Lado B
Este dolor
 
Por Lado B @ladobemx
29 de mayo, 2012
Comparte

Quitzé Fernández

@QuitzeFernandez

Me duele Veracruz. Fue hace ocho años cuando llegué casi como un vagabundo a las playas de Montepío buscando comida y fotos que me dejaran algunos pesos para regresar a Coahuila.

Pasé por Perote, Xalapa, Coatepec, El Puerto, Cardel,  Los Tuxtlas y Sontecomapan con dos cambios de ropa, una cámara, un cuaderno y dos plumas Bic de tinta azul.

En Xalapa un artesano me contó que Montepío era un lugar dónde captar buenos paisajes, retratos casi de acuarela donde había una cueva que usaban los piratas para esconder su dinero. Y en Catemaco una gitana me lo confirmó. Así que fui.

Viajé en la parte trasera de una camioneta de transporte público cruzando la selva, sudando calor tropical, luchando contra los mosquitos y ansiando una cerveza helada o un coco fresco.

Pensé que las tres horas que llevaba brincando y sudando a chorros eran en vano, hasta que al pasar una montaña observé el mar abierto del Golfo de México, las embarcaciones de madera y una fila de palapas que el viento acariciaba.

Montepío era una playa virgen, para llegar a una cascada era necesario cruzar a caballo un río diáfano que desembocaba en el mar, quitar una cerca de bejuco y caminar alrededor de un kilómetro.

Esa noche dormí en la playa, bajo un techo de palmera que un pescador me prestó. La tarde del otro día el ocaso me sorprendió con avionetas que aventaban costales al mar. Tomé la cámara, enfoqué. Mi amigo pescador advirtió: ¿La estás pasando bien? ¿Quieres seguir así? Guarda la cámara.

La guardé.

Los costales caían al agua, flotaban. De la nada salían pequeñas embarcaciones a recogerlas, de ahí, me contaron, se iban para todo el estado de Veracruz, algunos llegaban a Oaxaca por la carretera de Acayucan.

Nunca supe exactamente qué tenían los costales, pero en ese entonces todo lo derivado de la mariguana era muy codiciado en el estado, incluso más que la cocaína: aguardiente y dosis de hachís abundaban en las fiestas de barrio.

Viví en Xalapa y Xico, recorrí a pie El Cofre de Perote, Salto de Eyipantla y todas las playas de El Puerto, Alvarado y Martínez de la Torre sin un peso en la bolsa; llegué a pasar la noche en plazas públicas o terminales de autobús, conviviendo con vagabundos, gitanos y aventureros, nunca me tocó un enfrentamiento, un asalto o suceso violento.

De un tiempo a la fecha todo se fue a la basura, grandes amigos, pequeños empresarios del campo han sido secuestrados, mutilados y extorsionados. Los paseos públicos se han manchado de sangre.

Hace tres años regresé a Veracruz, y hoy, a la distancia, las historias de horror se multiplican en la intimidad de los correos que me llegan a la bandeja, en las charlas telefónicas y en el diálogo del mensajero. Claro, también en los noticieros. Pero es aún más cruel la realidad de mi gente de a pie que ha sido atacada en sus dones más preciado: la libertad y la tranquilidad.

El narcotráfico, la violencia ya existía en el estado, en México entero, sólo que no había explotado. Esto parece una pelea por demostrar quién aporta más sangre, y de qué manera se puede quebrantar ciudades donde aún era posible caminar por las madrugadas.

Me duele Veracruz, pero me duele más Coahuila, que se ha visto fracturada primero, y de igual manera que los estados del sur, donde todavía quedaban sueños.

 

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion