Lado B
El montaje de la justicia
Por Lado B @ladobemx
26 de marzo, 2012
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 Alquímedes Neza

Que si Florence Cassez debe o no salir, se ha vuelto el debate mediático de las últimas semanas, y todo comentarista tiene una opinión al respecto, un argumento para que siga o no detenida. Hasta la ciudanía general ha dictado sentencia a partir de las encuestas. Sin embargo, al menos en lo personal, la única opinión sensata que he escuchado es la de una reportera de espectáculos que decía que no se trata de un tema de opinión sino de justicia, y debe ser esta (concediendo que hay una) la que, a partir de un análisis estricto y honesto de las pruebas, defina si es o no culpable.

Debatir mediáticamente la culpabilidad de Cassez nos lleva a un desgaste sin sentido. Simplemente es algo que desde la opinión pública no es posible saber, puesto que se descubrió el montaje y surgió la duda, poniéndolo todo en duda. ¿Cómo podríamos asegurar que lo único que se montó fueron las detenciones? Cómo es posible, sin conocimiento de causa, sin ser mínimamente un testigo cercano al proceso, asegurar, esto fue montaje, esto lo quitamos del proceso, pero esto no es montaje, esto lo dejamos. Ese es el punto central del asunto, no es si Cassez debe o no salir (eso como dijimos es materia de justicia), sino, qué podemos pensar de un sistema judicial que se ve involucrado en un montaje, acomodado a los designios de una o dos televisoras —y solo ellos saben a qué otros intereses— del que, además, se supo hace mucho y hasta ahora la única consecuencia de la que se debate es si es o no causa para que se dé libertad a la francesa.

Ya un ministro mencionó algo de dar un castigo a los responsables de la farsa. Pero qué va a pasar: como en todo montaje, los responsables son las figuras que ejecutan, no las que dirigen. Es lo que hay tras el montaje, otro montaje. Y así nos vamos, de montaje en montaje, de manipulación en manipulación. Primero se crea un hecho para cubrir otro, después se mediatiza el segundo para cubrir su fondo. Los comentaristas y políticos se indignan, opinan, debaten y advierten las fallas, pero sólo del caso, y sólo del asunto televisivo, no se dice más. Son pocos los que reflexionan sobre el montaje que es en general la mancuerna de la información y la política. Son pocas las voces de los “líderes” que llevan la reflexión a su máxima consecuencia. ¿De qué sistema judicial estamos hablando? ¿Quién mete las manos al fuego acerca de la honorabilidad de este aparato político? Se crean criminales todos los días, basta mirar los expedientes jurídicos en manos de ONGs de derechos humanos para darse cuenta de la constancia y facilidad con que se falta o se manipula la verdad en las declaraciones policiacas. Los “Presuntos culpables”, como el del documental, son miles. (Es práctica común y aceptada que el policía de base reciba la declaración ya escrita por algún superior de cómo él, el policía, realizó la detención. Este sólo tiene que firmarla y declarar: “me abstengo a lo declarado por escrito.” Esto es un montaje.)

Decir que el sistema judicial es injusto es decir poco o casi nada. Ya los filósofos posmodernos desenmascararon ampliamente la función de control social que ejerce este brazo de poder de las élites. La pregunta es ¿cómo funciona? ¿Realmente la ineficiencia y la corrupción que tanto nos indigna de las autoridades es algo posible de alienar? ¿No será parte de su misma razón de ser? Es decir, creemos en la justicia —no sé cómo nos convencieron pero lo hicieron—, y en el fondo quisiéramos confiar que, también en el fondo, nuestro sistema judicial la enarbola, y, entonces, nos lanzamos a batallas titánicas (o a conjuras mentales) contra el despotismo, los amiguismos, la mordida y la mediocridad de quienes físicamente forman parte de este poder del estado. Hasta practicamos el mea culpa ante nuestros propios “deslices”.

Pero, y a pesar de lo posmo que suene, ¿no es todo esto otra ficción, otro montaje? Juan Manuel Magaña, quien fuera jefe de información de Televisa cuando aquella detención de la francesa, reconoció, ante el noticiero de Carmen Aristegui, el uso que se hacía, ya desde antes, de notas informativas de impacto —coberturas policiacas— para disminuir el peso de otras notas que afectaran directamente al ejecutivo; igualmente, denunció cómo a partir de aquella transmisión polémica, el noticiario televisivo se fue ciñendo más y más al control y la censura de directivos.

Nuevamente, el de Cassez es el caso que por obvias razones logró salir al aire, pero ¿cuántos otros casos no tienen cómo? ¿Cuántos de los que la tele nos presenta como delincuentes realmente son quienes se dice que son? ¿Cómo confiar que el resto de testimonios no son montajes? ¿Cómo saber que el resto de acciones policiacas no son tele-dirigidas para la foto, o para las urnas? Estoy exagerando, seguramente más de uno de los presos hizo algo para estar ahí, pero ¿son la excepción o son la ley? ¿Quiénes realmente están en la cárcel? ¿Contra quienes se dirigen las leyes? El punto es que el caso del montaje Cassez no es el único, si no el más visible y en tanto que tal, visibiliza mucho más que las anomalías de un solo caso, visibiliza la estructura interior y arraigada de una manera de funcionar, una realidad de las instituciones judiciales. Esta realidad es que el propio funcionamiento del sistema judicial hace imposible saber la verdad: si un caso —cualquier caso—  ha sido o no manipulado, si obedece o no a intereses ajenos, etc.

No se trato de decir que el sistema judicial no sirve. Justo es así como es que sirve. Tan sirve que el país no se ha caído a pedazos a pesar de todo. ¿Qué se les podría refutar a aquellos que creen que el estado debe imponerse al “caos”? La eficacia y contundencia del aparato judicial es evidente, el control sobre el pueblo está a la vista. Lo que se está cuestionando es ¿cómo se ejerce y sobre quién?, pues pareciera que se hace más a través de un aparato de miedos y montajes, que de justicias y verdades. Tampoco se trata de satanizar los aparatos jurídico y judicial, sino de hacer un esfuerzo por hablar de ellos, no a partir de lo que debieran ser, sino por lo que son, como herramientas de poder fáctico, esto es: una arena de combate bellamente enmascarada por las concepciones más nobles donde se dirimen intereses y se demuestra quien es quien entre los que pueden.

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