Lado B
Librerías de viejo, sobreviviendo a la era internet
Lugares que huelen a celulosa y a hojas que han pasado por muchas manos
Por Ernesto Aroche Aguilar @earoche
20 de enero, 2012
Comparte
Ernesto Aroche Aguilar

@earoche

Tomada de Google Maps

Cuando Bartolomé Díaz Casales se quedó sin trabajo en 1963 la venta de publicaciones usadas –lo mismo Time Life o Siempre, que historietas de la editorial Novaro– le salvarían la vida. Consiguió un portón en la 8 oriente 217 y puso a la venta varias decenas de revistas usadas. Los libros llegarían más tarde.

49 años después tiene un local en la 7 oriente número 11, detrás de Casa de la Cultura, y más de un millar de libros, cientos de revistas y discos de acetato de colores con los que adorna la entrada de la Librería Casales.

Y es, dice, el pionero en la venta de libros usados en la ciudad.

–La cosa ha ido a menos, hace un año el local era del doble de tamaño, y ahora ve.

“No hay nada más siniestro que la sonrisa de una calavera. Es un rictus petrificado, frío, inexpresivo e inmutable. Dientes apretados en un mordisco feroz. Es un cepo que se cerró de golpe, clap, y nunca jamás soltará a su presa. Es una carcajada contenida y sin alegría, sonrisa de compromiso, sonrisa de dolor, amenaza de crueldad. Mueca forzada de verdugo que finge ser tu amigo antes de hacerte daño, mucho daño. Ahora no pasa nada divertido, no hay motivo para reír, pero dentro de poco, ya verás dentro de poco, sólo de pensarlo… Estallará la risotada cuando gimas y llores de miedo, cuando te retuerzas de dolor. La sonrisa de una calavera sugiere cuencas vacías, que son ojos que miran hacia el interior del cráneo y se regodean en la visión de pensamientos putrefactos. Sugiere corrupción, y gusanos, y huesos que se oxidan lentamente mientras esperan la hora de la revancha”.

Inicio de Prótesis, del escritor catalán Andreu Martín, hallado en una librería de viejo de la calle de Donceles.

Son cuatro metros de frente por ocho de fondo. Las paredes abarrotadas de libros y dos anaqueles intermedios que abren tres pasillos, el central desemboca en una escalera que comunica con un tapanco desde donde Pedro vigila el movimiento de la librería. A su espalda otra centena de libros, enciclopedias, revistas National Geographic, encargos especiales y ediciones que esperan ser catalogadas y valoradas antes de bajar a esperar, desde un librero, a los nuevos lectores.

–Sí, Internet nos ha pegado, claro, las enciclopedias se venden menos, ya todo está en Internet, aunque la gente todavía viene a buscar novelas y otra clase de libros.

Y aunque se podría imaginar que esa clase de librerías son un filón de tesoros bibliográficos, ediciones históricas y demás, lo cierto es que Pedro nunca dirigió sus pasos por esa ruta.

–Soy más de libros prácticos –explica.

Tampoco lo hizo Pablo Tepox, el hombre que desde hace 10 años atiende la librería Dafna, ubicada en la 11 oriente 212.

–El libro más viejo que nos ha llegado habrá sido como del 1700, pero esos libros mejor los vendemos en México, allá sí hay mercado de coleccionistas, acá lo que se vende son otras cosas, libros históricos y novelas clásicas y contemporáneas.

“En el 124 había un maleficio: todo el veneno de un bebé.

Las mujeres de la casa lo sabían, y también los niños. Durante años, todos aguantaron la malquerencia, cada uno a su manera, pero en 1873 Sethe y su hija Denver era las únicas víctimas. Baby Suggs –la abuela— había muerto; los hijos, Howard y Bulgar, se largaron al cumplir los trece años… en cuanto bastó con mirar un espejo para que se hiciera trizas (ésta fue la señal para Blugar), en cuanto aparecieron en el pastel dos huellas de manos diminutas (ésta lo fue para Howard)…”

Inicio de Beloved, de la estadounidense Toni Morrison, hallado en una librería de viejo de la calle de Donceles.

En Dafna hay poco espacio para moverse, los libros no sólo cubren las paredes sino que se apilan en el suelo y apenas dejan un espacio para caminar entre ellos. El lugar huele a celulosa y a hojas que han pasado por muchas manos. La posibilidad de hallar algún título en particular depende de la paciencia y la suerte, pues es muy probable que debajo de El Hombre Imposible de J. G. Ballard –editado en los 70 por Minotauro— se encuentre un manual de aeronáutica de los años 50.

–Acá también hay modas, ahorita por ejemplo, se busca mucho de estos libros de Crepúsculo. Antes fueron los del Código Da Vinci. Pero eso abre también espacio para otros libros de vampiros, Drácula es uno de los que se venden, o los de Entrevista con el Vampiro.

Aunque a simple vista los que se alcanzan a ver son dos ejemplares de las recopilaciones Horror –con cuentos de Stephen King y Clive Barker– que la editorial Martínez Roca puso en las calles a mediados de los 80, y alguna novela de Ann Rice que no logró el impacto que tuvo la serie de aventuras de Lestat.

 ***

Lo que no hay, ni en Dafna ni en Librería Casales son lectores compulsivos. Pablo y Bartolomé son hombres que llegaron al negocio más por necesidad económica que por un interés fetichista en el objeto. Los dos leen, claro, pero no demasiado.

–En la familia sí leemos, pero alguna que otra novela –reconoce Pablo. Sus hermanos al igual qué él se dedican a la venta de libros usados.

El libro favorito de Bartolomé –“no me preguntes de los tres que me han influido, no sea que salga mal parado como Peña Nieto”—es cualquiera de Krishnamurti. Sus intereses  se centran más en los terrenos de la filosofía y la política que en los de la literatura o la poesía, pero eso no impide que en sus estantes coexistan ensayos y novelas.

***

Son dos espacios, Dafna y Librería Casales, con el tiempo contado. A las librerías de viejo se las comerá el intangible libro electrónico, o tal vez encuentren la forma de sobrevivir a la promiscuidad digital y el intercambio de archivos, pero mientras eso sucede aún es posible hallar libros –y algunos discos– a menor precio, y si la fortuna sonríe, alguna de esas rarezas literarias que aún no llegan a la red.

Comparte
Autor Lado B
Ernesto Aroche Aguilar
Suscripcion