiente fábula de Schopenhauer para explicar una visión compleja de la autonomía:

“Un día crudísimo de invierno, en el que el viento silbaba cortante, unos puerco-espines se apiñaban, en su madriguera, lo más estrechamente que podían.

Pero resultaba que, al estrecharse, se clavaban mutuamente sus agudas púas.

Entonces volvían a separarse; pero el frío penetrante los obligaba, de nuevo, a apretujarse.

Volvían a pincharse con sus púas, y volvían a separarse.

Y así una y otra vez, separándose, y acercándose, y volviéndose a separar, estuvieron hasta que, por fin, encontraron una distancia que les permitía soportar el frío del invierno, sin llegar a estar tan cerca unos de otros como para molestarse con sus púas, ni tan separados como para helarse de frío.

A esa distancia justa la llamaron urbanidad y buenos modales”.

La autonomía humana se vive y se construye en esta paradójica relación en la que estamos siempre necesitados del calor de los demás pero al mismo tiempo expuestos a ser “picados” por las agudas púas de aquellos que nos rodean y pueden aprovecharse de nuestra vulnerabilidad. La libertad humana es un continuo acercarse y alejarse de los demás, semejantes a mí en esta necesidad de cercanía y de distancia. La autonomía real del ser humano –en estos tiempos de indiferenciación resulta necesario aclarar que se trata de una cualidad o característica específicamente humana- se juega entonces en la relación dialógica entre el ser y el convivir que se afectan para bien y para mal mutuamente y que son imposibles el uno sin el otro.

Ni aislarnos de los demás porque no podríamos llegar a ser quienes deseamos ser, ni diluirnos en la masa por la convivencia despersonalizante que también impediría nuestra realización. Del mismo modo, la convivencia, la comunidad no puede existir sin la unión libres y responsable de individuos autónomos pero tampoco es la simple suma de estos individuos independientes.

En su libro sobre la Ética, el mismo Edgar Morin define la libertad como autonomía-dependencia, de manera que nos somos libres sin la autonomía de los demás pero tampoco lo somos sin la interdependencia que nos une a ellos.

Educar para la autonomía, más precisamente, educar la libertad o educar la autonomía en este mundo masificador y honogeneizante implica entonces la formación de seres capaces de encontrar esa distancia justa entre egoísmo y altruismo, entre independencia y entrega a los demás. Educar la libertad es entonces, desarrollar competencias para que los educandos sean autónomamente entregados a los demás.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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