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Formación de profesores: ¿Cambio de estructura o cambio de cultura?
He dedicado varias veces esta columna al planteamiento de la necesidad de profesionalizar a los docentes porque si bien es cierto que la educación en México no cambiará si no se producen transformaciones estructurales de fondo que tienen que ver con el gobierno de la educación y la relación entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
Por Lado B @ladobemx
24 de enero, 2012
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Martín López Calva*

He dedicado varias veces esta columna al planteamiento de la necesidad de profesionalizar a los docentes porque si bien es cierto que la educación en México no cambiará si no se producen transformaciones estructurales de fondo que tienen que ver con el gobierno de la educación y la relación entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), también es innegable que por más reformas estructurales que se realicen, no cambiará nada en los procesos educativos reales si no se forman mejores profesores y si no se promueven prácticas renovadas en las aulas, porque lo más importante de la educación sucede dentro del salón de clases.

Una auténtica profesionalización docente tiene que partir desde una reforma de fondo al sistema de formación de profesores que tenemos como país. El tema de las escuelas normales ha sido muy polémico y está aún en el debate educativo. Se han intentado muchas reformas en su estructura, nivel y currículos para buscar una mejora sustancial en la calidad de la formación profesional que se brinda a los futuros docentes del país, pero los resultados no son aún los esperados.

Las normales como instituciones formadoras de docentes tienen una larga historia que corre prácticamente en paralelo con la historia nacional. Las primeras normales Lancasterianas de establecen en México durante el imperio de Iturbide en los años veinte del siglo XIX. No puede negarse su aportación a la formación de educadores a lo largo de toda nuestra historia como nación independiente.

El campo profesional llamado Educación ha sufrido grandes transformaciones desde entonces. Durante el surgimiento de las escuelas normales en México, la disciplina encargada del estudio de la Educación era la Pedagogía, recién independizada de la Filosofía a partir de los aportes de Kant y Herbart  y posteriormente de Dilthey. La Pedagogía es una ciencia prescriptiva, es decir, una ciencia que se ocupa del deber ser de una buena educación y que tienen en la Didáctica –el arte de enseñar- su brazo operativo.

La evolución epistemológica del campo a partir del surgimiento de la Psicología como ciencia autónoma y del estudio que otras disciplinas como la Sociología e incluso la Economía hacen del fenómeno educativo van conformando a partir del debate entre Dewey y Durkheim lo que en la segunda mitad del siglo XX se posiciona como las ciencias de la educación.

La evolución continúa y desde finales del siglo XX hasta nuestros días estamos viviendo el surgimiento de nuevas disciplinas como las ciencias ambientales y de nuevos campos de teorización y aplicación relacionados con el aprendizaje como la informática y las ciencias de la información que se posicionan a través de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) como elementos fundamentales para comprender, diseñar, instrumentar y evaluar la educación.

Por otra parte, la evolución social fue haciendo necesario que la formación docente dejara de verse como una educación técnica que no se ubicaba dentro del campo de la educación superior para convertirse en una profesión de nivel universitario, en el caso de nuestro país a partir del sexenio de Miguel de la Madrid con la creación de la Universidad Pedagógica Nacional.

De manera que la formación docente a partir de la evolución histórica de nuestro país tuvo  dos campos fundamentales de transformación estructural: el de los currículos que incorporaron asignaturas de ciencias de la educación y dejaron detrás la formación centrada exclusivamente en la Pedagogía clásica y el del nivel de estudios por el cual la tarea del docente empezó a considerarse parte del nivel de educación superior.

Sin embargo, la educación normalista a pesar de haber introducido en sus planes de estudio asignaturas de Psicología educativa, Sociología o Economía de la Educación y a pesar de haberse transformado en estudios de nivel superior ha conservado una cultura (“conjunto de significados y valores que determinan modos concretos de vida” según la define Lonergan[1]) centrada en la visión pedagógica clásica y mediada por sus lenguajes, sus símbolos, su arte y su atmósfera intersubjetiva.

El cambio en la formación de profesores no puede quedarse en un cambio estructural, exige un cambio en la cultura normalista que la transforme en una cultura interdisciplinar abierta no solamente a las llamadas ciencias de la educación sino a las nuevas ciencias ambientales y de la información (TIC) y además a todas las disciplinas, ciencias y profesiones que configuran el mundo contemporáneo. Solamente con un verdadero cambio cultural en la educación normalista se puede aspirar a una profesionalización docente que esté a la altura de los desafíos del cambio de época.

Para lograrlo, creo yo, tiene que haber un cambio estructural que convierta a las normales en verdaderas universidades en las que se ofrezca formación profesional en carreras no relacionadas con la educación y permitir también que las universidades establecidas puedan formar a los docentes de todos los niveles educativos.


[1] Lonergan, B. (1988) Método en Teología. Ed. Sígueme. Salamanca. Cap. 3

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y académico numerario en la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha hecho dos estancias postdoctorales por invitación del Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado diecisiete libros, cuarenta artículos y seis capítulos de libros. Actualmente es coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores (REDUVAL), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación (ALFE) y de la International Network of Philosophers of Education (INPE). Trabaja en las líneas de Filosofía humanista y Educación, Ética profesional y Pensamiento complejo y Educación. Ha trabajado como formador de docentes en diversos programas y universidades desde 1993.

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