Lado B
La educación como resistencia contra la muerte
Por Lado B @ladobemx
01 de mayo, 2012
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¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una muerte de hormigas
incansables, que pululan
¡oh Dios! sobre tus astillas,
que acaso te han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas
de ti, que sigues presente
como una estrella mentida
por su sola luz, por una
luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo
su catástrofe infinita”

Javier Gorostiza. Muerte sin fin.

Para Regina Martínez, Blanca Elena, Gustavo Adolfo, Jesús Alberto Gutiérrez Alvarez y Samuel Vázquez Gómez

1.-“¡Tan tan! ¿Quién es?

¿Quién es? ¿Es el diablo? Es una muerte de hormigas incansables que pululan… sobre nuestras calles, en las plazas, en los pueblos, en el campo, en cada vez más rincones de este país adolorido y harto de tanta sangre derramada en una espiral que parece no tener fin.

¿Quién es? ¿Quién es el diablo sin rostro, con múltiples rostros desconocidos que se pasea por nuestras vidas con total impunidad y parece no tener freno, ni castigo, ni límites, ni un mínimo rasgo de humanidad que respete a los niños, a las madres huérfanas de hijos, a los padres y hermanos que se quedan solos? ¿Quién es el monstruo de mil cabezas que acecha a todos los que salen de sus casas día a día sin saber si van a regresar?

2.-Es un mal sueño.

“Es un mal sueño largo,

una tonta película de espanto,

un túnel que no acaba

lleno de piedras y de charcos.

¡Qué tiempo éste, maldito,

que revuelve las horas y los años,

el sueño y la conciencia,

el ojo abierto y el morir despacio!”

Jaime Sabines. Algo sobre la muerte del mayor Sabines. 

Es un mal sueño largo el que estamos viviendo desde hace años que parecen un siglo porque los cadáveres de todos los bandos y de todos los sin bando se apilan en una montaña tétrica que no podemos siquiera imaginar sin sucumbir al espanto o que ni siquiera imaginamos porque desgraciada pero naturalmente nos hemos ido acostumbrando a los “recuentos de ejecuciones”, “a los partes de guerra”, a los “daños colaterales”.

Es un túnel que no acaba porque aunque algunos crean que pueden fijar la fecha de inicio y el nombre de los responsables de esta creciente barbarie, en realidad ya no sabemos dónde empezamos a caminar a oscuras y nadie puede augurar el fin del sinsentido y el punto de inflexión que inicie el cambio de esta cultura de la muerte que revuelve nuestras horas y nuestros años.

De este modo absurdo se han ido sumando según algunos cincuenta, según otros sesenta mil muertos en lo que va de este sexenio. La semana pasada tuvimos casos de delincuentes, policías y militares en enfrentamientos pero también el abominable asesinato de cuatro niños que caminaban cinco kilómetros diarios en medio de la selva de Tabasco para ir al colegio y el de la corresponsal de Proceso en Veracruz, Regina Martínez.

3.-Nadie te oye jamás, nadie te mira.

“Y es en vano llorar. Y si golpeas

las paredes de Dios, y si te arrancas

el pelo o la camisa,

nadie te oye jamás, nadie te mira.

No vuelve nadie, nada. No retorna

el polvo de oro de la vida”.

Jaime Sabines. Algo sobre la muerte del mayor Sabines.

Y es en vano llorar porque de manera incomprensible seguimos en un país en el que es mínimo el porcentaje de casos de este tipo que se resuelven y que se resuelven de manera realmente justa sin meter a la cárcel a inocentes.

Nadie te oye jamás, nadie te mira, pueden decir muchos de los familiares de las víctimas que siguen esperando justicia en un país en el que la impunidad sigue siendo el signo de los tiempos y la corrupción puede arreglar todo, archivando la esperanza de justicia, apostando a que el tiempo traiga consigo el olvido. De manera que las víctimas quedan en unos meses o años borradas de la memoria de una sociedad que ha perdido, casi como mecanismo de defensa, su capacidad de asombro e indignación.

Es en vano llorar y habría que preguntarnos si seguirá siendo en vano llorar, si por más que cambien los rostros, los nombres y los partidos en el gobierno federal, estatales y municipales seguiremos sintiendo que nadie nos oye ni nos mira.

5.-Educar es defender vidas.

“Las ciencias de la vida han descubierto que la vida es básicamente una persistencia de procesos de aprendizaje. Los seres vivos son seres que consiguen mantener de forma flexible y adaptativa, la dinámica de seguir aprendiendo…Y esto sirve para las moléculas y todas las formas de manifestación de la vida, sin excluir a las instituciones sociales no esclerotizadas….”1

Parecería un despropósito o al menos una utopía, pero es precisamente en estos tiempos de muerte que resulta indispensable reivindicar la educación como un proceso de resistencia frente a la muerte, como un proceso que implica dar vida y defender la vida.

Hugo Assman plantea en esta cita la indisociable relación entre los procesos vitales y los procesos de aprendizaje y revisar los fundamentos que esgrime, tomados de las investigaciones de las Ciencias de la Vida, nos llevan a la verificación de que la vida requiere, desde los niveles celulares y moleculares más simples hasta los procesos sociales, de una dinámica de aprendizaje y que para mantener a la sociedad libre de esclerosis y de decadencia mortal se debe procurar que haya siempre una dinámica de construcción de conocimiento para la adaptación.

Pero en un nivel más amplio, es necesario caer en la cuenta de que el proceso adaptativo humano requiere de la reflexión crítica y la continua revitalización de los significados y valores que sustentan los procesos de vivencia y convivencia cotidiana, de manera que la educación tiene como misión intrínseca capacitar a los sujetos para mantenerse en la vida y vivir para vivir –más allá de la mera supervivencia- que implica dar vida a otros, ayudar a vivir a los demás.

De manera que la educación dentro y fuera del ámbito escolar debe con urgencia ocuparse de construir esta resistencia contra la muerte, porque esta es, lenta y limitada pero profunda y pertinente, la única manera para tratar de hacernos despertar algún día de este mal sueño.

1 Assman, H. (2002). Placer y ternura en la educación. Hacia una sociedad aprendiente. Madrid. Narcea, p. 23.

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