Lado B
Sobre Peña Nieto, las marchas y la Ibero
 
Por Lado B @ladobemx
21 de mayo, 2012
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Alejandro Badillo

@alebadilloc 

Foto: @winiberto

En últimas fechas se han calentado los ánimos en la vida política del país. Un proceso presidencial que había iniciado sin grandes noticias y sin captar la atención de la ciudadanía ha empezado a captar las miradas por las protestas callejeras y concentraciones masivas. Hasta el momento los puntos más representativos, y que han causado mayor controversia, son la protesta estudiantil en la Universidad Iberoamericana y la marcha convocada en distintas ciudades contra Enrique Peña Nieto. En las redes sociales vimos imágenes de alumnos que reclamaban airadamente al candidato del PRI a la presidencia temas como su alianza con los grandes emporios televisivos y su responsabilidad por la violación de los derechos humanos de los campesinos de Atenco. Después de este evento salieron a relucir muchas plumas en los medios nacionales que se manifestaron a favor y en contra. No voy a abundar en hechos ya conocidos por todos sino que me gustaría señalar algunas actitudes –no argumentos– que veo a diario en las redes sociales y en páginas de internet y que, me parece, contribuyen a aislar el debate, olvidar el contexto y concentrarse en pequeñeces. Como dirían los exquisitos, hay una discusión bizantina en la que pocas voces son lúcidas y en la que salen a relucir las generalidades, el desconocimiento, los traumas y los temores.

De inicio quiero apuntar la actitud de los que inmediatamente satanizaron la protesta estudiantil calificándola de “intolerante” o “violenta”, entre otros términos. Creo que estas opiniones reducen la realidad de forma pasmosa, ignoran o fingen ignorar el contexto en el que ocurre este evento: un país sumido en un estado de violencia cada vez más escandaloso, en el que la matanza de unos cuantos ya no asombra a nadie; un estancamiento económico en el que las oportunidades de desarrollo se han esfumado; la clase media, motor del país, ha ido perdiendo su poder adquisitivo gracias a la rampante polarización del ingreso. A esto le podemos añadir un candidato que encabeza las encuestas pero cuyo capital político radica en los miles de anuncios televisivos que, hasta la fecha, bombardean a la población. Ante esto, ¿qué podemos esperar? Como apunta Jesús Silva Hérzog-Márquez, el aplauso fácil del mitin perfectamente controlado es tan ofensivo como el abucheo. Pareciera que los críticos de las protestas están demasiado preocupados por las formas y no levantan la mirada para contemplar las condiciones en las que se encuentra el país. Esta protesta, además, minimizada en un inicio por casi todos los medios, evidenció cómo se maneja la información en estas campañas presidenciales. Los optimistas dicen que vivimos, desde el año 2000, en la democracia, sin embargo, reemplazamos el sistema caduco del PRI en el que un grupo le pasaba el poder a otro por una democracia de mercado, un juego casi perfecto en el que gana el que vende mejor y no el que tiene mejores ideas. ¿Cuál es la vía de escape ante un sistema hermético, en el que los ciudadanos están atados de manos? ¿Cómo buscar un diálogo ante el candidato que te responde con un slogan de campaña y, en el mejor de los casos, te despacha con su asistente o con un subordinado? El diálogo es fundamental para conseguir una sociedad moderna y crítica pero, ay, tenemos a un candidato que basa su efectividad en su apariencia y en dos o tres ideas elaboradas con torpeza, eso sí, repetidas miles de veces por sus aliados televisivos. ¿No son ofensivas para el ciudadano común las imágenes en las que Peña Nieto es manoseado hasta el hartazgo por una legión de histéricas admiradoras? ¿Son más peligrosas las pancartas y gritos de unos estudiantes que, a la postre, fueron difamados por el presidente del PRI?

Es cierto, debemos ser críticos y exigir lo ideal para avanzar en serio y desechar esa trampa de espejos en la que se ha convertido la política mexicana. Sin embargo, parece que muchos críticos de los estudiantes de la Ibero y de las manifestaciones son muy sensibles a las groserías, a las pancartas y no cuestionan con la misma fuerza las pilas de muertos que aparecen a diario en las noticias. Escriben desde su trono de pureza y señalan con un dedo acusador el acto poco civilizado de protestar y no toman partido o plantean una propuesta por mínima que sea. Entiendo que algunos, desencantados de las guerras perdidas de la izquierda, han optado por encerrarse en sus casas, refunfuñar, y estar en contra de casi de todo: así no se equivocan. Cuando una protesta se salga de control o se manipule de forma evidente habrá que señalarlo. Mientras tanto, a los que alzan las cejas cada vez que un grito suena en la calle habría que enseñarles el panorama general de un país que se está cayendo a pedazos; que hagan públicas sus simpatías políticas para establecer un debate productivo, que ya no se oculten tras la ironía o con textos de otros. El desencanto –por elegante que sea– no sirve en estos momentos. Ahora el país necesita posiciones claras para discutir y, así, exigir un cambio.

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