Lado B
Entre la publicidad y el poder
Nos venden la idea de un mundo divido en buenos y malos; una historia de héroes y villanos y, claro, damiselas en desgracia
Por Lado B @ladobemx
29 de enero, 2012
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Alquímedes Neza

“Debido a la alta inseguridad y violencia provocadas por la delincuencia organizada…”, “Mano dura contra los criminales…”, “El fallecido tenía antecedentes penales…”, “Atacar la pobreza que es la raíz de la delincuencia…”. Estas son varias de las frases que continuamente escuchamos en los medios, tanto en la propaganda gubernamental como en muchos de los discursos políticos. Estas frases, al igual que cualquier anuncio comercial, intentan convencer al consumidor o escucha de una realidad que acompaña al producto que se está vendiendo. De esta manera, por ejemplo, los anuncios de bebidas refrescantes venden la idea de que el mundo que nos rodea es aventura e independencia; o los anuncios de autos nos venden la idea de un mundo competitivo donde tener el mejor auto es claro signo del éxito obtenido.

Lo mismo sucede con la propaganda política; ella no sólo nos da a conocer una situación de índole social, la aplicación de un programa o la opinión de un personaje público, también tratan de convencer/vender —o, en su caso, de reforzar—, al escucha/consumidor, de cierta idea de realidad. Así funciona la publicidad, el producto debe asociarse a una idea simple, pretendidamente objetiva, del mundo en el que se mueve el consumidor, un mundo incompleto que necesita de ese producto publicitado para completarse. La publicidad crea realidades y necesidades que le acompañan y las políticas y posicionamientos mediáticos al respecto del crimen no están exentos de este comportamiento.

¿Qué nos venden pues los comerciales políticos respecto de la violencia? Cada vez son más las voces civiles que lo señalan: nos venden la idea de un mundo divido en buenos y malos; una historia de héroes y villanos y, claro, damiselas en desgracia. Obviamente, los héroes son aquellos que trabajan, con compromiso supremo, por supuesto, dentro de las instituciones del estado; los malos, su contraparte, el famoso “crimen organizado” (que de acuerdo con la ley son tres personas o más que se juntan a delinquir, igual sea para robar una gallina, pintar una pared, asesinar o secuestrar). Y nos falta el tercer personaje, la damisela en desgracia, esta es, justamente, el rol que le adjudican al escucha. Básicamente la propaganda oficial nos dice: “los malos te tiene acorralado y nosotros, los buenos, estamos usando todos nuestros poderes para salvarte”. ¿Qué nos venden? Protección.

¿Y qué encierra toda esta caracterización peliculesca de la sociedad? Encierra mucho, primero, a los oyentes nos exonera y nos da un rol pasivo: Como ciudadanos, nosotros no tenemos responsabilidad alguna sobre la realidad nacional, solo somos sus víctimas, damiselas en desgracia. Además, crea dos entes abstractos cuya moralidad es incuestionable (unos por malos y otros por buenos) y que divide al país en bandos enfrentados: por una parte los inescrupulosos y anárquicos criminales que no merecen vivir entre nosotros y, por el otro, los intachables representantes del estado encargados de protegerlo, encarnando la inmaculada justicia que su puesto representa.

La propaganda no sólo promociona una idea de realidad presentada en forma simple y de fácil recepción, también oculta los análisis complejos, desecha, por aburridos y poco accesibles aquellos discursos que pretendan la reflexión del consumidor/escucha. El mensaje debe ser directo y sin vuelta de hoja. Sin embargo, no todo el discurso publicitario huye de la realidad o la esquematiza sin profundizar; el discurso mediático tiene que tener un sostén observable por el espectador. No podrían hablar de la peligrosidad del crimen organizado, si no hubiera en la gente un sensación generaliza de su existencia y peligrosidad apabullante; no se podría hacer esta división de buenos y malos si esta dualidad no estuviera ya plasmada en el imaginario de la sociedad. El mismo intento de simplificar la problemática nacional a culpar de todo al crimen organizado devela la compleja y fatigante Realidad que se busca ocultar tras de esa propaganda.

¿No parece curioso que, mientras al respecto de cualquier otro tema, lo que sea que diga un político será utilizado en su contra por la oposición, pero que, en lo que respecta a la posición de mano dura contra el “crimen”, nadie —salvo excepciones actuales por tiempos de campaña— pone en duda las acciones del Ejecutivo y, en general, se suman a sus posicionamientos y hasta saltan a defenderlo cuando se le critica? Está claro, el enfrentamiento “estado” versus “crimen organizado” es una realidad. Lo que ya no es cristalino y hasta crea sospechas, es la insistente división en dos bloques, uno de buenos y otro de malos.

Esta idea de sociedades divididas en buenos y malos está presente en todos los ámbitos de las relaciones humanas: en la tele, en las novelas, en la manera en que se narra la historia y en todos los discursos políticos internacionales. No sólo eso, la idea de buenos y malos está vertida en el centro de la teoría moderna de estado. Esta teoría, cuya paternidad teórica se adjudica a Hobbes, aduce que los seres humanos como individuos somos incapaces de gobernarnos autónomamente, que un caso como tal sería el caos y que, por lo tanto, en un momento existente solo en la teoría, hemos decidido, cada uno y para poder progresar en sociedad, otorgar nuestro natural derecho de autogobernarnos a una entidad abstracta que nos gobierne protegiéndonos de nosotros mismos, regulando nuestras relaciones, definiendo lo permitido de lo prohibido y castigando a los transgresores, todo ello bajo la observancia del bien común. Es decir, a través del pacto social, los individuos otorgamos al estado el monopolio del poder para nuestro propio beneficio. Ésta, la idea de estado moderno, es una idea de la realidad y con frases que terminan convirtiéndose en slogans como “el hombre es el lobo del hombre”, nos la han vendido y la hemos comprado.

Es así como se nos vende: el pueblo se ha reunido en el estado para protegerse, por lo tanto el estado es el bueno y cualquier entidad que atente contra el pueblo (y por consecuencia contra el estado) es el enemigo, el malo.

Como exigen las campañas comerciales, los promotores deben ser los primeros en creer lo que venden. Son justo aquellos que trabajan como “representantes” del Estado, los primeros en asumir que ellos ya no son ellos y que ahora son El Estado. Y luchan por y, generalmente, logran vendernos esa idea. Entonces olvidamos que fueron Mengana y Perengano los que legislaron, y decimos que las leyes las hizo El Estado; cuando un individuo o grupo instalados en lo más alto del las “instituciones estatales” decide llevar a cabo una acción que tendrá consecuencias dentro de todas las estructuras sociales, a eso le decimos: se ejerció el Poder de El Estado. Así mismo, cuando una organización de personas trabaja ajena —o al menos así se aparenta— a estas instituciones estatales y, además, se vuelve tan poderosa que pone en peligro la posición, el poder, de aquellos que sí se encuentran ahí instalados, decimos, entonces, que esa organización atenta contra El Estado. Y ¿Quiénes son los que atentan contra El Estado? El enemigo del pueblo, el crimen organizado. A pesar de lo superfluo que un mensaje pueda parecer, toda esta idea de estado está inserta en la propaganda política de lucha contra el crimen.

(Si te ha interesado lo hasta aquí escrito, te invitamos a leer el complemento dentro de 15 días)

 

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