Lado B
La vida no tiene solución
Se reflexiona sobre la vida y su falta de solución en el sentido de que por más larga y venturosa que sea nos conduce siempre a la muerte
Por Lado B @ladobemx
06 de noviembre, 2019
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Martín López Calva

“Conviene partir del hecho de que no hay solución…La vida no tiene solución, la vida no es un problema del que conoces unos datos de los que debes deducir otros. Una vez que aceptas ese hecho, que no hay solución, te hacen menos daño las atrocidades que contemplas a diario. No hay solución, te dices. Buenas noches”.

Juan José Millás. La vida a ratos, p. 433.

Es la tarde del Día de muertos y en México es todo un acontecimiento cultural y religioso en el que se recuerda a los que se han ido antes que nosotros y se les invita a volver a hacerse presentes y disfrutar de todo lo que les gustaba cuando habitaban este mundo. Una fiesta de colores, olores, sabores, música y texturas que mantienen viva una tradición ancestral que evoluciona y se mezcla con otros ritos y costumbres aunque muchos quisieran conservarla intacta, congelada e inmune al paso del tiempo y a los cambios sociales.

La festividad me lleva a pensar inevitablemente en la relación dialógica entre la vida y la muerte, en el tema de la vida que conlleva la muerte porque vivimos de muerte en el tema de la muerte que supone la vida porque morimos de vida como afirma el padre del pensamiento complejo.

Coincidentemente, esta tarde estoy terminando la lectura de la genial novela de Juan José Millás: La vida a ratos, que recomendé hace un poco más de un mes cuando comencé a leerla después de encontrarme con ella en la estación de Atocha y en la semana 177 del diario que escribe el personaje de esta obra, que curiosamente se llama igual que el autor, me encuentro con la cita que uso como epígrafe de esta Educación personalizante.

La frase me hace pensar en muchas cosas, en esta atmósfera llena de altares y ofrendas, de fotografías y menciones de seres queridos y de personajes relevantes de nuestra historia y de la historia que han muerto ya pero que han dejado una huella entre quienes los seguimos recordando –volviendo a pasar por nuestro corazón- cada año en este día.

En primer lugar pienso en que la vida no tiene solución en el sentido de que por más larga y venturosa que sea nos conduce siempre a la muerte, irremediablemente, como una frontera imposible de evitar, como una meta a la que no quisiéramos llegar pero que se nos presenta tarde o temprano y nos obliga a cruzarla. La vida en efecto, no tiene remedio.

Sin embargo lo más común, lo más frecuente, tal vez por nuestro deseo de ignorar a la muerte es que vivamos como si la vida tuviera solución, como si pudiésemos planearla a nuestro antojo, como si realmente fuera posible controlarla y hacerla durar para siempre o al menos planificar su final, como si dependiera de nosotros.

Pero además de este límite último que es la muerte en el que constatamos de manera definitiva que la vida no tiene solución porque es finita y cualquier día, inesperadamente se termina, la vida en su trayecto no tiene solución porque como afirma el personaje de la novela “no es un problema del que conoces unos datos de los que debes deducir otros…”

En efecto, ya lo había analizado el filósofo existencialista católico Gabriel Marcel en su relación entre problema y misterio, “…el ser nunca es algo puramente objetivo, un espectáculo, realidad sin vida, externa, perteneciente a lo que él llama el ámbito del “problema”…”.

Para Marcel, el problema es aquello que el ser humano puede “objetivar, determinar, distinguir netamente de su propia subjetividad, dominar, y al final, transformar…” El problema es lo que se puede resolver, lo que aunque sea complicado, tiene finalmente una solución. Por lo tanto, el problema muestra que el ser humano tiene dominio sobre las cosas.

Por ello, si miramos bien, continúa el filósofo francés, el ser no es un problema que pueda objetivarse y resolverse sino un misterio en el que “el yo del hombre queda plenamente involucrado y comprometido…” Es por ello que el ser humano no puede resolver, ni demostrar, ni esquematizar el ser sino simplemente “…reconocerlo en la intuición de una trascendencia que la propia existencia encuentra y con la que se vincula…

Sin embargo vivimos en un mundo en el que se nos inculca desde pequeños la idea de que la vida es un problema, es algo que se puede objetivar, planear y controlar, algo que tiene solución, una solución que está en nosotros.

Por una parte el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, el enorme avance de la Medicina y la Genética, de las Neurociencias y la Psicología del desarrollo nos conducen a una visión de la vida como algo observable, medible y por lo tanto controlable y solucionable. La hegemonía del ser humano como sujeto racional crea la ilusión de la vida como problema que se puede resolver.

Desde el ángulo opuesto, la rebelión frente a esta visión cientificista y racionalista de la vida que se manifiesta en la emergencia de múltiples creencias que parten de búsquedas espirituales genuinas pero terminan muchas veces en visiones mitológicas de la existencia y que también producen la ilusión de que la vida tiene solución y puede ser controlada simplemente “siguiendo nuestra pasión”, “decretando lo que realmente deseamos” y “haciendo que el universo se alinee y conspire a nuestro favor para hacer realidad nuestros sueños”. La emergencia del ser humano como sujeto imaginativo y emotivo también genera la ilusión de la vida como problema que es posible resolver.

Pero la ciencia y la tecnología no pueden generar la solución total para la vida y los sueños y pasiones personales tampoco producen una respuesta para todos los elementos inesperados, dolorosos, injustos, incomprensibles, gozosos, vacíos, etc. de la vida. Porque la vida no es un problema y por ello no tiene solución.

La vida misma se encarga de darnos esta lección y de volvernos más humildes, de curarnos de esta actitud soberbia que nos hace buscar el control y la solución de todo lo que nos pasa y de todo lo que pasa.

Cuando esto sucede, como dice Millás, cuando aceptamos el hecho de que no hay solución, nos hacen menos daño las atrocidades que contemplamos a nuestro alrededor todos los días.

Esto puede llevarnos a una especie de nihilismo, a perder toda esperanza y toda capacidad de disfrutar la existencia, puesto que nos cuesta trabajo aceptar que la vida como misterio es mucho más apasionante que la vida como problema, que la vida sin solución es mucho más profunda que la vida que podemos resolver y controlar.

Pero si miramos bien lo que implica esta imposibilidad de solución que tiene la vida en su misma estructura, si somos capaces de hacer el viraje de la visión de la vida como problema a resolver a la perspectiva de la vida como misterio que nos involucra y nos compromete plenamente, seguramente empezaremos a disfrutar y a saborear de la vida con mucho mayor profundidad y plenitud.

Porque la vida vista como misterio nos invita a una permanente búsqueda de sentido, a una apertura incondicional, a una respuesta responsable y comprometida, a un camino constante de aceptación y superación de nuestros propios límites.

La Educación personalizante tendría que ocuparse de esta dimensión formativa fundamental asumiendo que educar para la vida es formar personas que acepten que la vida no tiene solución y se arriesguen a emprender la aventura de la vida entendida como misterio que nos desafía permanentemente.

*Foto de portada:Imagen de Rudy and Peter Skitterians en Pixabay

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